13.5.13

Barth - Los grupos étnicos y sus fronteras

Organización de la etnicidad
            Hasta los años setenta imperaba la idea que las etnias tenían límites y contenidos culturales precisos. Estos antropólogos consideraban que podía realizarse un análisis de las culturas mediante un inventario de rasgos. A su vez, la diversidad cultural podía ser conservada gracias al aislamiento social y geográfico.
            Sin embargo, en 1976 Fredrick Barth rompe con esta tradición y plantea que la etnicidad surge en el marco de flexibles procesos de organización y definición de las diferencias culturales, que operan por inclusión/exclusión.
            Según esta perspectiva, los grupos étnicos dejan de concebirse como entidades “naturales” con rígidos límites y principios de identificación e interacción, sino como entidades flexibles y dinámicas, que elaboran sus diferencias e igualdades con otros colectivos mediante la interacción con ellos.
            El modelo de análisis de Barth se centra en las percepciones e interacciones que desarrollan los miembros de un grupo social, al que ya no se define por sus rasgos culturales, sino por la forma en que el grupo percibe y define sus límites y sus fronteras. Por lo tanto presenta la etnicidad como un fenómeno de organización social más que de diferenciación cultural.

El grupo étnico y la frontera étnica
            Barth parte de la idea de que los grupos étnicos son categorías con los que los individuos se sienten identificados y a las cuales se adscriben conscientemente mediante esta autoidentificación. Precisamente por esta cualidad, los grupos étnicos tienen la característica de organizar la interacción entre los individuos.
            Como el mismo Barth señala, "los grupos étnicos son categorías de adscripción e identificación que son utilizadas por los actores mismos y tienen, por lo tanto, la característica de organizar la interacción entre los individuos”.
            En los procesos de generación y conservación de los grupos étnicos posee una centralidad básica el proceso de establecimiento de los límites del colectivo étnico y de su persistencia. En línea con estos planteamientos se enfocan las diferencias culturales y el hecho de compartir una cultura, "como una implicación o un resultado más que como una característica primaria y definitiva de la organización del grupo étnico".
            Si la investigación sobre los colectivos étnicos se realiza en términos de un inventario de rasgos étnico-culturales “esenciales”, se cae en la contradicción de presuponer que el grupo étnico original es el mismo que el grupo étnico actual. Los grupos étnicos no preexisten a la interacción, sino que es a partir de ella que surgen.
            Es por eso que Barth propone centrar lo constitutivo de la etnicidad en la autoadscripción al colectivo que realizan los sujetos y la adscripción otorgada por parte de otros, el establecimiento de límites del grupo a través de la interacción con otros grupos étnicos y conceptualizarlos como una forma de organización social.

La continuidad y el cambio del límite étnico
            Basar la pertenencia a una colectividad étnica en la adscripción consciente que hacen los individuos que la conforma y, por ende, en la exclusión de los que no se adscriben, resuelve los problemas que planteaba el basarla en la posesión o no de unos rasgos culturales.
            Desde este prisma se hace posible explicar, en primer lugar, la continuidad de las unidades étnicas. Y permite explicarla porque lo que se considera diagnóstico es que los individuos se autoidentifiquen con el colectivo, la aceptación de sus normas y la conservación de un límite étnico, por encima de que existan variaciones culturales.
            En palabras del propio Barth, “cuando se les define [a los colectivos étnicos] como grupos adscriptivos y exclusivos, la naturaleza de la continuidad de las unidades étnicas es evidente: depende de la conservación de un límite”.
            Sin embargo, los aspectos culturales que señalan este límite pueden cambiar, “del mismo modo que se pueden transformar las características culturales de los miembros; más aún, la misma forma de organización del grupo puede cambiar”. Estos cambios son motorizados por el contacto con otros grupos étnicos.
            La frontera entre los grupos étnicos varía a lo largo del tiempo y es identificable en las representaciones y prácticas (discursos). A su vez, construye identidades, por lo que refleja una voluntad de los miembros por diferenciarse de otros. Aquí está jugando una disputa por el poder, que Barth no analiza.
            Diacrónicamente, existen variaciones del límite, pero, sincrónicamente, el miembro de un grupo étnico las vive como si no existieran.

Los rasgos diacríticos
            Las diferencias que se establecen entre los grupos étnicos no son la suma de todas las diferencias “objetivas” existentes entre dos grupos humanos, sino aquellas que los propios actores consideran significativas
            Barth señala la existencia de diferencias de dos órdenes: señales o signos manifiestos, rasgos externos que explicitan su identidad, como serían la lengua, el vestido, la forma de vida, etc. (rasgos diacríticos) y orientaciones o valores básicos, que se correspondería con aspectos morales y normativos propios de cada colectivo.
            Como el propio Barth señala, “algunos rasgos culturales son utilizados por los actores como señales y emblemas de diferencia, otros son pasados por alto, y en algunas relaciones, diferencias radicales son desdeñadas y negadas”.
            La adscripción a determinado grupo étnico se realiza mediante la utilización de ciertos rasgos diacríticos, pero esta autoadscripción viene motorizada por el contacto con otros miembros de otros grupos étnicos. Es por eso que los rasgos diacríticos no son “objetivos” sino contextuales.

La politización de las diferencias culturales
            A pesar de que Barth no trabajó la cuestión del poder, para la mayoría de sus seguidores, los conflictos interétnicos no son producto de necesidades primordiales de pertenencia sino de luchas por acceso a recursos materiales simbólicos y políticos, que implican la movilización de símbolos y la politización de las diferencias culturales.
            En primer lugar estas teorías inciden en que la etnicidad es un fenómeno socialmente construido a través del contacto entre grupos que utilizan sus diferencias y marcadores étnicos de una manera selectiva y estratégica, antes que ser un “hecho dado de la existencia social”.

El problema del análisis de los rasgos diacríticos en el caso del turismo
            El JTP de la cátedra Martini, Jorge Gobbi analizó cómo se presentan estos rasgos diacríticos en el turismo, cuando se presenta una interacción entre miembros de grupos étnicos diferentes.
            Para Barth "la persistencia de los grupos étnicos implica no sólo criterios y señales de identificación, sino también estructuras de  interacción que permitan la interacción que permitan la persistencia de  las diferencias culturales".
            Así, ciertos rasgos como la vestimenta, el lenguaje o los valores morales utilizados para juzgar ciertas situaciones" se convierten en signos cuando se aplican a la función de señalar la identidad frente a las personas extrañas". En tanto representaciones compartidas entre nativos y turistas, el uso de ciertos signos por parte de los nativos los diferencia de los extraños, y los "autentifica".
            Esos signos son, sin embargo, relacionales, y sólo se comprenden en la interacción con los “otros”. En este sentido, el turismo aparece como una fuerza demasiado “externa” y aislada, lo que, por un lado, impide focalizar la cuestión del uso de reglas por parte de turistas y nativos, y por otro presenta problemas para integrar la cuestión del viaje en esquemas más amplios de análisis de lo global.
            Por ejemplo, para Bourdieu, el uso de las reglas es producto de la interacción entre campo y habitus, una de las consecuencias de este planteo es eliminar la cuestión de la “autenticidad” y la “falsedad”. Cuando concurrimos a buscar trabajo, podemos vestirnos de una forma que no nos es habitual. Pero lo hacemos en tanto sabemos que se espera esa actitud de nosotros.
            En términos de campo y de mercado, esta actitud es “lógica” y “natural”, aunque podamos analizarla críticamente en términos políticos e ideológicos. El problema con los nativos es que su imagen se encuentra tan “naturalizada” que, en términos de sentido común, algunas de sus prácticas (en este caso, vestirse con ropas “occidentales”) aparece como un “falsificación” y no como una construcción con reglas propias y comprensibles dentro de un campo determinado de interacción y sentido.
            Reconocer, casi como sentido común académico, que no existen esencias y que las diferencias entre pueblos, grupos étnicos y culturas son rasgos diacríticos cuyo sentido varía según el esquema social que los explique, implica integrar esos rasgos en marcos narrativos en los cuales esas significaciones adquieren sentido en relación con las representaciones sociales hegemónicas en el campo social.
            Comprender que asumir un paradigma narrativo necesariamente lleva al reconocimiento de la imposibilidad de crear enunciados generales sobre la condición humana no debe evitar reconocer que estas representaciones se presentan en el sentido común como verdades sobre el mundo; o sea, como clasificaciones objetivas sobre la realidad. 

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