Identidad como construcción y
como esencia
Ciertos conceptos como el status de
Weber, las representaciones colectivas, la solidaridad mecánica y orgánica de
Durkheim, el imaginario de Sartre y la noción marxista de clase permitieron
reflexionar sobre el modo en que las personas se agrupan en colectivos.
Las primeras concepciones de la
identidad, como la de Herder, eran esencialistas porque la ligaban a una
esencia inmutable, como las tradiciones, la lengua, etc. No obstante esta visión
ontológica, la identidad pudo ser descripta.
Ortiz rompe con ese enfoque esencialista
y plantea que la identidad es “una construcción simbólica que se hace en
relación con un referente”. Esos referentes, en verdad, son múltiples:
nación, etnia, color, género, etc., y funcionan como marcos de procesos
históricos para facilitar la construcción de la identidad.
Para los docentes, la identidad no
es conscientemente vivida como una construcción. Inmediatamente ilustran esto
con un ejemplo de un taxista que preveía una guerra civil porque al
argentino le gusta “lo trucho”.
Esta definición esencialista del
“ser nacional”, según los docentes, funcionaría como respuesta al
tradicional discurso del Estado nacional que reivindicaba para la identidad
argentina una serie de rasgos que la diferenciaban del resto de la “atrasada”
América Latina.
A esta identidad construida “desde
arriba” (desde el Estado) se oponía, en el sentido común del taxista, una
identidad construida “desde abajo”. A su vez, “la viveza criolla”, valorada
positivamente en los discursos populares como estrategia para sortear la
miseria, entra hoy en tensión con el sentido de “lo trucho”.
Sin embargo, no todos los sectores
sociales tienen la misma relación con los discursos oficiales. Por eso,
como plantea Ortiz, “no tiene sentido la búsqueda de la existencia de ‘una’
identidad; sería más correcto pensarla a partir de su interacción con otras
identidades, construidas según otros puntos de vista”.
La oposición “viveza
criolla”/“trucho” se explica por el “fracaso” del proyecto político que estalló
en 2001 y se sostiene por nuevas valoraciones basadas en la experiencia
cotidiana.
En contraposición, la ciencia
estudia la identidad como una construcción. El proceso de adscripción a
una identidad se analiza a través de las materialidades discursivas.
Comunicación e identidad
Mientras que el objeto de estudio de
la etnografía es la cultura, el de las ciencias de la comunicación es el modo
de representación (directa o mediatizada) de las culturas, las identidades
y las relaciones sociales.
Estas representaciones son
materializadas en discursos. El sentido es vehiculizado en un cierto contexto
sociocultural. Debido a que la perspectiva discursiva articula los textos
con sus condiciones de producción, el análisis del discurso es la
herramienta más útil para aprehender el sentido que esos textos pusieron en circulación.
La perspectiva discursiva analiza
los modos de ordenamiento en marcos comunicativos particulares. Las valoraciones
ideológicas compiten por imponer su propio sistema de categorización
a través de las materialidades discursivas.
Así, los discursos producidos desde posicionamientos
institucionales hegemónicos (desde arriba) entran en lucha ideológica
con los discursos construidos desde abajo, es decir, por los sujetos
comunes en la vida cotidiana.
Por lo general, las propiedades que
las instituciones dominantes certifican para nombrar a las personas responden a
operaciones de categorización que terminan por imponerse en el sentido
común.
De esta manera, la construcción
discursiva de la identidad desde arriba es un intento por construir
objetivamente la identidad social de ciertas personas. Si bien no hay un “discurso
de los medios”, éstos son herramientas que vehiculizan las representaciones
hegemónicas y garantizan su circulación masiva, de allí su poder.
Los docentes definen la construcción
de la identidad desde abajo como procesos identitarios de adscripción
para diferenciarlos de los procesos identificatorios desde arriba. Pero
subrayan que estos procesos son simultáneos y en ciertos contextos están en
lucha.
El
resultado de esa tensión es un nuevo discurso que borra sus condiciones
de producción y cristaliza nuevas identidades en situaciones de
desigualdad, pero que se muestran como naturalmente inevitables.
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