La autora cree que el informe
elaborado la Comisión Gulbenkian
(dirigida por Immanuel Wallerstein) fue el que mejor interpretó el contexto en
que nacían los estudios culturales.
El mismo señalaba que los estudios
culturales emergían como respuesta al proceso de disciplinarización y
compartimentación del saber, como un intento de “abrir las ciencias
sociales”.
Al desmarcarse de los anclajes
disciplinarios, los estudios culturales convocan a especialistas provenientes
de muy diversos campos, más interesados en proveer marcos interpretativos de
los fenómenos sociales que en defender su propia disciplina.
Todos ellos pueden ser leídos desde
tres ópticas conceptuales: la subjetividad (el sujeto), el poder (la política)
y la cultura (lo simbólico).
La formación del concepto “Estudios
culturales” (Cultural studies) suele atribuirse a la Escuela de Birmingham y
sus investigaciones cinematográficas, musicales y de consumos culturales,
retomando conceptos gramscianos como los de hegemonía y dominación
cultural.
El desarrollo de los estudios
culturales
Para Stuart Hall, dos paradigmas
caracterizaban a los intelectuales que se acercaron a Birmingham en los
años sesenta: el que asumía al sujeto como libre de asignar y construir
significados (culturalista) y el que enfatiza que el sujeto y las identidades
son posiciones determinadas socialmente e ideológicamente estructuradas (estructuralismo).
Según Regillo, esa tensión se continúa en el presente.
En Estados Unidos, diversos
intelectuales y profesores universitarios se acercaron en los años setenta a
los estudios culturales desde la economía política de la cultura
(Yudice), el feminismo (Haraway), antropología y teoría
literaria.
El
malestar en los estudios culturales, de García Canclini es una bisagra
entre la perspectiva norteamericana y la vertiente latinoamericana. Muchos
intelectuales latinoamericanos dicen hacer “estudios de la cultura” (en
lugar de “estudios culturales”) por creer que muchos ensayos durante la década
del noventa carecían de rigor científico.
Más que un enfoque metodológico, lo
“transdisciplinario” fue en Latinoamérica una necesidad. Durante los años
ochenta, muchos pensadores se vieron en la necesidad de recuperar la
dimensión del poder para sus estudios sobre la cultura. Tal es el caso de
García Canclini, Jesús Martín Barbero, Renato Ortiz, Nelly Richard, Beatriz
Sarlo, Eduardo Romano, Aníbal Ford, Jorge Rivera y Martín Hopenhayn, entre
otros.
Así, se analizaron los radioteatros,
la historieta, las telenovelas, la prensa gráfica y el tango, desplazando el
peso “de los medios hacia las mediaciones” (cultura popular,
configuración de los Estados nacionales, identidades, etc.).
Problemas, objetos, circuitos
Reguillo enumera los problemas que
se presentan en el campo de los estudios de la cultura y el poder. El
primero de ellos es cómo estudiar el discurso de los medios sin perder
de vista los procesos de apropiación y resistencia de la gente.
El segundo problema lo constituye la
dificultad para hacer hablar a las “diferencias” (mujeres, extranjeros,
pobres, indígenas u homosexuales) y sus “políticas de reconocimiento” en
el discurso crítico de la comunicación.
Una tercera dificultad la constituye
la relación problemática de la tensión global/local con los estudios de
la cultura. El cuarto problema es el peligro de apelar a los derechos humanos y
la democracia (“narrativas de sustitución”) como verdades universales.
La última cuestión es metodológica y
consiste en poder diversificar los instrumentos de escucha y registro
para analizar e interpretar el signo, el símbolo, la señal (los discursos) en clave
multidimensional, sin desatender las relaciones de poder.
En cuanto a los objetos de
estudio, los más recurrentes son el consumo, la identidad, la diferencia, las
culturas juveniles, las expresiones culturales emergentes, las culturas
populares urbanas, etc.
Al introducir la noción “perspectivas
socioculturales”, Reguillo pretende señalar la discusión (“circuitos”)
que se está dando en América Latina en torno a los enfoques de la cultura,
teniendo en cuenta los procesos de apropiación, negociación y resistencia
al sistema, y la tensión reproducción/transformación del orden social.
Por último, reconoce a La marca de la bestia, de Aníbal Ford,
como obra clave para entender la relación entre información y poder. Para Ford
y Reguillo, no es posible pensar la comunicación al margen del impacto en la
sociedad de las nuevas tecnologías, la concentración del poder y la
acumulación de desigualdades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario