Hasta los años setenta
imperaba la idea que las etnias tenían límites y contenidos culturales
precisos. Estos antropólogos consideraban que podía realizarse un análisis de las
culturas mediante un inventario de rasgos. A su vez, la diversidad cultural
podía ser conservada gracias al aislamiento social y geográfico.
Sin embargo, en 1976
Fredrick Barth rompe con esta tradición y plantea que la etnicidad surge en el
marco de flexibles procesos de organización y definición de las diferencias culturales,
que operan por inclusión/exclusión.
Según esta
perspectiva, los grupos étnicos dejan de concebirse como entidades “naturales”
con rígidos límites y principios de identificación e interacción, sino como entidades
flexibles y dinámicas, que elaboran sus diferencias e igualdades con otros
colectivos mediante la interacción con ellos.
El modelo de análisis
de Barth se centra en las percepciones e interacciones que desarrollan los miembros
de un grupo social, al que ya no se define por sus rasgos culturales, sino por
la forma en que el grupo percibe y define sus límites y sus fronteras. Por lo
tanto presenta la etnicidad como un fenómeno de organización social más
que de diferenciación cultural.
El grupo étnico y la frontera
étnica
Barth parte de la idea
de que los grupos étnicos son categorías con los que los individuos se sienten
identificados y a las cuales se adscriben conscientemente mediante esta autoidentificación.
Precisamente por esta cualidad, los grupos étnicos tienen la característica de
organizar la interacción entre los individuos.
Como el mismo Barth señala,
"los grupos étnicos son categorías de adscripción e identificación que
son utilizadas por los actores mismos y tienen, por lo tanto, la característica
de organizar la interacción entre los individuos”.
En los procesos de
generación y conservación de los grupos étnicos posee una centralidad básica el
proceso de establecimiento de los límites del colectivo étnico y de su
persistencia. En línea con estos planteamientos se enfocan las diferencias
culturales y el hecho de compartir una cultura, "como una implicación o un
resultado más que como una característica primaria y definitiva de la
organización del grupo étnico".
Si la investigación
sobre los colectivos étnicos se realiza en términos de un inventario de rasgos
étnico-culturales “esenciales”, se cae en la contradicción de presuponer que el
grupo étnico original es el mismo que el grupo étnico actual. Los grupos étnicos
no preexisten a la interacción, sino que es a partir de ella que surgen.
Es por eso que Barth
propone centrar lo constitutivo de la etnicidad en la autoadscripción al
colectivo que realizan los sujetos y la adscripción otorgada por parte de
otros, el establecimiento de límites del grupo a través de la interacción con
otros grupos étnicos y conceptualizarlos como una forma de organización social.
La continuidad y el cambio del
límite étnico
Basar la pertenencia a
una colectividad étnica en la adscripción consciente que hacen los
individuos que la conforma y, por ende, en la exclusión de los que no se
adscriben, resuelve los problemas que planteaba el basarla en la posesión o no
de unos rasgos culturales.
Desde este prisma se
hace posible explicar, en primer lugar, la continuidad de las unidades
étnicas. Y permite explicarla porque lo que se considera diagnóstico es que
los individuos se autoidentifiquen con el colectivo, la aceptación de sus
normas y la conservación de un límite étnico, por encima de que existan variaciones
culturales.
En palabras del propio
Barth, “cuando se les define [a los colectivos étnicos] como grupos adscriptivos
y exclusivos, la naturaleza de la continuidad de las unidades étnicas es
evidente: depende de la conservación de un límite”.
Sin embargo, los
aspectos culturales que señalan este límite pueden cambiar, “del mismo
modo que se pueden transformar las características culturales de los miembros;
más aún, la misma forma de organización del grupo puede cambiar”. Estos cambios
son motorizados por el contacto con otros grupos étnicos.
La frontera entre los
grupos étnicos varía a lo largo del tiempo y es identificable en las
representaciones y prácticas (discursos). A su vez, construye identidades,
por lo que refleja una voluntad de los miembros por diferenciarse de
otros. Aquí está jugando una disputa por el poder, que Barth no analiza.
Diacrónicamente,
existen variaciones del límite, pero, sincrónicamente, el miembro de un
grupo étnico las vive como si no existieran.
Los rasgos diacríticos
Las diferencias que se
establecen entre los grupos étnicos no son la suma de todas las diferencias
“objetivas” existentes entre dos grupos humanos, sino aquellas que los propios
actores consideran significativas.
Barth señala la existencia
de diferencias de dos órdenes: señales o signos manifiestos, rasgos externos
que explicitan su identidad, como serían la lengua, el vestido, la forma de
vida, etc. (rasgos diacríticos) y orientaciones o valores básicos, que
se correspondería con aspectos morales y normativos propios de cada colectivo.
Como el propio Barth
señala, “algunos rasgos culturales son utilizados por los actores como señales
y emblemas de diferencia, otros son pasados por alto, y en algunas
relaciones, diferencias radicales son desdeñadas y negadas”.
La adscripción a
determinado grupo étnico se realiza mediante la utilización de ciertos rasgos
diacríticos, pero esta autoadscripción viene motorizada por el contacto con
otros miembros de otros grupos étnicos. Es por eso que los rasgos diacríticos
no son “objetivos” sino contextuales.
La politización de las
diferencias culturales
A pesar de que Barth
no trabajó la cuestión del poder, para la mayoría de sus seguidores, los conflictos
interétnicos no son producto de necesidades primordiales de pertenencia
sino de luchas por acceso a recursos materiales simbólicos y políticos,
que implican la movilización de símbolos y la politización de las
diferencias culturales.
En primer lugar estas
teorías inciden en que la etnicidad es un fenómeno socialmente construido a
través del contacto entre grupos que utilizan sus diferencias y
marcadores étnicos de una manera selectiva y estratégica, antes que ser un
“hecho dado de la existencia social”.
El problema del análisis de los
rasgos diacríticos en el caso del turismo
El JTP de la cátedra Martini,
Jorge Gobbi analizó cómo se presentan estos rasgos diacríticos en el turismo, cuando
se presenta una interacción entre miembros de grupos étnicos diferentes.
Para Barth "la
persistencia de los grupos étnicos implica no sólo criterios y señales de
identificación, sino también estructuras de interacción que permitan la interacción
que permitan la persistencia de las
diferencias culturales".
Así, ciertos rasgos
como la vestimenta, el lenguaje o los valores morales utilizados para juzgar
ciertas situaciones" se convierten en signos cuando se aplican a la
función de señalar la identidad frente a las personas extrañas". En tanto representaciones
compartidas entre nativos y turistas, el uso de ciertos signos por parte de
los nativos los diferencia de los extraños, y los "autentifica".
Esos signos son, sin
embargo, relacionales, y sólo se comprenden en la interacción con los “otros”. En
este sentido, el turismo aparece como una fuerza demasiado “externa” y
aislada, lo que, por un lado, impide focalizar la cuestión del uso de reglas
por parte de turistas y nativos, y por otro presenta problemas para integrar la
cuestión del viaje en esquemas más amplios de análisis de lo global.
Por ejemplo, para
Bourdieu, el uso de las reglas es producto de la interacción entre campo y
habitus, una de las consecuencias de este planteo es eliminar la cuestión
de la “autenticidad” y la “falsedad”. Cuando concurrimos a buscar trabajo,
podemos vestirnos de una forma que no nos es habitual. Pero lo hacemos en tanto
sabemos que se espera esa actitud de nosotros.
En términos de
campo y de mercado, esta actitud es “lógica” y “natural”, aunque podamos
analizarla críticamente en términos políticos e ideológicos. El problema
con los nativos es que su imagen se encuentra tan “naturalizada” que, en términos
de sentido común, algunas de sus prácticas (en este caso, vestirse con
ropas “occidentales”) aparece como un “falsificación” y no como una
construcción con reglas propias y comprensibles dentro de un campo determinado
de interacción y sentido.
Reconocer, casi como
sentido común académico, que no existen esencias y que las diferencias entre
pueblos, grupos étnicos y culturas son rasgos diacríticos cuyo sentido varía según
el esquema social que los explique, implica integrar esos rasgos en marcos
narrativos en los cuales esas significaciones adquieren sentido en relación
con las representaciones sociales hegemónicas en el campo social.
Comprender que asumir un
paradigma narrativo necesariamente lleva al reconocimiento de la imposibilidad
de crear enunciados generales sobre la condición humana no debe evitar
reconocer que estas representaciones se presentan en el sentido común como
verdades sobre el mundo; o sea, como clasificaciones objetivas sobre la
realidad.
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