Cita
a Eric Hobsbawm cuando afirma que hasta los movimientos y Estados marxistas han
tendido a volverse nacionalistas. Al principio de su Introducción, Anderson señala las guerras que, en esos años
(principios de los ochenta), se desataban sobre Indochina, donde había regímenes
marxistas-revolucionarios.
Luego,
el autor critica a Marx por haber eludido la problemática de lo nacional. Según
Anderson, lo nacional es un artefacto cultural creado por las clases
dominantes para esconder su dominio.
“Mi
punto de partida es la afirmación de que la nacionalidad, o la “calidad de
nación”, al igual que el nacionalismo, son artefactos culturales de una clase
particular. A fin de entenderlos adecuadamente, necesitamos considerar con
cuidado cómo han llegado a ser en la historia, en qué formas han cambiado sus
significados a través del tiempo y por qué, en la actualidad, tienen una
legitimidad emocional tan profunda. Trataré de demostrar que la creación de
estos artefactos, a fines del siglo XVIII, fue la destilación espontánea de un
“cruce” complejo de fuerzas históricas discretas; pero que, una vez creados,
se volvieron “modulares”, capaces de ser trasplantados, con grados variables de
autoconciencia, a una gran diversidad de terrenos sociales, de mezclarse con
una diversidad correspondientemente amplia de constelaciones políticas e
ideológicas. También trataré de explicar por qué estos artefactos culturales
particulares han generado apegos tan profundos.”
Conceptos
y definiciones
Los
teóricos del nacionalismo se han sentido a menudo desconcertados, por no decir
irritados, ante estas tres paradojas:
1) La modernidad
objetiva de las naciones ala vista del historiador, frente a su antigüedad
subjetiva a la vista de los nacionalistas.
2) La universalidad
formal de la nacionalidad como un concepto sociocultural -en el mundo moderno,
todos tienen y deben “tener” una nacionalidad, así como tienen un sexo-, frente
a la particularidad irremediable de sus manifestaciones concretas, de modo que,
por definición, la nacionalidad “griega” es sui géneris.
3) El poder
“político” de los nacionalismos, frente a su pobreza y aun incoherencia
filosófica. El nacionalismo no ha tenido sus propios grandes pensadores.
Dado
que, según este autor, no hay grandes pensadores teóricos del nacionalismo,
propone una definición antropológica para salvar ese vacío conceptual.
Así, define una nación como una comunidad políticamente imaginada
como inherentemente limitada y soberana.
Es
imaginada porque aún los miembros de la nación más pequeña no conocerán
jamás a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán siquiera hablar
de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión. Pensar
que existen comunidades “verdaderas” en lugar de naciones es ingenuo porque
todas las comunidades mayores que una aldea son necesariamente imaginadas.
Por eso, las comunidades no deben distinguirse por su
“falsedad” o “legitimidad”, sino por el estilo con el que son imaginadas.
La
nación se imagina como limitada porque incluso la mayor de ellas tiene
fronteras finitas, más allá de las cuales se encuentran otras naciones. La
religión, en cambio, es un ejemplo de comunidad que no se imagina limitada
porque no reconoce el derecho a la existencia de otras religiones.
Se
imagina soberana porque el concepto nació en una época en que la
Ilustración y la Revolución francesas estaban destruyendo la legitimidad del
reino dinástico jerárquico, divinamente ordenado. Las naciones sueñan con
ser libres y con serlo directamente en el reinado de Dios. La garantía y el
emblema de esta libertad es el Estado soberano.
Por
último, se imagina como comunidad porque la nación se concibe como un
compañerismo profundo y horizontal, escondiendo las relaciones de poder, la
desigualdad y la explotación. En última instancia, es esta fraternidad
la que ha permitido que tantos millones de personas maten y estén dispuestas a
morir por imaginaciones tan limitadas.
Las
aprehensiones del tiempo
Toma término simultaneidad de Auerbach,
entendido como dice Benjamin sobre tiempo mesiánico, una simultaneidad entre el
pasado y el futuro en un presente instantáneo. Nuestra propia concepción de
simultaneidad se ha venido forjando. Lo que ha llegado a tomar el lugar de la
concepción medieval de simultaneidad a lo largo del tiempo es una idea del
“tiempo homogéneo, vacío”. Para entender mejor la importancia de esta
transformación, para el surgimiento de la comunidad imaginada de la nación si
consideramos la estrctura básica de dos formas de la imaginación que
florecieron en el s XVIII: novela y periódico.
Anderson
sostiene que la mera posibilidad de imaginar a la nación sólo surgió cuando
tres concepciones culturales fundamentales perdieron su control
axiomático sobre las mentes de los hombres.
1)
La primera era la idea de que una lengua escrita particular ofrecía un acceso
privilegiado a la verdad ontológica, precisamente porque era una parte
inseparable de esa verdad. Fue esta idea la que creó las grandes hermandades
transcontinentales del cristianismo, el Islam y todas las demás.
El
consumo del periódico es una ceremonia de la que cada lector
tiene la ilusión de estar siendo repetida simultáneamente por miles de otros
lectores, en cuya existencia confía, aunque no tenga la menor noción de su identidad.
2)
La segunda era la creencia de que la sociedad estaba naturalmente organizada en
una monarquía absoluta, donde gobernaba un rey divino. Las lealtades
humanas, por ende, eran necesariamente jerárquicas. Pero desde la
Revolución francesa, las democracias modernas se ven como organizaciones
voluntariamente construidas.
3)
La tercera era una concepción de la temporalidad próxima al “fin de los
tiempos” y a una “vida en el más allá”. El pensamiento cristiano medieval no
tenía una concepción de la historia como una cadena interminable de causa y
efecto. Los cristianos vivían esperando “la llegada del Señor”.
Pero
el desarrollo de la modernidad fue inculcando la idea de un tiempo ilimitado
y vacío por el que la historia de las naciones avanza. Lo cierto es que el desarrollo
de técnicas mecánicas de impresión favoreció esa transformación.
Pero
durante el siglo XIX, los periódicos y las novelas (capitalismo impreso)
comenzaron a alentar una idea de lo nacional como una comunidad armónica que
provee identidad. Hasta el día de hoy, el capitalismo impreso vehiculiza
ciertas representaciones de lo nacional todos los días.
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