Introducción
El concepto de industrias culturales es acuñado por los
teóricos de la escuela de Frankfurt para marcar el nuevo lugar social de la
cultura a partir de la industrialización de la superestructura, es
decir, de la expansión de los grandes consorcios industriales sobre las
empresas del sector cultural y la aplicación de los principios tayloristas
de la organización del trabajo para la producción cultural (la mercantilización
de la cultura era un proceso que ya había sido puesto en marcha desde mucho
antes).
Adorno y
Horkheimer unilateralizaron la concepción de la cultura al asimilarla a la
concepción del materialismo histórico clásico, como parte de una
superestructura determinada por una base económica y que sólo permitía
reproducción de las relaciones de dominación. De esta forma, no pudo ver las
condiciones que las nuevas industrias crearían para nuevas expresiones
artísticas, así como tampoco su vinculación con la cultura popular.
Otra línea de
estudio fue la estructuralista (Althusser), que, si bien rechaza el
determinismo economicista, reduce a los medios masivos como meros aparatos
ideológicos del Estado, asociados a sus aparatos represivos. Una
postura así no puede tener en cuenta el rol que juegan las
instituciones en la legitimación de un orden social desigualitario.
Cuáles son las industrias culturales
La cultura tradicional no industrializada (artes
plásticas y de representación), las actividades culturales e informativas no
mercantiles y la artesanía quedan fuera del concepto de industria cultural. La cultura
industrializada es organizada por un capital que busca reproducir y ampliar
su valor, estructurando procesos de trabajo y producción.
Pero es preciso diferenciar las industrias culturales
(productoras de contenidos simbólicos) de las suministradoras de soportes
materiales (discos compactos, papel, televisores, computadoras, redes de
comunicación telefónicas, etc.).
La prensa, la
radio, la televisión, el cine, la industria editorial y la publicidad son
ejemplos de industrias culturales. Las actividades de ocio, como el deporte y
el turismo, están más ligadas a la administración del tiempo libre que a
la producción/consumo cultural.
Rasgos específicos de las industrias culturales
A pesar de ser intangibles, los productos culturales son contenidos simbólicos con un alto valor comercial. El disco compacto por sí mismo no vale mucho, pero si sirve como soporte material para un contenido simbólico intangible puede adquirir un alto valor social y comercial.
La aleatoriedad
en la realización está vinculada a la incertidumbre con respecto a la
formación de la demanda de bienes culturales. Como sólo un pequeño porcentaje
de la producción cultural es rentable, el "vedetismo" que se
instaura orienta la demanda hacia autores reconocidos para estabilizar la
tendencia de moda en géneros, obras y autores. Además, la producción
cultural es eficaz porque permite la reproducción social y cultural.
Economía política
de la comunicación y la cultura: un abordaje crítico de la industrialización de
la cultura
El estudio de las relaciones de poder expresadas en el
nivel cultural debe tener en cuenta el rol de los medios en el proceso de
acumulación de capital, atendiendo al problema de las clases sociales en
conflicto y la legitimación de la estratificación social.
Además tendrá que analizar el proceso de desarrollo
desigual y contradictorio sobre el cual tienen lugar las prácticas
culturales. Es precisamente la contradictoriedad de la naturaleza
económica de estos procesos lo que la escuela de Frankfurt no tuvo en cuenta.
Actualidad y relevancia de este enfoque
En una época donde la lógica del mercado y de la
acumulación del capital abarca todas las áreas de la comunicación y la cultura,
es necesario atender al contexto de circulación de los bienes culturales.
En ciertos países, el proceso de progresiva concentración derivó en la
conformación de unos pocos grandes conglomerados difusores.
La producción de mercancías culturales se inscribe en un
proceso desigual según las industrias y según los países. En ciertas naciones
todavía hay espacio para las pequeñas empresas y el trabajo autónomo. Es por
eso que el rol del Estado se revela fundamental para la formulación de políticas
que organicen el campo de la comunicación y la cultura.
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