13.5.13

Reguillo - Los estudios culturales

En torno a los orígenes de los estudios culturales 
            La autora cree que el informe elaborado la Comisión Gulbenkian (dirigida por Immanuel Wallerstein) fue el que mejor interpretó el contexto en que nacían los estudios culturales.
El mismo señalaba que los estudios culturales emergían como respuesta al proceso de disciplinarización y compartimentación del saber, como un intento de “abrir las ciencias sociales”.
            Al desmarcarse de los anclajes disciplinarios, los estudios culturales convocan a especialistas provenientes de muy diversos campos, más interesados en proveer marcos interpretativos de los fenómenos sociales que en defender su propia disciplina.
            Todos ellos pueden ser leídos desde tres ópticas conceptuales: la subjetividad (el sujeto), el poder (la política) y la cultura (lo simbólico).
            La formación del concepto “Estudios culturales” (Cultural studies) suele atribuirse a la Escuela de Birmingham y sus investigaciones cinematográficas, musicales y de consumos culturales, retomando conceptos gramscianos como los de hegemonía y dominación cultural.


El desarrollo de los estudios culturales
            Para Stuart Hall, dos paradigmas caracterizaban a los intelectuales que se acercaron a Birmingham en los años sesenta: el que asumía al sujeto como libre de asignar y construir significados (culturalista) y el que enfatiza que el sujeto y las identidades son posiciones determinadas socialmente e ideológicamente estructuradas (estructuralismo). Según Regillo, esa tensión se continúa en el presente.
            En Estados Unidos, diversos intelectuales y profesores universitarios se acercaron en los años setenta a los estudios culturales desde la economía política de la cultura (Yudice), el feminismo (Haraway), antropología y teoría literaria.
            El malestar en los estudios culturales, de García Canclini es una bisagra entre la perspectiva norteamericana y la vertiente latinoamericana. Muchos intelectuales latinoamericanos dicen hacer “estudios de la cultura” (en lugar de “estudios culturales”) por creer que muchos ensayos durante la década del noventa carecían de rigor científico.
            Más que un enfoque metodológico, lo “transdisciplinario” fue en Latinoamérica una necesidad. Durante los años ochenta, muchos pensadores se vieron en la necesidad de recuperar la dimensión del poder para sus estudios sobre la cultura. Tal es el caso de García Canclini, Jesús Martín Barbero, Renato Ortiz, Nelly Richard, Beatriz Sarlo, Eduardo Romano, Aníbal Ford, Jorge Rivera y Martín Hopenhayn, entre otros.
            Así, se analizaron los radioteatros, la historieta, las telenovelas, la prensa gráfica y el tango, desplazando el peso “de los medios hacia las mediaciones” (cultura popular, configuración de los Estados nacionales, identidades, etc.).


Problemas, objetos, circuitos
            Reguillo enumera los problemas que se presentan en el campo de los estudios de la cultura y el poder. El primero de ellos es cómo estudiar el discurso de los medios sin perder de vista los procesos de apropiación y resistencia de la gente.
            El segundo problema lo constituye la dificultad para hacer hablar a las “diferencias” (mujeres, extranjeros, pobres, indígenas u homosexuales) y sus “políticas de reconocimiento” en el discurso crítico de la comunicación.
            Una tercera dificultad la constituye la relación problemática de la tensión global/local con los estudios de la cultura. El cuarto problema es el peligro de apelar a los derechos humanos y la democracia (“narrativas de sustitución”) como verdades universales.
            La última cuestión es metodológica y consiste en poder diversificar los instrumentos de escucha y registro para analizar e interpretar el signo, el símbolo, la señal (los discursos) en clave multidimensional, sin desatender las relaciones de poder.
            En cuanto a los objetos de estudio, los más recurrentes son el consumo, la identidad, la diferencia, las culturas juveniles, las expresiones culturales emergentes, las culturas populares urbanas, etc.
            Al introducir la noción “perspectivas socioculturales”, Reguillo pretende señalar la discusión (“circuitos”) que se está dando en América Latina en torno a los enfoques de la cultura, teniendo en cuenta los procesos de apropiación, negociación y resistencia al sistema, y la tensión reproducción/transformación del orden social.
            Por último, reconoce a La marca de la bestia, de Aníbal Ford, como obra clave para entender la relación entre información y poder. Para Ford y Reguillo, no es posible pensar la comunicación al margen del impacto en la sociedad de las nuevas tecnologías, la concentración del poder y la acumulación de desigualdades.

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