La crisis de la lectura
romántico-positivista de la cultura popular surge con la obra de Antonio
Gramsci (1891-1937). En la década del ’20 Italia era un país marginal de Europa
que había llegado relativamente tarde a la constitución del Estado moderno y a
la industrialización. La estructura interna era de una profunda desigualdad
entre un Norte industrializado y letrado y un Sur atrasado y analfabeto.
Encima Gramsci es testigo del apoyo
popular que goza el fascismo, un movimiento profundamente conservador más que
revolucionario. Es entonces que se pregunta por las causas del surgimiento y
desarrollo del fascismo en su país.
Gramsci estudiará las formas
ideológicas en que los hombres adquieren consciencia del conflicto de poder
entre las clases sociales y luchan por resolverlo. Ese conflicto es la lucha
por la hegemonía y, por darse en la esfera de la cultura, se traslada a la
superestructura.
La dominación es la imposición desde
el exterior de una determinada relación de poder y, dado que cuenta siempre con
una resistencia explícita activa, sólo es posible mantenerla con el aparato
represivo.
La hegemonía es, en cambio, el
proceso de dominación social, pero ya no como una imposición desde el exterior,
sino como un proceso en el que las clases subalternas reconocen como propios
los intereses de las clases dominantes.
La lucha por la hegemonía es la
disputa por la administración del sentido, por hacer aparecer una concepción
del mundo como la más válida y convincente. En este sentido, tiene prioridad la
lucha cultural por sobre la económica.
Observaciones sobre el folklore
Gramsci define con
el nombre de folklore la forma más desorganizada y asistemática de la cultura.
El folklore vendría a estar constituido por fragmentos de todos los puntos de
vista elaborados en épocas pasadas y compuestos por una multiplicidad
heterogénea de creencias, valores y supersticiones.
Lejos de considerar al folklore como
algo raro y pintoresco, Gramsci propone tomarlo bien en serio porque allí se
cristalizan las condiciones de vida cultural de un pueblo.
El sentido común vendría a ser algo
así como el folklore de la filosofía. Es la concepción del mundo típica de las
clases subalternas compuesta por un agregado caótico de concepciones del mundo
heterogéneas, acríticas, incoherentes, fragmentadas y sedimentadas desde épocas
pasadas.
El nivel inmediatamente superior en
la organización de la cultura es la religión. Ésta es una multiplicidad de
elementos acríticos, supersticiones pseudo-científicas y movimientos heréticos
populares.
La filosofía es una concepción del
mundo más sistemática y homogénea. Pero el buen sentido sería el nivel óptimo
porque comprendería una elaboración de una conciencia autónoma y crítica de las
condiciones materiales y de lucha por la hegemonía. El buen sentido sería la
filosofía de la praxis.
Los intelectuales orgánicos no son
filósofos, sino más bien organizadores que difunden ideas, organizan colectivos
y construyen voluntades. Un ejemplo de intelectual orgánico de las clases
dominantes bien podría ser Mariano Grondona. Mientras tanto, parecería no haber
intelectuales orgánicos de las clases populares.
Literatura popular
Según Gramsci, en su época no
existía una literatura nacional-popular
en Italia porque faltaba una identidad de concepción del mundo entre los
escritores y el pueblo. Los sentimientos populares no eran vividos como propios
por los escritores italianos.
En Francia, lo nacional naturalmente
implicaba un significado mucho más cerca de lo popular por su historia
(Revolución Francesa). En Italia, en cambio, lo nacional tenía un significado
mucho más restringido ideológica y políticamente.
El término “nacional” en Italia
estaba más ligado a una tradición intelectual y en ningún caso coincidía con lo
popular dado que en ese país los intelectuales estaban alejados del
pueblo-nación. El elemento intelectual nativo era más extranjero que los
extranjeros frente al sentir del pueblo-nación.
En ese contexto, la literatura
“nacional” denominada “artística” no era popular en Italia. Es por eso que el
público italiano se interesaba más por la literatura extranjera popular y no
popular que por la italiana.
La literatura popular francesa sí
había sabido elaborar un moderno humanismo capaz de reflejar las vivencias de
los estratos más rústicos e incultos. Es por eso que se difundió también en
Italia, donde esto estaba ausente.
Que el pueblo italiano leyera con
preferencia a los escritores extranjeros significa que sufría la hegemonía
intelectual y moral de los intelectuales extranjeros.
Americanismo y fordismo
Gramsci describe al fordismo como la
política industrial seguida por los sectores más dinámicos de la burguesía
norteamericana para “llegar a la organización de una economía programada”. Lo
que descubre es que en esta nueva etapa “los nuevos métodos de trabajo están
indisolublemente ligados a un determinado modo de vivir, de pensar y de sentir
la vida”. Todos estos son elementos que anuncian una nueva cultura: el
“americanismo”.
Bajo el “fordismo”, la sociedad se
reorganiza a partir de la lógica del capital: si los obreros son incorporados
también como consumidores (los trabajadores de la Ford llegando al trabajo en
sus propios automóviles Ford), ningún detalle de sus vidas queda fuera de la
mirada del capital. Las clases dominantes se preocuparán ahora por la
estandarización de las normas de vivienda y de higiene, por la estabilidad
matrimonial y por el anti-alcoholismo.
Es preciso que el trabajador gaste
«racionalmente» su sueldo en mantener, renovar y acrecentar su eficiencia
muscular nerviosa, no para destruirla. De allí, entonces, que la lucha contra
el alcohol, el agente más peligroso de destrucción de las fuerzas de trabajo,
se convierta en función del Estado.
A la cuestión del alcohol esta
ligada la cuestión sexual. El abuso y la irregularidad de las funciones
sexuales es, después del alcoholismo, el enemigo más peligroso de las energías
nerviosas. Las tentativas realizadas por Ford de intervenir, mediante un cuerpo
de inspectores, en la vida privada de sus dependientes y controlar cómo
gastaban su salario y cómo vivían, es un indicio de estas tendencias todavía
«privadas» o latentes que pueden transformarse, en cierto momento, en ideología
estatal.
Los nuevos métodos exigían una
rígida disciplina de los instintos sexuales, es decir, una consolidación de la
"familia", de la reglamentación y estabilidad de las relaciones
sexuales.
Mediante la monogamia, el
hombre-trabajador ya no disipa sus energías en la búsqueda desordenada y
excitante de la satisfacción sexual ocasional. Lo que intentó imponerse en el
sentido común es que “un obrero que va al trabajo luego de una noche de
‘excesos’ no es un buen trabajador”.
Esta presión coercitiva ya no es
ejercida solamente por el Estado y las clases dominantes sino que es aplicada
recíprocamente por medio de la persuasión y el consenso dentro de las clases populares.
Dentro de esta nueva sociedad, el
psicoanálisis es la expresión de la creciente coerción moral ejercida por el
aparato estatal y social sobre cada uno de los individuos.
En Europa, la introducción del
fordismo se produce bajo la más extrema coerción. El americanismo demanda «una
composición demográfica racional», es decir, que no existan clases improductivas
(parasitarias). Pero en Europa subsisten tales clases, creadas por la historia,
que dejó un cúmulo de sedimentaciones pasivas a través de los fenómenos de
saturación y fosilización del personal estatal, los intelectuales, el clero y la
propiedad terrateniente, el comercio de rapiña y el ejército profesional y de
conscripción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario