13.5.13

Gramsci -


La crisis de la lectura romántico-positivista de la cultura popular surge con la obra de Antonio Gramsci (1891-1937). En la década del ’20 Italia era un país marginal de Europa que había llegado relativamente tarde a la constitución del Estado moderno y a la industrialización. La estructura interna era de una profunda desigualdad entre un Norte industrializado y letrado y un Sur atrasado y analfabeto.

            Encima Gramsci es testigo del apoyo popular que goza el fascismo, un movimiento profundamente conservador más que revolucionario. Es entonces que se pregunta por las causas del surgimiento y desarrollo del fascismo en su país.
            Gramsci estudiará las formas ideológicas en que los hombres adquieren consciencia del conflicto de poder entre las clases sociales y luchan por resolverlo. Ese conflicto es la lucha por la hegemonía y, por darse en la esfera de la cultura, se traslada a la superestructura.
            La dominación es la imposición desde el exterior de una determinada relación de poder y, dado que cuenta siempre con una resistencia explícita activa, sólo es posible mantenerla con el aparato represivo.
            La hegemonía es, en cambio, el proceso de dominación social, pero ya no como una imposición desde el exterior, sino como un proceso en el que las clases subalternas reconocen como propios los intereses de las clases dominantes.
            La lucha por la hegemonía es la disputa por la administración del sentido, por hacer aparecer una concepción del mundo como la más válida y convincente. En este sentido, tiene prioridad la lucha cultural por sobre la económica.

Observaciones sobre el folklore

Gramsci define con el nombre de folklore la forma más desorganizada y asistemática de la cultura. El folklore vendría a estar constituido por fragmentos de todos los puntos de vista elaborados en épocas pasadas y compuestos por una multiplicidad heterogénea de creencias, valores y supersticiones.
            Lejos de considerar al folklore como algo raro y pintoresco, Gramsci propone tomarlo bien en serio porque allí se cristalizan las condiciones de vida cultural de un pueblo.
            El sentido común vendría a ser algo así como el folklore de la filosofía. Es la concepción del mundo típica de las clases subalternas compuesta por un agregado caótico de concepciones del mundo heterogéneas, acríticas, incoherentes, fragmentadas y sedimentadas desde épocas pasadas.
            El nivel inmediatamente superior en la organización de la cultura es la religión. Ésta es una multiplicidad de elementos acríticos, supersticiones pseudo-científicas y movimientos heréticos populares.
            La filosofía es una concepción del mundo más sistemática y homogénea. Pero el buen sentido sería el nivel óptimo porque comprendería una elaboración de una conciencia autónoma y crítica de las condiciones materiales y de lucha por la hegemonía. El buen sentido sería la filosofía de la praxis.
            Los intelectuales orgánicos no son filósofos, sino más bien organizadores que difunden ideas, organizan colectivos y construyen voluntades. Un ejemplo de intelectual orgánico de las clases dominantes bien podría ser Mariano Grondona. Mientras tanto, parecería no haber intelectuales orgánicos de las clases populares.
           
Literatura popular

            Según Gramsci, en su época no existía una literatura  nacional-popular en Italia porque faltaba una identidad de concepción del mundo entre los escritores y el pueblo. Los sentimientos populares no eran vividos como propios por los escritores italianos.
            En Francia, lo nacional naturalmente implicaba un significado mucho más cerca de lo popular por su historia (Revolución Francesa). En Italia, en cambio, lo nacional tenía un significado mucho más restringido ideológica y políticamente.
            El término “nacional” en Italia estaba más ligado a una tradición intelectual y en ningún caso coincidía con lo popular dado que en ese país los intelectuales estaban alejados del pueblo-nación. El elemento intelectual nativo era más extranjero que los extranjeros frente al sentir del pueblo-nación.
            En ese contexto, la literatura “nacional” denominada “artística” no era popular en Italia. Es por eso que el público italiano se interesaba más por la literatura extranjera popular y no popular que por la italiana.
            La literatura popular francesa sí había sabido elaborar un moderno humanismo capaz de reflejar las vivencias de los estratos más rústicos e incultos. Es por eso que se difundió también en Italia, donde esto estaba ausente.
            Que el pueblo italiano leyera con preferencia a los escritores extranjeros significa que sufría la hegemonía intelectual y moral de los intelectuales extranjeros.

Americanismo y fordismo

            Gramsci describe al fordismo como la política industrial seguida por los sectores más dinámicos de la burguesía norteamericana para “llegar a la organización de una economía programada”. Lo que descubre es que en esta nueva etapa “los nuevos métodos de trabajo están indisolublemente ligados a un determinado modo de vivir, de pensar y de sentir la vida”. Todos estos son elementos que anuncian una nueva cultura: el “americanismo”.
            Bajo el “fordismo”, la sociedad se reorganiza a partir de la lógica del capital: si los obreros son incorporados también como consumidores (los trabajadores de la Ford llegando al trabajo en sus propios automóviles Ford), ningún detalle de sus vidas queda fuera de la mirada del capital. Las clases dominantes se preocuparán ahora por la estandarización de las normas de vivienda y de higiene, por la estabilidad matrimonial y por el anti-alcoholismo.
            Es preciso que el trabajador gaste «racionalmente» su sueldo en mantener, renovar y acrecentar su eficiencia muscular nerviosa, no para destruirla. De allí, entonces, que la lucha contra el alcohol, el agente más peligroso de destrucción de las fuerzas de trabajo, se convierta en función del Estado.
            A la cuestión del alcohol esta ligada la cuestión sexual. El abuso y la irregularidad de las funciones sexuales es, después del alcoholismo, el enemigo más peligroso de las energías nerviosas. Las tentativas realizadas por Ford de intervenir, mediante un cuerpo de inspectores, en la vida privada de sus dependientes y controlar cómo gastaban su salario y cómo vivían, es un indicio de estas tendencias todavía «privadas» o latentes que pueden transformarse, en cierto momento, en ideología estatal.
            Los nuevos métodos exigían una rígida disciplina de los instintos sexuales, es decir, una consolidación de la "familia", de la reglamentación y estabilidad de las relaciones sexuales.
            Mediante la monogamia, el hombre-trabajador ya no disipa sus energías en la búsqueda desordenada y excitante de la satisfacción sexual ocasional. Lo que intentó imponerse en el sentido común es que “un obrero que va al trabajo luego de una noche de ‘excesos’ no es un buen trabajador”.
            Esta presión coercitiva ya no es ejercida solamente por el Estado y las clases dominantes sino que es aplicada recíprocamente por medio de la persuasión y el consenso dentro de las clases populares.
            Dentro de esta nueva sociedad, el psicoanálisis es la expresión de la creciente coerción moral ejercida por el aparato estatal y social sobre cada uno de los individuos.
            En Europa, la introducción del fordismo se produce bajo la más extrema coerción. El americanismo demanda «una composición demográfica racional», es decir, que no existan clases improductivas (parasitarias). Pero en Europa subsisten tales clases, creadas por la historia, que dejó un cúmulo de sedimentaciones pasivas a través de los fenómenos de saturación y fosilización del personal estatal, los intelectuales, el clero y la propiedad terrateniente, el comercio de rapiña y el ejército profesional y de conscripción. 

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