La preocupación de los
medios de comunicación por el problema delictivo se ha establecido como una
agenda diaria que, en su serialización, construye la vida en nuestra sociedad
entre hechos delictivos, sea padeciéndolos, tratando de evitarlos o imaginando
el momento en que otro individuo más se constituirá en una nueva víctima.
Los medios aseguran que
el crimen está instalado en nuestra cotidianeidad y ataca en todo momento y
lugar, y que funciona según un accionar azaroso. Las crónicas periodísticas
sobre el delito son asumidas como reflejo de la realidad por el sentido común.
Los sondeos de opinión coinciden en identificar la inseguridad producto del
crimen como una de las preocupaciones primeras de la agenda social.
Discursos contradictorios
à temen o descreen de la eficacia policial para investigar un delito pero
demandan la presencia policial en las calles. Los más conservadores exigen
aumento de penas y baja en la edad de imputabilidad.
El verosímil construido
por la noticia periodística legitima sus fuentes en esa “realidad” a la que por
lo general la sociedad accede a través de los discursos de los mismos medios,
que se convierten en fuentes para otros discursos sociales e institucionales en
un proceso de retroalimentación continua y quizás inconveniente.
Los medios constituyen un
actor poderoso en el campo político y económico que se ha ido legitimando,
entre otras causas, por la profundización de la crisis de representación
política. Hay una visión naturalizada y
compartida por periodistas y empresas de medios sobre la posibilidad de mostrar
objetivamente lo que pasa.
La noticia policial en la agenda
de la comunicación política: pasado y presente
La noticia sobre el
crimen empieza a establecerse con la publicación de los principales diarios
surgidos en el siglo XIX, como La Prensa (1869)
y La Nación (1870), y se consolida en
la prensa popular de comienzos del siglo XX.
Crítica à perspectiva
conservadora. La información se une a la lección moral y refuerza los límites
entre la legalidad y la trasgresión. Elementos de ficción.
En su primera etapa
moderna, la noticia policial tiene una intencionalidad política, sea
denunciando incapacidad para resolver el delito y planificar prevención.
Avanzando en el siglo, La Nación, La Prensa y Clarín no
suelen publicar el delito en tapa, lo incluyen en notas más o menos breves y
títulos no destacados, en las páginas interiores, situación que varía cuando se
cubren hechos criminales excepcionales. A comienzos de los 60, el delito no
tiene una sección propia en La Nación.
Desde el retorno de la
democracia, la noticia policial va ubicándose en un lugar más relevante en las
agendas gráficas y televisivas. Ej: casos de corrupción!
En 1999, a partir de
julio de se año, se identifica un aumento cuantitativo en la información sobre
el delito y cualitativos en las modalidades discursivas que se hacen más
enfáticas: el delito “común” y la corrupción son agendas de alta relevancia en
Clarín y La Nación. La agenda periodística de la inseguridad se ha inaugurado
oficial y públicamente con grande titulares sobre hechos delictivos en las
tapas.
- Legitimización de la
voz de unos individuos hasta un día antes anónimo y desconocido, y en la operación
opuesta, la deslegitimación de las instituciones del Estado.
La triangulación
acontecimiento-noticiabilidad-fuentes, entre la voz de los interesados y el
rumor de las instituciones
La crónica policial
guarda una profunda diferencia con el relato ficcional; en este último el
lector “presencia” el crimen, o el mismo lugar de los hechos, desde los ojos
del detective. En la noticia periodística, el público nunca es testigo del momento
cuando el victimario ejecuta su acción y el cronista sólo puede describir el
lugar del hecho y hablar con algunas fuentes. Así, comparada con la ficción, la
crónica roja puede carecer de consistencia narrativa y de coherencia
secuencial, y resultar por ello aburrida, pues el final no llega y las investigaciones
se diluyen. La noticia construye un acontecimiento, el crimen, cuyos victimario
y motivos suelen desconocerse, al menos en el primer momento.
Es cierto que, en la Argentina,
en los últimos años la falta de credibilidad en la justicia ha posibilitado la
mayor legitimidad de las voces de fuentes secundarias, no oficiales que en la
pantalla dan la cara. Los medios recurren habitualmente al testimonio
irrelevante de familiares o vecinos, como discurso supuestamente irrefutable
recogido en un trabajo de campo que incluye la observación del lugar y las
impresiones del periodista. La crónica policial cobra un valor referencial
alto.
Los denominados “giros
inesperados en los acontecimientos” permiten avanza de manera novedosa sobre un
caso. La impresión y la interrupción de las series de noticias son efecto de la
ausencia de información, porque no hay fuentes confiables o abiertas, y el caso
parece suspendido sin explicaciones en la prensa.
En los casos policiales
más graves marcados por el ocultamiento, los rumores que son fuente informativa
para la construcción de la noticia encuentran espacio de verosimilitud. Pero
también pueden desviar la atención hacia datos y anécdotas que vuelven a
victimizar a la víctima y que se traducen en una “versión”, “trascendidos” o
“comentarios de fuentes policiales o de vecinos del lugar” que cobran autoridad porque son fórmulas
habituales en la crónica policial y, en todo caso, el público confía en la
responsabilidad profesional de sus periodistas.
Las modalidades discursivas y la
espectacularización del delito
La obscenidad del relato
en diarios obtura la imagen de la realidad construida al mostrar violencia sin
sentido con individuos y grupos familiares destrozados por la delincuencia que
despoja a la víctima de sus bienes y/o de su vida, o al menos de su imaginada
tranquilidad.
Hay dos tácticas
discursivas que son probablemente las de mayor efecto: el sensacionalismo, como retórica dominante, y la hipérbole narrativa. No son
nuevas, están en el origen del género y en la misma ficción de misterio y de
horror.
A través del sensacionalismo
que no escatima horror ni miserias, la noticia policial abruma al público: la
táctica es exacerbar el valor o la función del azar. La cotidianidad ligada al
azar es la marca de la noticia policial porque lo es el delito.
La escuela, el hogar y
las tiendas donde se hacen las compras habituales son geografías vulnerables de
la vida cotidiana; los menores (escolares), los ancianos y las mujeres jóvenes
son víctimas ideales, porque son los más vulnerables.
Hay una escena que se
repite en los crímenes azarosos: el hecho criminal destruye la armonía que
caracterizaría el orden social e instala el efecto de lo siniestro en la
cotidianidad. Para ello, recurre como es tradicional a tres factores: la identidad
de la víctima, la cercanía geográfica y el tiempo cronológico, que aseguran una
imagen reconocible y verosímil de la realidad. Las víctima suelen ser
estereotipos del individuo común; los lugares del hecho criminal, reconocibles
porque son los del barrio más o menos cercano o parecido al propio; los
horarios aseguran que no hay momento en que no se esté expuesto a la
victimización. El reconociendo se completa con la narración de la historia
personal de la víctima, sus gustos, su “absoluta inocencia”. La víctima es el
individuo anónimo.
El sensacionalismo
procede por el efecto melodramático y pietista: todos padecen o pueden imaginar
el dolor y la humillación frente al delito. Es espectacular porque expone el
padecimiento de la víctima y la perversidad del victimario. Conservan, sin
embargo, las intenciones moralizantes, establecen los mapas sobre le bien y el
mail, lo legal y lo ilegal.
El sensacionalismo
permite caracterizar al delincuente en términos míticos, como el monstruo, la
bestia impensada de las crónicas de principios del siglo XX: se puede afirmar
que la misma hipótesis criminológica del delito “como elección racional” se
contradice porque en el nivel de la animalidad la razón está excluida. Se borra
así el contexto social y la práctica habitual de manejarse por fuera de la ley.
El reclamo es siempre por
la restauración del orden social. El discurso público, que afirma no ser política,
se acerca peligrosamente al discurso autoritario para el que la actividad
política es subversiva.
Las instituciones más conservadoras
proponen políticas de estricto control: propiciando el retorno al
autoritarismo, exigiendo el endurecimiento del castigo, criminalizando al
sospechoso, se oponen a las formas garantistas por no ser duras.
En las empresas de medio,
en la constante búsqueda de rating o
primicias, la información se ha hecho banal y se venda como una commodity más.
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