Reconocer que el conocimiento histórico es siempre abductivo significa que el historiador no puede acceder de modo directo a una realidad que es, por principio, impenetrable. Pero su intención de restituir el pasado a través del uso de un material -la fuente histórica- es siempre indirecto y hay que descifrar siempre ese material en un procedimiento semejante al de las disciplinas sintomáticas que operan con escasas informaciones, captando algo que parecía sin sentido. Cuando Ginzburg sostiene que la realidad es impenetrable no dice nada nuevo, es al historiador al que compete crear el pasado que estudia.
Enfrentado a fuentes heterogéneas lo que
predomina es la incertidumbre, el paradigma indiciario es intuitivo, elástico,
hace depender buena parte del discurso histórico de la cualidad personal, de la
capacidad individual del historiador para revelar ese pasado. Así admitimos,
junto a Ginzburg, que caben soluciones o afirmaciones puramente conjeturales,
sin ninguna base empírica que las respalde.
Ginzburg llama la atención sobre la existencia
de un milenario paradigma de lo individual, de lo único, de un antiquísimo
método de construcción de conocimiento capaz de obtener notables resultados
concretos, sin recurrir a la formulación de leyes, generalizaciones,
predicciones o mediciones exactas: se trata del atávico "paradigma de los
indicios" o "paradigma indiciario", al que los cazadores y
rastreadores primitivos han recurrido desde la noche de los tiempos.
Al
igual que los cazadores, el historiador no tiene contacto con su objeto de
estudio. El rastreador debe, por lo tanto, utilizar los menores indicios
dejados por la presa durante su huida -una rama rota, una huella en el lodo, la
corteza de un árbol desgarrada- para reconstruir una realidad de la que no fue
testigo. Los resultados concretos suelen ser sorprendentes: los más hábiles
cazadores son capaces de rastrear el paso de su víctima aún en ámbitos en los
cuales, la mayoría de los mortales, serían incapaces de percibir algo fuera de
lo común.
Pero este antiguo paradigma de lo único -en tanto único e irrepetible
son la huida y los rastros de cada presa- fue ya recuperado a fines del siglo
XIX por tres disciplinas cuyo objeto de estudio, al igual que la historia, son
los fenómenos individuales: me refiero a la historia del arte, a la
criminología y al psicoanálisis.
Entre 1874 y 1876, el italiano Giovanni Morelli dio a conocer un nuevo
método para la identificación de las falsificaciones de cuadros célebres, que
poblaban la mayoría de los grandes museos del mundo. El error de los críticos
consistía en tratar de atribuir los cuadros a cada pintor, analizando las
características más evidentes: la sonrisa de Leonardo, los ojos alzados al
cielo de los personajes de Perugino, etc. Pero, por evidentes y conocidas,
estas características eran precisamente las más fáciles de imitar. Giovanni
Morelli creía, en cambio, que las falsificaciones debían detectarse observando
los detalles menos trascendentes de cada cuadro, aquellos menos influidos por
la escuela pictórica a la que el artista pertenecía, aquellos rasgos
estereotipados que cada artista -original o falsificador- incorpora de manera
automática, casi inconsciente, en su técnica de dibujo: los lóbulos de las
orejas, las uñas, los dedos de manos y pies. Estos datos marginales son
reveladores porque constituyen los momentos en los que el control del artista se
relaja y cede su lugar a impulsos puramente individuales, "que se le
escapan sin que él se de cuenta". De este modo, Morelli descubrió y
catalogó la forma de oreja característica de Botticelli, de Leonardo, de
Rafael, etc., rasgos que se encuentran en los originales, pero no en las
copias. El crítico italiano pudo, pese a las críticas que recibía su método,
proponer decenas de nuevas atribuciones en algunos de los principales museos de
Europa, demostrando que muchas telas habían sido durante siglos falsamente
identificadas con determinados artistas clásicos.
En
las décadas de 1880 y 1890, el escritor inglés Arthur Conan Doyle (1859-1930)
publicó la mayor parte de las novelas y cuentos cortos protagonizados por su
creación literaria más célebre: el detective privado Sherlock Holmes. Como
afirma Carlo Ginzburg con precisión, el método criminológico de Holmes se
asemeja notablemente al método crítico de Morelli, el que -a su vez- resulta
una versión sofisticada del milenario paradigma indiciario del cazador: se
trataba de observar los menores indicios, aquellos que permanecían invisibles
para la mayoría de las miradas inexpertas y, a partir de ellos, reconstruir con
precisión una realidad a la que el investigador no había tenido acceso: el
crimen en cuestión, su autor y su móvil. Cada vez que Sherlock Holmes llegaba a
la escena de un crimen, actuaba poco menos que como un rastreador que persigue
a su presa en medio del bosque, o como Morelli frente a un cuadro falsamente
atribuido a un artista de renombre (en La carta robada, un cuento de 1844,
Edgar Allan Poe había anticipado ya este método, que luego haría célebre al
investigador creador por Conan Doyle). Pero la sorpresa es aún mayor cuando
descubrimos, de la mano de Carlo Ginzburg, que Sherlock Holmes aplica en una
ocasión el mismísimo método de Morelli: a partir de la observación de unas
orejas, enviadas como macabro obsequio en una encomienda, descubre indicios de
importancia para la resolución de un crimen. En La aventura de la caja de
cartón, de 1892, Holmes explica los fundamentos del paradigma morelliano a un
sorprendido Doctor Watson: "no ignorará Ud., Watson, en su condición de
médico, que no hay parte alguna del cuerpo humano que presente mayores
variantes que una oreja. Cada oreja posee características propias, y se
diferencia de todas las demás. De modo que examiné las orejas que venían en la
caja con ojos de experto (...). Imagínese cuál no sería mi sorpresa cuando, al
detener mi mirada en la señorita Cushing [la dama que había recibido la macabra
encomienda] observé que su oreja correspondía en forma exacta a la oreja
femenina que acababa de examinar. En ambas existía el mismo acortamiento del
pabellón, la misma amplia curva del lóbulo superior, igual circunvolución del
cartílago interno. Era evidente que la víctima debía ser una consanguínea,
probablemente muy estrecha, de la señorita Cushing".
Pero no sólo Conan Doyle parece haber sido influido por el método
indiciario de Morelli, "cazador de falsificaciones". En El Moisés de
Miguel Ángel, un ensayo publicado en 1914, Sigmund Freud reconocía el impacto
que los ensayos de Morelli le habían causado, mucho antes de que formulara el
método psicoanalítico. No resulta casual: ¿acaso los detalles mecánicos que
resultan únicos en cada dibujante, observados por Morelli, no guardan semejanza
con los pequeños gestos inconscientes que revelan nuestro carácter en mayor
grado que cualquier otra actitud consciente, según postula el médico vienés?
Freud es muy explícito al respecto: "nombrado senador del reino, Morelli
murió en 1891. Yo creo que su método se halla estrechamente emparentado con la
técnica del psicoanálisis médico. También ésta es capaz de penetrar cosas
secretas y ocultas a base de elementos poco apreciados o inadvertidos, de
detritos o "desperdicios" de nuestra observación". Los detalles
que habitualmente se consideran como poco importantes, o sencillamente
triviales, proporcionaban la clave para tener acceso a las más elevadas
realizaciones del espíritu humano -en el caso del artículo de Freud que
comentamos, El Moisés de Miguel Ángel.
Morelli y Freud -como antes Sherlock Holmes y el rastreador primitivo-
tienen en común un mismo paradigma: la postulación de un método interpretativo
basado en lo secundario, en los datos marginales considerados reveladores, que
permiten reconstruir con un elevado grado de plausibilidad una realidad sobre
la que el investigador no tiene acceso directo: el desesperado escape de una
presa, el atelier de un falsificador, la ejecución de un crimen, lo profundo
del inconsciente humano. Con sus limitaciones y posibles fracasos, estas
actividades logran resultados de innegable valor: muchos rastreadores logran
dar alcance a sus perseguidos, muchos cuadros falsos son detectados, muchos
criminales son descubiertos, muchos secretos inconscientes salen a la luz
definitivamente.
En
ninguno de estos casos se ha recurrido al paradigma científico-matemático de
las ciencias duras. En ninguno de estos casos se trata de predecir con eficacia
absoluta, de formular leyes, de detectar generalidades y repeticiones, con
medir con precisión. El paradigma indiciario no es un paradigma de lo universal
sino un paradigma de lo particular. Una cientificidad de lo individual es
entonces posible:
Los escasos documentos escritos, los restos materiales dispersos, las
primitivas manifestaciones iconográficas, los destruidos testimonios
arquitectónicos, son para el historiador lo que las ramas rotas para el
rastreador, los dibujos de las orejas para el crítico de arte, la escena del
crimen para el detective y los actos fallidos para el psicoanalista.
El historiador que, como el criminólogo, el
psicoanalista, el crítico de arte y el rastreador primitivo, reúne indicios de
una realidad sobre la que no tiene ni tendrá acceso directo -el pasado del
hombre-, tiene entonces más en común con Sherlock Holmes y Sigmund Freud que
con Galileo Galilei o Isaac Newton.
Prof. Fabián A. Campagne
Este modelo epistemológico va a oponerlo al
más tradicional, que él llama el de la "física galileana". El cuadro
que presentamos a continuación da cuenta del contrapunto planteado por Ginzburg
entre el paradigma indiciario y el paradigma de la física galileana, que él
ubica como punto de partida de la física moderna (7):
OPOSICIÓN DE PARADIGMAS DE INVESTIGACIÓN
Paradigma "de la física
galileana" Paradigma
"indiciario"
Prioriza lo repetible, medible y comunicable;
las generalizaciones; las coincidencias Prioriza lo irrepetible; lo singular;
lo original; lo sorprendente
Lo cuantitativo Lo cualitativo
Interés en lo universal, en la regla; descarta
las características sólo individuales Interés en lo individual, en el caso
Estudio de lo típico Estudio de lo excepcional
Ginzburg en dicho trabajo sostiene que el
nacimiento de este paradigma indiciario, la raíz de su "genealogía",
se remonta a nuestros primitivos antepasados cazadores. Su origen hay que
buscarlo bien atrás en la historia o, más precisamente, en la prehistoria.
Según Ginzburg, la raíz de este paradigma está en la remota época en que la
humanidad vivió de la caza. Los cazadores en algún momento aprendieron a
reconstruir el aspecto y los movimientos de una presa invisible, a través de
sus rastros: huellas en terreno blando, ramitas rotas, excrementos, pelos o
plumas arrancados, olores, charcos enturbiados, hilos de saliva. Aprendieron a
observar, a dar significado y contexto a la más mínima huella. Sucesivas
generaciones de cazadores enriquecieron y transmitieron este patrimonio de
saber. "Rastros" de este saber nos llegan aún por medio de los
cuentos populares en los que a veces se transporta un eco - débil y
distorsionado- de lo que ellos sabían. A este tipo de saber Ginzburg lo llama
"saber venatorio": su rasgo característico era la capacidad de pasar
de hechos aparentemente insignificantes, que podían observarse, a una realidad
compleja no observable, por lo menos directamente. Y estos hechos eran
ordenados por el observador en una secuencia narrativa, cuya forma más simple
podría ser: "alguien ha pasado por aquí". Esta característica del
saber venatorio, de los rastreadores, de armar una narración, permite marcar
una diferencia con lo que va a situar en términos de "adivinación".
La adivinación, también será planteada como otro sesgo desde donde pensar este
remoto origen del paradigma indiciario. Hay un nexo entre las primeras
articulaciones simbólicas que el hombre hizo en su intento de predecir
acontecimientos (desde lo que algunos han catalogado como "pensamiento
mágico") y lo que en la actualidad denominamos "conjeturas". Con
respecto a las diferencias entre el saber del cazador-rastreador y el adivino,
Ginzburg señala que el modo de "narración" del primero, se opone al
"conjuro" propio del otro.
Remitiéndonos a los textos de la adivinación
en la Mesopotamia ,
alrededor del tercer milenio A. C. podemos señalar ciertas coincidencias: ambos
modelos requieren un examen minucioso de lo real, para descubrir huellas de
acontecimientos que el observador no puede experimentar directamente.
Excrementos, pisadas, pelos, plumas, en un caso; vísceras de animales, gotas de
aceite en el agua, astros, gestos involuntarios, en el otro. Lo interesante es
que, para sorpresa de muchos, la adivinación - mesopotámica en este caso- tiene
también todo un método perfectamente puntuado, específico: pasos a seguir, etc.
Para ilustrar y acercarnos a este "método", nos remitiremos a un
artículo del destacado asiriólogo A. L. Oppenheim, quien para comprender la
adivinación mesopotámica considera esencial…
"... ver en ella una "ciencia",
es decir un deseo de hacer frente a la realidad, deseo dotado con la misma
seriedad de propósito y con la misma aspiración global innata que caracteriza a
ese aspecto de nuestra moderna relación con la realidad que llamamos ciencia.
El saber de la adivinación mesopotámica está
codificado en extensas colecciones compuestas por unidades muy formalizadas de
una sola frase que nosotros, los asiriólogos, llamamos agüero. Cada agüero se
compone de una prótasis, en la que se describe el rasgo o el acontecimiento
ominoso, y una apódosis, que ofrece una predicción. La prótasis trata de
observar los aspectos específicos y objetivos de la realidad crítica y
sistemáticamente, y de describirlos. Además, tanto la observación como la
descripción, están notablemente desprovistas de actitudes irracionales, de
explicaciones a priori y de referencias a agentes divinos (...) Las
observaciones (...) que reducen los hechos complejos a subunidades
inequívocamente enunciables (...) reflejan una actitud consecuentemente
racional que quizás no tenga otra que se le iguale en la literatura
mesopotámica" (8).
En la literatura de los adivinos mesopotámicos
se puede captar que surge, de a poco, una gradual intensificación de la
tendencia a generalizar a partir de hechos básicos, pero esto no eliminó la tendencia
a inferir las causas de los efectos. O sea, la convivencia entre mantener esta
manera de inferir causas a partir de los efectos y también ir pudiendo formar
generalizaciones.
Entonces, lo que plantea Ginzburg es que todo
esto representa un paradigma común en el conocimiento mesopotámico general, y
no solamente en la adivinación. Un enfoque que implicaba el análisis de casos
particulares, que podían reconstruirse sólo a través de huellas, síntomas o
indicios. De modo similar los textos legales no consistían en enumerar leyes y
ordenanzas sino que debaten un cuerpo de casos reales. Es decir, siguen
manteniendo el valor de la singularidad. Entonces sí es legítimo hablar, en
este caso, de un "paradigma indiciario o adivinatorio" que aparece como
denominador común en la cultura mesopotámica. Que puede ser orientable hacia el
futuro, como por ejemplo en la adivinación propiamente dicha; hacia el pasado,
como en la
Jurisprudencia o el conocimiento legal; e incluso hacia el
pasado, presente y futuro, tal como podríamos situar en la ciencia médica en su
carácter diagnóstico - aplicado al pasado y al presente- y el pronóstico - en
el que se aventura al futuro. Este paradigma pasaría luego por el tamiz de la Grecia Antigua y
seguiría subsistiendo por ejemplo en la medicina hipocrática.
Referencias sobre la práctica de la medicina
hipocrática en Grecia, entre los siglos V y IV A. C., las encontramos en los
llamados textos del Cuerpo Hipocrático, el cual está conformado por más de 50
tratados completos que genéricamente fueron asignados al gran médico del siglo
V, Hipócrates, aunque se supone que muchos de ellos fueron escritos por sus
discípulos. Allí encontramos, entre otras cosas, escritos sobre cirugía,
ginecología, dietética, etc.; registros diarios de clínica práctica; y notas y
disertaciones sobre diversos temas relacionados con la inquietud médica de esa
época. Sin embargo, los tratamientos mencionados son muy pocos y de carácter
general, deduciéndose de ello - en la opinión de Lloyd (9)- que el papel del médico
era por entonces más frecuentemente preventivo.
Uno de los principales objetivos de estos
pioneros de la medicina fue lograr la aceptación en la comunidad de que las
enfermedades eran fenómenos naturales cuyas causas eran asimismo naturales, y
no divinas. Como puede apreciarse en dichos textos, hay un esfuerzo explícito
de los médicos hipocráticos orientado a sentar las bases de una observación más
objetiva, sin prejuicios o presupuestos filosóficos, que pudiera a su vez
servir de guía en su práctica e investigaciones. En apoyo de esta postura,
algunos de ellos protestan en sus escritos contra el traslado de conceptos y
teorías filosóficas a la medicina; por ejemplo, en Sobre la medicina antigua,
el autor condena a aquellos que se fundamentan en supuestos teóricos como
"lo frío", "lo caliente", "lo seco", "lo
húmedo", dado que - en su opinión- "restringen el principio de las
causas de las enfermedades". La medicina, dice, es un arte, techne, y el
tratamiento del enfermo no es una cuestión azarosa, sino que implica habilidad
y experiencia.
Sin embargo, siguiendo la lectura de estos
tratados puede advertirse cómo, a pesar de que se proponen una observación y
descripción objetiva, despojada de presupuestos filosóficos, no pueden evitar
volver a recaer en ellos: poco más adelante, en este mismo tratado se referirá,
para ejemplificar las diversas cosas que existen en el cuerpo, a "lo
salado", "lo dulce", "lo ácido", "lo
astringente". Por lo que podemos decir que, a pesar de sus postulados,
parecen acercarse bastante a doctrinas filosóficas como la de Anaxágoras (445 a .C.). Esta superposición
involuntaria de las teorías filosóficas filtrándose en la explicación médica
aparece en varios de los tratados mencionados. Sin embargo, podemos destacar al
menos tres rasgos diferenciales y novedosos:
1) Los hipocráticos empiezan a apuntar a las
"cuestiones de método" para diferenciarse de la especulación
filosófica de su época.
2) El tener en vista una finalidad práctica -
el tratamiento del enfermo -, los lleva a confrontarse con la clínica y
analizar casos individuales.
3) La implementación de su concepto central de
síntoma (semeion) es articulado al método de observación y descripción como
modo de abordar lo inobservable (la enfermedad en sí).
El silenciamiento de este paradigma, es decir,
el hecho de que haya subsistido meramente en forma implícita, se ha debido en
opinión de Ginzburg a que "quedó eclipsado por completo por la teoría
platónica del conocimiento, que dominaba en círculos de mayor influencia y tenía
más prestigio". y a pesar de tan vigorosos poderes en contrario, esas
primeras experiencias han tenido evidentemente la suficiente fuerza como para
alcanzar a sentar los fundamentos de una "semiología médica" que se
sostuvo en el tiempo y tardó mucho en ser superada.
Para Ginzburg, más allá de lo particular de su
aplicación a la ciencia médica, lo importante es situar en la medicina
hipocrática la prevalencia de un paradigma científico -el indiciario- que a
pesar de todo siguió sosteniéndose de diversas formas en nuestra cultura hasta
que llegó lo que él denomina "una cesura decisiva": momento
determinado por la aparición de un nuevo paradigma científico basado en la
física de Galileo (1564-1642) - el cual, además, ha resultado más duradero que
ella misma:
"Aunque la física moderna encuentre
difícil definirse a sí misma como galileana (lo cual no significa que haya
renegado de Galileo), la importancia de éste para la ciencia en general, tanto
desde una perspectiva epistemológica como desde una perspectiva simbólica,
permanece inalterada…".
Aquí es preciso situar que, evidentemente,
ninguna de las disciplinas que hemos llamado indiciarias - ni siquiera la
medicina- cumpliría los requisitos exigidos por los criterios de inferencia
científica esenciales en el paradigma de Galileo. ¿Por qué? Porque todas estas
disciplinas - tal como señala Ginzburg- "…tenían por objeto, ante todo, lo
cualitativo, el caso o situación o documento individuales en cuanto
individuales". Esto implica que, sobre sus resultados, había siempre un
elemento de azar; basta con recordar la prevalencia de la conjetura - vocablo
cuyo origen latino radica en la adivinación- en la medicina, la filología y en
la "adivinación" misma.
Entonces, volvemos a aquello que situáramos al
comienzo bajo la denominación de las "ciencias conjeturales", y que
surge como oposición al paradigma de la física moderna; la cual, si bien supera
- como decíamos- a la física de Galileo, no se va a apartar de sus cánones
básicos: la tendencia a priorizar lo general, incluso a veces descartar las
características individuales para sólo localizar lo que se repite como general,
lo cuantitativo, lo repetible, lo medible; el estudio de lo típico, en
oposición de lo excepcional. Entonces, habría una decisión a tomar según se
elija uno u otro paradigma, que implicaría dejar de lado todo un aspecto de la
investigación. Ahora bien, si se opta por un modelo, y se descarta avanzar
sobre la otra parte de la cuestión… algo se perdería irremediablemente. ¿Es
posible atravesar esta dificultad, y conciliar en un trabajo de investigación
científica lo universal y lo singular? Este es un interrogante que dejaremos
planteado.
El paradigma indiciario, a su vez, se fue
ramificando en distintas disciplinas. Podemos observarlo, por ejemplo, en el
arte de los Bibliotecarios del Vaticano para lograr descubrir de qué fecha
databan ciertos manuscritos del griego o del latín, reconocer su autenticidad o
localizar - o conjeturar- a qué autor pertenecía cada texto. Otro interesante
ejemplo son los estudios que comienzan a realizarse sobre los caracteres en la
escritura: se trata de "expertos" que se pusieron a estudiar cómo era
el enlace de una letra a otra, o los estilos, o las particularidades del
"dibujo" de la letra, a partir de lo cual iría a surgir el concepto
de "carácter", al enlazarse el "carácter" de la letra y
"la personalidad" del escritor. Momento que marca el nacimiento de la
ciencia llamada "Grafología"; también tenemos la
"Filología"; etc.
Podemos citar aquí otra importante referencia
de Ginzburg en lo que hace a los "precursores" de las ciencias
conjeturales: se trata de Giulio Mancini, contemporáneo de Galileo y médico
principal del papa Urbano VIII, quien fuera también especialista en arte. Él es
quien inicia lo que se llamaría después el arte del "entendido": el
entendido en pintura, el entendido en arte... Mancini también escribió un libro
- especialmente dirigido a los nobles y asiduos concurrentes a las exposiciones
de pintura antigua y moderna que se celebraban todos los años en el Panteón -,
en cuya parte más original establece un método para reconocer pinturas,
identificar falsificaciones, y distinguir las copias de los originales.
"Así, el primer intento de establecer la categoría de entendidos
(connoisseurship), como se la llamaría un siglo más tarde, lo realizó un médico
famoso por sus brillantes diagnósticos, quien al visitar a un paciente
"podía adivinar" (divinabat) de una rápida ojeada el resultado de la
enfermedad (Eritreo; 1692) (10)". Lo más interesante, más allá del método
de Mancini, es la suposición que allí se pone en juego: "El hecho de que
una pintura sea, por definición, única, irrepetible…" (11).
V. Arte, Detectives y Psicoanálisis: La Búsqueda de los Indicios
Singulares, Irrepetibles o Inconscientes
Decíamos que Mancini fue, además de médico,
uno de los creadores del género de los entendidos en el arte pictórico, y que
incluso escribió un tratado para identificar la autoría de las pinturas. Pues
bien, siguiendo las pistas halladas y transmitidas por Ginzburg, llegamos a
otro médico italiano - asimismo entendido en pinturas -, pero ahora en el siglo
diecinueve. Se trata de Giovanni Morelli, quien entre 1874 y 1876 publica un
tratado con el que se hace famoso: "un nuevo método para la atribución
correcta de las pinturas de los viejos maestros" (12), que suscita con su
aparición mucha discusión y controversia con otros historiadores del arte, de
línea más clásica. Morelli hace notar allí que los museos estaban llenos de
pinturas atribuidas de manera errónea. Asignarlas correctamente -dice- es a
menudo muy difícil, porque con frecuencia son pinturas sin firma, o han sido
repintadas, o restauradas de manera deficiente. En consecuencia, distinguir una
copia de un original no es tarea sencilla. Lo que él propone, entonces, es que
hay que abandonar la tendencia habitual a privilegiar las características más
obvias de una pintura, ya que éstas son las más fáciles de imitar. Habrá que
concentrarse en cambio en los detalles menores, especialmente en los menos
ligados al estilo típico de la escuela del pintor. Los elementos a prestarles
especial atención serían entonces, por ejemplo, los lóbulos de las orejas, las
uñas, la forma de los dedos de las manos y de los pies... Así, Morelli
identificó la peculiar forma de pintar las orejas en maestros como Bramantino,
Cosme Turá, Fra Filippo, Signorelli, Boticelli - por citar algunos -, tal como
este elemento aparece en las pinturas originales, pero no en las copias: las
orejas de las pinturas de Boticelli, no coinciden con las de ningún otro pintor.
Esto le permite atribuir en forma correcta las obras correspondientes a cada
autor según esos rasgos característicos, descartando aquellas que no los
tienen. Edgard Wind, que es el historiador del arte a quien debemos - según
Ginzburg- el renovado interés por la obra de Morelli, resume la peculiaridad de
su método de este modo:
"Los libros de Morelli tienen un aspecto
distinto de los de cualquier otro historiador del arte. Están llenos de
ilustraciones de dedos y de orejas, de meticulosas descripciones de las
características triviales que descubren a un artista, del mismo modo que las
huellas digitales descubren a un delincuente…cualquier galería de arte
estudiada por Morelli acaba pareciendo una galería de bribones…".
Podemos situar, a partir de este comentario,
la similitud del método de Morelli con los procedimientos de Sherlock Holmes:
para ello, basta recordar las "monografías" sobre diversos temas a
las que se hace referencia en forma frecuente en sus aventuras. Hay un caso,
sin embargo, en el que la analogía puede señalarse de manera inequívoca, dado
que va a resolverse precisamente a partir de la identificación de una oreja
(13). La explicación del caso que le brinda el detective a Watson nos aporta
una buena ilustración:
"Usted, Watson, como médico sabe que no
hay parte del cuerpo humano que varíe tanto como la oreja. Por regla general
cada oreja es completamente distinta y difiere de todas las demás... imagínese
pues mi sorpresa cuando al mirar a la señorita Cushing me di cuenta de que su oreja
se correspondía exactamente con la oreja femenina que acababa de
inspeccionar".
Con lo cual Holmes infiere que la pobre
persona que perdió las orejas es un pariente directo de la señorita Cushing,
permitiéndole esto orientar sus pasos posteriores.
Al detalle de las orejas, que manifiesta una
relación literaria entre Conan Doyle y Morelli, pueden sumarse ciertos indicios
que permiten suponer la posibilidad de que haya habido una relación real entre
ellos, pero no nos extenderemos sobre esto aquí.
Por otra parte, Morelli también se vincula a
Freud, siendo su influencia explicitada por éste mismo en 1914, en su trabajo
sobre El Moisés de Miguel Ángel:
"Mucho antes de que pudiera enterarme de
la existencia del psicoanálisis, supe que un conocedor ruso en materia de arte,
Ivan Lermolieff, había provocado una revolución en los museos de Europa
revisando la autoría de muchos cuadros, enseñando a distinguir con seguridad
las copias de los originales y especulando sobre la individualidad de nuevos
artistas, creadores de las obras cuya supuesta autoría demostró ser falsa.
Consiguió todo eso tras indicar que debía prescindirse de la impresión global y
de los grandes rasgos de una pintura, y destacar el valor característico de los
detalles subordinados, pequeñeces como la forma de las uñas, los lóbulos de las
orejas, la aureola de los santos y otros detalles inadvertidos cuya imitación
el copista omitía y que sin embargo cada artista ejecuta de una manera
singular. Luego me interesó mucho saber que bajo ese seudónimo ruso se ocultaba
un médico italiano de apellido Morelli. Falleció en 1891 siendo senador del
Reino de Italia. Creo que su procedimiento está muy emparentado con la técnica
del psicoanálisis. También este suele colegir lo secreto y escondido desde unos
rasgos menospreciados o no advertidos, desde la escoria -"refuse"- de
la observación" (14).
Cabe recordar que al igual que Mancini,
Morelli también era médico, coincidencia compartida con Freud y Conan Doyle.
Por otra parte, es de destacar que el encuentro de Freud con las ideas de
Morelli se sitúa en la prehistoria del psicoanálisis. Y la importancia del
mismo para Freud radica en el hecho de descubrir un método interpretativo que
se basaba en la consideración de los detalles marginales e irrelevantes como
indicios reveladores, detalles que hasta entonces todo el mundo consideraba
triviales y carentes de importancia. Según Morelli, esos detalles marginales
resultaban reveladores porque desaparecía en ellos la subordinación del artista
a las tradiciones culturales, dando paso a una manifestación puramente
individual, repitiéndose de modo "casi inconsciente, por la fuerza de la
costumbre". Lo que más sorprende en esta cita, es la manera en que se
vincula el núcleo más íntimo de la individualidad del artista -¿el
"estilo" (15)?- con elementos sustraídos al control de la conciencia.
Se marca entonces una coincidencia entre los tres - Morelli, Holmes y Freud-
respecto de que son precisamente los más descuidados detalles los que encierran
la clave para acceder a una realidad más profunda que, de lo contrario, sería
inabordable. Para Morelli serían ciertos rasgos pictóricos; para Holmes, serán
las pistas e indicios involuntariamente imprimidos por el "autor" en
la escena del crimen; y para Freud, serán los síntomas neuróticos, los actos
fallidos, los sueños y, en términos generales, todo aquello que pasaría a
designar como "las formaciones del inconsciente".
Si uno se detiene en el anterior artículo
citado de Freud, a poco de analizarlo, advertirá que también nos brinda una
primera luz para el análisis de su método, ya que él allí no sólo elogia el
procedimiento de Morelli sino que lo pone en práctica, articulándolo con el
saber alcanzado hasta ese instante por la experiencia analítica y realizando,
además, una verdadera "abducción", a partir de ciertos detalles - en
apariencia insignificantes- del Moisés, la inmortal escultura de Miguel Angel.
En particular, Freud se detiene en la postura de los dedos de la mano, en los
pliegos de la barba y la posición en que están sostenidas por el patriarca las
"tablas de la ley", y desde allí conjeturará un instante previo en el
que Moisés, dominado por la furia, intenta levantarse de su asiento para
dirigirse contra el pueblo, haciendo peligrar las tablas que hasta ese momento
reposaban derechas, sostenidas por su mano izquierda; y luego sí, el momento
elegido y esculpido por Miguel Angel, donde refrena y domina sus impulsos, para
contenerse y asegurar con su otra mano - la derecha- las tablas de la ley, que
como resultado de esa maniobra quedan dadas vuelta. Pero Freud no se detiene
aquí, sino que se propondrá luego llegar a develar cual fue la motivación e
intencionalidad del autor en la composición de su obra (16).
Como venimos señalando, un importante punto de
contacto entre Freud, Conan Doyle y Morelli, por el simple hecho ser médicos,
es la relación de todos ellos con la semiología médica, que se sostiene en el
mismo paradigma que situáramos respecto de los médicos hipocráticos, y que
permite establecer un diagnóstico aún cuando la enfermedad no pueda observarse
directamente, a partir de ciertos síntomas superficiales, o signos a menudo sin
ninguna relevancia para el ojo del lego. En las historias de Holmes, no
obstante, podemos ubicar una pregunta muy interesante: ¿qué diferencia el
saber-observar y diagnosticar entre Holmes y Watson? ¿Por qué la mirada del
médico aparece allí imposibilitada de ver aquello que el detective, sin
embargo, percibe con toda claridad? ¿Es que, en algunos casos, el
saber-observar-diagnosticar no se aprende en la universidad? ¿O no es un
saber-universalizable-universidizable?
VI. Relación entre Saber y Verdad:
Implicaciones sobre el Rigor Científico y la Lógica
Para comenzar a responder el interrogante de
arriba, vamos a volver a aquello que inicialmente situáramos a manera de tesis:
la imposibilidad en la estructura misma de cualquier sistema de Saber de lograr
ser completo, de ser capaz de explicarlo todo. Para esto retomaremos lo abierto
en las citas de Lacan en el punto III, a fin de ver si podemos ubicar en esas
fallas de los saberes instituidos (lo aprendido en los manuales, en la
universidad como saber universalizable, etc.) la emergencia de una verdad que
excede el conocimiento aprendido previamente.
En relación a los paradigmas que venimos siguiendo
se va a ir delineando, al acercarnos a nuestros días, el siguiente contrapunto:
mientras que la ciencia de inspiración galileana buscará perfeccionar cada vez
más los métodos de comunicación y de medición, el problema que permanece
abierto para las ciencias indiciarias radica en la dificultad de una
axiomatización y transmisión de su método, por ejemplo en términos de una
descripción, de un catálogo, o de un manual. Lo cual mantiene abierta la
discusión sobre sus fundamentos y su legitimidad científica: por un lado, los
"saberes" desarrollados por las disciplinas indiciarias resultaban
ser más ricos que lo escrito sobre el mismo tema por cualquier autoridad
"oficial". Es decir, determinadas cosas no se aprendían en los
libros, sino de oídas, en la práctica, observando hacer al que sabe. Apenas si
podría darse una explicación formal a sus sutilezas; las que con mucha
frecuencia, por otra parte, no podrían traducirse en palabras. Tales
conocimientos pasaban más bien a ser el legado, en parte común, en parte
diversificado, de hombres y mujeres de todas las clases cuyos
"saberes" estaban enhebrados por un mismo hilo, puesto que todos
ellos nacían de la experiencia de lo concreto e individual. En este contexto,
¿cómo se sitúa la Medicina ?
Ginzburg se inclina a pensar que entre todas esas disciplinas indiciarias quizá
ella fue la que logró una mayor codificación y sistematización de su saber. El
problema se plantea cuando se intenta forzar al extremo su pertenencia al otro
campo, al de las llamadas "ciencias positivas. Sigamos avanzando. Si
miramos hacia atrás, e intentamos alcanzar una visión panorámica de este
paradigma, notamos que él ha tenido distintos nombres: se lo ha llamado
alternativamente "venatorio", "adivinatorio", "indiciario"
o incluso "semiótico". Cabe aclarar, sin embargo, que estos adjetivos
no son sinónimos, sino más bien descripciones aproximativas: cada una de las
cuales pone el acento en alguna característica particular, relativa al contexto
en que se desarrolla. Sin embargo, todos estos términos nos remiten a un modelo
epistemológico común, articulado en disciplinas diversas vinculadas a menudo
entre sí por métodos o palabras claves tomadas en préstamo. Ginzburg señala,
además, que entre los siglos XVIII y XIX, con la aparición de las "ciencias
humanas", la constelación de las disciplinas indiciarias sufre un cambio y
un reagrupamiento. El psicoanálisis también sería para él subsidiario de este
paradigma, ya que se basa en la hipótesis de que cosas aparentemente
insignificantes pueden revelar fenómenos profundos y significativos. En aval de
esta afirmación, basta recordar el trabajo de Freud sobre el Moisés. Ahora
bien, retomando el hilo de nuestros pensamientos, llegamos al siguiente
interrogante: ¿cuál es el núcleo del paradigma "indiciario o
semiótico"? Lo que hallamos en su centro es el postulado de que la
realidad, al menos en ciertos aspectos, se nos presenta bien opaca; pero
existen ciertos puntos privilegiados - indicios, síntomas (17)-, que nos harían
posible descifrarla. La formulación de Lacan respecto a la escisión entre saber
y verdad permite aprehender la legitimidad de este postulado, puesto que ha
sido el fundamento de las ciencias conjeturales: allí donde saber y verdad no
pueden unirse va a hacer falta, necesariamente, una ciencia conjetural. Veamos
por ejemplo cuál es el estatuto del síntoma. El síntoma irrumpe en Un Saber
como algo que él mismo no puede explicar; porque, entre otras cosas, al mismo
tiempo él lo pone en cuestión. Por eso, podemos visualizar topológicamente al
síntoma como un agujero en el saber, que abre por otra parte la posibilidad de
que surja Una Verdad; verdad que, hasta ese momento, ese mismo saber venía
obturando.
Ahora bien: ¿es el rigor científico compatible
con el paradigma indiciario? El pretendido rigor de las ciencias exactas quizás
sea inalcanzable, e incluso indeseable para las formas de conocimiento más
ligadas a nuestra experiencia cotidiana o, para ser más precisos, a todo
contexto donde el carácter único e irremplazable de los datos sea decisivo para
quienes allí están implicados. Ginzburg, en un intento de dar cuenta
conceptualmente de esta particularidad de las ciencias indiciarias, introduce
el concepto de "rigor elástico" (18). Por otra parte, y en relación a
la insistencia en el recurso a la lógica, podemos traer a colación un texto
reciente sobre la práctica médica que hace una posible puntuación de lo que
sucede cuando se efectúa un diagnóstico:
"La tarea del médico es procurar sanar al
enfermo y prevenir que el sano enferme. Es decir, es un fin práctico el que se
busca. (…) al médico son presentados como "sorprendentes" los
síntomas que preocupan al enfermo, que se constituyen para él en resultados.
(…)Seguidamente, el médico toma nota de estos y trata de encontrar un diagnóstico
en el que se sinteticen los Resultados que le son presentados. Esto solo es
posible si encuentra una Regla que pueda explicar los Resultados que se le
presentan. Es decir, el médico debe acudir a ciertas creencias ya fijadas para
dar cuenta de lo que le sucede al paciente. Como sólo tenemos Reglas y
Resultados, lo que queda es inferir el Caso. Y esto, como lo hemos visto, es
una abducción…un diagnostico médico solo puede postularse por vía abductiva
(19)".
Entonces, para poder pensar desde la lógica la
operación diagnóstica, no basta quedarse con la idea de que los únicos modos de
inferencia lógica son la inducción y la deducción, sino que hace falta un
sistema lógico más amplio. En el caso citado, se ha recurrido al ofrecido por
Chlarles S. Perice, quien rescató y puso en primer plano lo que para él es el
tercer tipo de inferencia en toda producción de conocimiento: la abducción.
Lacan, por su parte, en un momento que
situamos en la última época de su enseñanza, señala: "...yo nunca busqué
ser original, busqué ser lógico" (20). No sorprende entonces que bajo el
título "Lógica del fantasma" haya dictado todo un seminario.
Retomemos la cita de Lacan que situábamos al inicio, en el llamado Discurso de
Roma (21): "…no parece ya aceptable la oposición que podía trazarse de las
Ciencias Exactas con aquellas para las cuales no cabe declinar la apelación de
conjeturales". Se señalaba que no habría tal oposición, ya que "la
exactitud se distingue de la verdad, y la conjetura no excluye el rigor".
Y si la ciencia experimental toma de la matemática su exactitud, su relación
con la naturaleza no deja por ello de ser problemática.
Se tratará entonces de utilizar una lógica
acorde al objeto que investigamos, situar qué estatuto tiene la verdad que
buscamos, y establecer los parámetros que garantizarían la aplicación de
conjeturas basadas en un criterio de rigor.
VII. Sobre la Conjetura y su
Utilización en las Ciencias
Luego de este recorrido, y tomando junto con
Peirce a la conjetura como un modo de abducción, podríamos decir en realidad
que la conjetura-abducción es rastreable en todas las disciplinas científicas.
Si en alguna de ellas es difícil encontrarla, o no es utilizada en su
"practica cotidiana", sí en cambio la encontraremos en la forma en
que se fueron produciendo sus avances científicos, prácticos o teóricos. Es
difícil sostener que haya una ciencia - o alguna praxis que aspire a la
cientificidad- que no recurra en determinado momento a la conjetura, a la
inferencia abductiva. Como plantea, por ejemplo, la Epistemología Dialéctica ,
una cosa es el método de validación, y otra cosa es el método de
descubrimiento; aunque toda ciencia requiere de ambos. El primero está
orientado fundamentalmente por la inferencia deductiva. En cambio el segundo
requiere además de inferencias inductivas y abductivas, siendo estas últimas
las que comandan la orientación del resultado. Es por eso que podemos decir que
ni la mismísima Física Moderna puede prescindir de la abducción, ya que se
desarrolla y avanza gracias al planteo de conjeturas que, luego sí, trata de
verificar, sostener o rectificar con experiencias. Incluso la matemática
requiere de ella, tal como puede verificarse (22) si uno se adentra en los
procesos de invención (heurísticos) de los matemáticos. Por lo tanto, la conjetura
no es privativa de una práctica o ciencia especial. Es un recurso esencial del
pensamiento creativo que, como lo muestra Ginzburg, estuvo presente mucho
tiempo antes de la constitución de las "ciencias", las que jamás han
podido desprenderse de ella, dado que sus "avances" y descubrimientos
siguen necesitando de un primer paso "conjetural" que, en todo caso,
será luego sometido a los rigores de la ciencia. Y quizás no sea vano citar a
un epistemólogo "clásico" para la defensa del rigor científico de la
conjetura:
"Sería un grave error concluir que la
incerteza de una teoría, es decir, su carácter hipotético o conjetural,
disminuye de algún modo su aspiración implícita a describir algo real. (…)
Debemos recordar ante todo que una conjetura puede ser verdadera y, por lo
tanto, describirnos un estado de cosas real. En segundo lugar, si es falsa,
entonces contradice a un estado de cosas real (descrito por su negación, que
será verdadera)" (23).
Lo que sí creemos que diferencia a unas
prácticas de otras - sean consideradas ciencias o no- es la forma en que esos
procesos conjeturales son utilizados. Advertimos que hay diferencias
significativas a este respecto. Por un lado, hay disparidad en el "valor
que se le asigna a una inferencia abductiva: por ejemplo, el adivino que a
partir del sueño de un general le predice sin más el resultado de la batalla
que se avecina, juega a darle a su interpretación onírica un valor de certeza.
En cambio, el psicoanalista que interpreta el fragmento de un sueño de su
analizante, sabe que el valor de sus conjeturas sólo se verificará o no a
posteriori, a partir de las asociaciones subsiguientes del soñante. Otra
diferencia puede advertirse en el modo en que se alcanza o se construye una
abducción o conjetura, es decir, cuál es el método o el criterio por el cual se
elige una hipótesis y no otra como explicación de un problema. Freud - al igual
que Holmes- señalaba la conveniencia de no partir de una sola hipótesis para
explicar un fenómeno, sino que conviene tener siempre varias hipótesis
distintas, ver hasta dónde llegan, y cotejar si contradicen o no el corpus
teórico que se va armando. Podemos decir que es recomendable partir de más de
un punto de vista argumentativo, o de diversos "tópicos" que luego,
confrontados con la experiencia, puedan comenzar a darle algún crédito a la
abducción que se nos propone (24).
Otro elemento a considerar es cómo se sanciona
que un observable o un dato, es un "indicio": ¿porqué, de toda la
masa de información y de todo el campo de observación de que disponemos sólo
reparamos en algunos datos que, además, sancionamos como indicadores, indicios,
o síntomas de algo que subyace o que aún está oculto para nosotros? ¿Con qué
criterio decidimos que algo es relevante, y desechamos todos los demás datos como
irrelevantes? Creemos que aquí se marca una divisoria de aguas entre las
distintas disciplinas: muchas ya tienen codificado qué es lo que deben buscar,
y adónde. Entonces, la mirada del "practicante" se moldea para
observar sólo aquello que le es indicado por el saber de su práctica, y eso
mismo será lo único que adquirirá valor "indicial". Esto podemos
ilustrarlo en el campo de la
Salud Mental con el célebre manual de clasificación de
enfermedades DSM-IV (o su versión de la
OMS , el CIE-10) (25), que "…intenta ser un manual de uso
universal" sin medir que esta forma de pensar las enfermedades mentales
tiene como consecuencia, en la clínica, la imposibilidad de considerar la
singularidad de un paciente y "la problemática particular de sus síntomas,
en pos de la observación, la descripción y una clasificación tendiente a la
generalización" (26). El psicoanálisis, aquí, va a tomar una dirección
radicalmente distinta, que va a sostenerse claramente desde el inicio en la
obra de Freud: "...La psiquiatría clínica hace muy poco caso de la forma
de manifestación y del contenido del síntoma individual, pero el psicoanálisis
arranca justamente de ahí, y ha sido el primero en comprobar que el síntoma es
rico en sentido, y se entrama con el vivenciar del enfermo" (27). Lo que
distingue la posición del psicoanálisis consiste en el hecho de que su misma
práctica cotidiana - y no sólo los avances de su teoría o paradigmas- consiste
en una permanente investigación, dado que para discriminar los
"indicios" singulares de su objeto no cuenta con códigos determinados
de antemano en ninguna clasificación ya dada. Pero, en realidad, y esta es su
mayor particularidad, debe "sancionar" a algunos datos de entre toda
la información, con el valor de "indiciarios", siendo sostenible
dicho valor sólo para ese caso singular, y no siendo extrapolable para otros, y
a veces ni siquiera para ese mismo paciente en un momento posterior.
"Generalizando" un poco, vemos
esbozarse una oposición de paradigmas respecto del modo de tratar y entender un
síntoma (o sea, que incluso en aquellas disciplinas que comparten su interés
por los "síntomas", encontramos diferencias de posicionamiento): unas
ciencias buscan codificarlo y definirlo en una descripción "precisa"
y a partir de ese momento, lo que no esté nomenclado en dicha definición o
descripción, no se verá. Esto es, hay una asignación de valor indicial
preestablecida, a priori, y por otra parte normativa, que anula la posibilidad
de registrar indicios nuevos. Esta posibilidad sí es mantenida en algunas
practicas y ciencias en su saber-hacer cotidiano, y creemos ver en este punto
la más profunda particularidad dentro del "paradigma indiciario": el
mantener abierto en su práctica habitual el estatuto de lo singular hasta ese
momento no nomenclado. O sea, incluye dentro de las operaciones y técnicas de
su práctica el abordaje metódico de lo "sorprendente", lo imprevisto,
lo anómalo, lo aún no codificado, lo real... Respecto de la observación, en un
caso estará ya orientada y restringida, acotada de antemano; en el otro, en
cambio, tendrá prioridad una observación abierta a descubrir indicios no
codificados o establecidos aún, es decir, a utilizar lo que Peirce llamaba la
"observación abstractiva". Aquí no podemos dejar de mencionar lo que
él articula como "índice" (28), ya que nos permite aproximarnos a la
noción de "indicio" desde la semiótica.
"Un golpe en la puerta es un índice.
Cualquier cosa que concentra la atención es un índice. Cualquier cosa que nos
sobresalta es un índice, en la medida en que marca la conjunción entre dos
porciones de la experiencia. Así, un trueno tremebundo indica que algo
considerable ha ocurrido, aunque no sepamos exactamente qué fue lo que
aconteció. Pero puede esperarse que se conectará con alguna otra
experiencia".
Creemos que estas notas de Peirce resumen los
puntos esenciales que permiten entender lo que tiene de más específico el
paradigma indiciario. Ahora bien, a esta clase de práctica, ¿podemos llamarla
"ciencia de lo singular"? Este quizás pueda ser un sesgo si mantenemos
la diferencia entre singular y particular, donde lo particular sí podría ser
generalizable, entrando en la dialéctica universal-particular , pero lo
singular no sería susceptible de ser incluido en un particular. lo
"singular", siguiendo esta tesis, acaba rebasando siempre a los
"particulares" con los que se lo quiere ceñir. Esto es, al menos, lo
que experimenta el psicoanalista día a día en su clínica y lo que advirtió
Freud desde sus primeros pasos: ahí donde se pretende encapsular en un saber
-universal/particular- al sujeto - singular -, algo desborda, irrumpe,
"reacciona". Lo novedoso, lo nuevo, sólo aparece cuando hacemos
"reaccionar" a lo real, aquello que era hasta entonces desconocido y
estaba fuera de nuestro sistema de saber, y de nuestro universo de
representaciones. Para esclarecer más esta idea, tomaremos prestada una vez más
una frase de Perice: "Lo que no es general es singular; y lo singular es
aquello que reacciona" (29).
No obstante, hay que aclarar que lo singular
no es precisamente algo privativo del psicoanálisis. Pero lo que distingue al
psicoanálisis es que, en su practica cotidiana, su intervención más eficaz es
justamente aquella que va más allá de la dialéctica particular-universal, en
una apuesta a lo real, a lo singular. En esta línea está lo que en los últimos
tiempos ha dado en llamarse "clínica de lo real". Sin embargo, esto
no debe ser tomado en el sentido de proclamar una práctica oscurantista o
iniciática, que se sostendría tan sólo en la intuición del terapeuta. Es por
tal motivo que en los últimos años, muchos psicoanalistas han comenzado a
abordar e intentar conceptualizar y formalizar con mayor rigor esta última
dirección de su práctica.
VIII. El Estatuto de "La Verdad " en las
Ciencias y en el Psicoanálisis: Su Implicancia sobre el Método de Investigación
Para este punto, puede ser útil tomar la
articulación opositiva que en algún momento hace Peirce entre verdad pública y
verdad privada (30). La verdad pública o general, es "La Verdad ", y se arriba a
ella en el transcurso del proceso de pensamiento de la colectividad de mentes,
cuando al fin se llega a una verdad consensuada y admitida por todos. Se parte
de verdades privadas, pero estas se van corrigiendo con el método de indagación
científica, y en la contrastación con los otros científicos, y, poco a poco
todos se van aproximando a una verdad general y universal, exenta de los
errores subjetivos y de los preconceptos que arrastran las verdades privadas.
Esta idea de verdad pública o general, va de la mano de la idea de verdad de la
ciencia moderna y experimental, la que no excluye la ya citada idea cartesiana
sobre la correspondencia entre res pensante (concepto, idea) y res extensa
(referente en el mundo exterior o "naturaleza") como criterio de
validación. Pero, como venimos viendo, las prácticas y ciencias que trabajan
con la subjetividad, lo que muchas veces buscan, no es una verdad general o
pública, sino una verdad privada, esto es una verdad íntima y singular que, por
ejemplo, pueda explicar una conducta o reacción determinada de un sujeto.
En Holmes en principio, y en relación a qué
verdad busca, observamos un estatuto racionalista de su pensamiento, "una
vez analizadas todas las posibilidades, y descartado lo imposible, lo que
queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad…". Si estamos ante
un crimen, el hecho ya está consumado, se trata de rastrear las condiciones de
producción de ese crimen - los móviles, las intensiones, etcétera- y, en ese
punto, podemos distinguir dos niveles: la verdad policíaca, esto es, descubrir
quién fue el asesino, que arma utilizó, y todo lo demás. A través de la
retroducción, se llega entonces a cierta "verdad pública", aunque no
debe entenderse esto en el estricto sentido peirciano del término, ya que en el
caso de Holmes se trata de una verdad ya instituida, mientras que en Peirce esa
"Verdad Pública" está por instituirse en un futuro indeterminado. Por
otra parte, vemos a Holmes también interesado en los móviles, las motivaciones
personales, los deseos y las pasiones ocultas en el acto delictivo o criminal.
Y aquí estamos - en términos de Peirce- en la dimensión de una "Verdad
Privada", teñida y determinada por la "idiosincrasia" de los
protagonistas.
Esta problemática no es nueva, ni la anterior
es la única forma de abordarla. En efecto, la cuestión de la verdad, la ciencia
y la investigación tiene varias aristas complicadas, como por ejemplo, la que
toma forma al vincularla al tema del lenguaje:
"Charles Morris, Carnap, o el segundo
Wittgenstein, ya habían puesto de manifiesto la mediación irrebasable que el
habla cotidiana ejerce en cualquier posible articulación entre lenguaje y
verdad, sin que haya una sola forma posible de articular ambos extremos de la
relación. Por ejemplo, en Signos, Lenguaje, Conducta, Morris puso de manifiesto
cómo en estos casos "la significación científica -informativa de un estado
de cosas es sólo un uso posible entre otros", sin tener que admitir la
validez de un lenguaje ideal como un postulado necesario de la ciencia
unificada de los positivistas lógicos. Por eso a partir de entonces se admitió
la validez de una pluralidad de usos del lenguaje, con posibilidad de decidir
según nuestra propia conveniencia, al modo del segundo Wittgenstein." (31)
Como cae de su peso entonces, según qué verdad
busquemos, tendrán que variar las herramientas que empleemos para la
investigación. Se tratará entonces de utilizar una lógica acorde al objeto que
investigamos, situar qué estatuto tiene la verdad que buscamos, y establecer
los parámetros que garantizarían la aplicación de conjeturas basadas en un
criterio de rigor (32). Sobre este último ítem, los abordajes de algunas
corrientes de la lógica sobre las inferencias en los procesos concretos de
conocimiento, -como por ejemplo el desarrollo de Peirce sobre la abducción y su
lugar en el proceso de investigación científica-, pueden ser un valioso aporte
en esta dirección. Por otro lado, la complejidad del campo de la subjetividad,
como hemos visto, exige apoyarse en otro modelo distinto al mecanicista-positivista,
como ya lo vienen señalando diversos epistemólogos y estudiosos de diversas
corrientes de pensamiento por ejemplo, el prof. Juan Samaja propone un modelo
alternativo:
"Esta tesis tiene como consecuencia
necesaria la postulación del modelo ontológico jerárquico, alternativo al
modelo positivista dominante, que se apoya en la idea de un elemento básico
indescomponible, que se conoce por intuición directa, seguida de largos y
prolijos procesos de asociación." (33)
Retornando a Freud, y como veíamos al comienzo,
él tenía una idea muy concreta acerca de la utilidad que podrán tener aquellos
conocimientos que se fueran adquiriendo en el camino de un análisis, allí donde
él ubica ese nexo inseparable entre curar e investigar. ¿Qué utilidad podrán
tener esos conocimientos así obtenidos? Transformarse en "poder
terapéutico". Lo que él advirtió, y luego los psicoanalistas comprobamos
día a día en nuestra práctica, es que el poder terapéutico para un sujeto, está
en la posibilidad de desentrañar y articular una verdad singular, de peso
específico solo para él (no será una "verdad general" la que permita
levantar su síntoma, por ejemplo). Si un análisis tiene algún objeto, si una
investigación tiene algún fundamento, será en la medida en que se parte de
algún no saber, es decir, del encuentro de un sujeto con alguna pregunta que no
alcanza a ser respondida ni por lo que él sabe -a nivel de la consciencia- ni
por la información disponible en el campo del conocimiento. Porque hay algo que
allí se juega, como hemos planteado, en el terreno de una verdad subjetiva, de
un real que no es completamente reductible al registro simbólico, solo puede
decirse "a medias" - no por defecto, sino por estructura (esto abre,
- dicho sea de paso -, una relación de vecindad con la poesía y la creación) -,
no obstante nos compromete en una ética que a su vez implica una lógica
particular, la de sostener la libertad del sujeto para, por ejemplo, poder
hacer de las marcas de su destino otra cosa que una fatalidad.
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