12.5.13

Anderson - Comunidades imaginadas

La tesis de este autor es que la nacionalidad es uno de los términos más difíciles de definir científicamente, pero es el valor más universalmente legítimo en la vida política de nuestro tiempo.

            Cita a Eric Hobsbawm cuando afirma que hasta los movimientos y Estados marxistas han tendido a volverse nacionalistas. Al principio de su Introducción, Anderson señala las guerras que, en esos años (principios de los ochenta), se desataban sobre Indochina, donde había regímenes marxistas-revolucionarios.  
            Luego, el autor critica a Marx por haber eludido la problemática de lo nacional. Según Anderson, lo nacional es un artefacto cultural creado por las clases dominantes para esconder su dominio.


Conceptos y definiciones

            Dado que, según este autor, no hay grandes pensadores teóricos del nacionalismo, propone una definición antropológica para salvar ese vacío conceptual. Así, define una nación como una comunidad políticamente imaginada como inherentemente limitada y soberana.
            Es imaginada porque aún los miembros de la nación más pequeña no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán siquiera hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión.
            Pensar que existen comunidades “verdaderas” en lugar de naciones es ingenuo porque todas las comunidades mayores que una aldea son necesariamente imaginadas. Por eso, las comunidades no deben distinguirse por su “falsedad” o “legitimidad”, sino por el estilo con el que son imaginadas.
            La nación se imagina como limitada porque incluso la mayor de ellas tiene fronteras finitas, más allá de las cuales se encuentran otras naciones. La religión, en cambio, es un ejemplo de comunidad que no se imagina limitada porque no reconoce el derecho a la existencia de otras religiones.
            Se imagina soberana porque el concepto nació en una época en que la Ilustración y la Revolución francesas estaban destruyendo la legitimidad del reino dinástico jerárquico, divinamente ordenado.
            Por último, se imagina como comunidad porque la nación se concibe como un compañerismo profundo y horizontal, escondiendo las relaciones de poder, la desigualdad y la explotación. En última instancia, es esta fraternidad la que ha permitido que tantos millones de personas maten y estén dispuestas a morir.


Las aprehensiones del tiempo

            Anderson sostiene que la mera posibilidad de imaginar a la nación sólo surgió cuando tres concepciones culturales fundamentales perdieron su control axiomático sobre las mentes de los hombres.
            La primera era la idea de que una lengua escrita particular ofrecía un acceso privilegiado a la verdad ontológica, precisamente porque era una parte inseparable de esa verdad. Fue esta idea la que creó las grandes hermandades transcontinentales del cristianismo, el Islam y todas las demás.
            El consumo del periódico es una ceremonia de la que cada lector tiene la ilusión de estar siendo repetida simultáneamente por miles de otros lectores, en cuya existencia confía, aunque no tenga la menor noción de su identidad.
            La segunda era la creencia de que la sociedad estaba naturalmente organizada en una monarquía absoluta, donde gobernaba un rey divino. Las lealtades humanas, por ende, eran necesariamente jerárquicas. Pero desde la Revolución francesa, las democracias modernas se ven como organizaciones voluntariamente construidas.
            La tercera era una concepción de la temporalidad próxima al “fin de los tiempos” y a una “vida en el más allá”. El pensamiento cristiano medieval no tenía una concepción de la historia como una cadena interminable de causa y efecto. Los cristianos vivían esperando “la llegada del Señor”.
            Pero el desarrollo de la modernidad fue inculcando la idea de un tiempo ilimitado y vacío por el que la historia de las naciones avanza. Lo cierto es que el desarrollo de técnicas mecánicas de impresión favoreció esa transformación.
            Pero durante el siglo XIX, los periódicos y las novelas (capitalismo impreso) comenzaron a alentar una idea de lo nacional como una comunidad armónica que provee identidad. Hasta el día de hoy, el capitalismo impreso vehiculiza ciertas representaciones de lo nacional todos los días.

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