La situación fue utilizada para poner en tela de
juicio los supuestos implícitos del modelo Saussuriano, en el cual el habla se
reduce a un acto de ejecución, en el sentido que
tiene la palabra en la ejecución de una obra musical.
La
noción de situación nos recuerda que existe una lógica específica de la ejecución: que lo que ocurre en el nivel de la ejecución
no se puede deducir del simple conocimiento de la competencia.
La noción de aceptabilidad, reduce la aceptabilidad a la gramaticalidad. La aceptabilidad supone la conformidad de las palabras a las
reglas inmanentes a la lengua y también a las reglas inmanentes a una
“situación”, o más bien a un determinado mercado lingüístico.
Hay un mercado lingüístico
cada vez que alguien produce un discurso dirigido a receptores capaces de
evaluarlo, apreciarlo y darle un precio. El
sólo conocer la competencia lingüística no nos permite prever cual será el
valor de una actuación lingüística en el mercado. El precio que reciban los productos de una competencia determinada en
un mercado determinado depende de las leyes de formación de precios propias de
ese mercado.
El mercado lingüístico
es algo muy concreto y a la vez muy abstracto.
Es una situación social determinada, mas
o menos oficial y ritualizada, un conjunto de interlocutores que se sitúan en
un nivel mas o menos elevado de la jerarquía social. Si se define en términos
abstractos, es un tipo determinado de leyes de formación de los precios de las
producciones lingüísticas.
Recordar que existen leyes para la formación de los
precios, equivale a recordar que el valor de una competencia determinada
depende del mercado determinado en el cual se ejerce, o, para ser más exactos,
del estado en el que se encuentran las relaciones en las cuales se define el
valor atribuido al producto lingüístico de diferentes productores.
Esto conduce a sustituir la noción de competencia por
la de capital lingüístico; esto significa que hay ganancias
lingüísticas.
Las
situaciones de relaciones de fuerza lingüísticas son situaciones en las que se
habla sin comunicar, y el caso extremo es la misa.
El capital lingüístico es
el poder sobre los mecanismos de formación de los precios lingüísticos, el
poder para hacer que funcionen en su propio provecho las leyes de formación de
los precios y así recoger la plusvalía especifica.
Cualquier acto de interacción, cualquier comunicación lingüística, todas las
interacciones lingüísticas son tipos de micromercados que están siempre
dominados por las estructuras globales.
*Una
competencia sólo tendrá valor mientras tenga un mercado.
*Un
capital solo se define, en un mercado determinado.
¿Qué es el mercado?
Existen productores individuales que ofrecen su producto y luego se ejerce el
juicio de unos y otros y de allí sale un precio de mercado. Esta teoría liberal
del mercado es tan falsa para el mercado lingüístico como para el mercado de
bienes económicos. En el mercado
lingüístico hay relaciones de fuerzas; tiene leyes de determinación de los
precios que hacen que todos los productores de productos lingüísticos de hablas
no sean iguales. Las relaciones de
fuerza, que dominan el mercado y provocan que ciertos productores y productos
tengan un privilegio de entrada, suponen que el mercado lingüístico esta
relativamente unificado.
Por ejemplo de relaciones lingüísticas de fuerza: un alcalde quien durante una ceremonia
en honor de un poeta de la región se dirigió al público en su lengua,
los asistentes, cuya lengua es el bearnés, se sintieron emocionados por esta
condescendencia. Para que haya condescendencia, tiene que existir una diferencia
objetiva: la condescendencia es la utilización demagógica de una relación de
fuerza objetiva, ya que el que condesciende utiliza la jerarquía para negarla;
en el momento mismo que la niega, la está explotando. Estos son casos en los
que una relación de interacción dentro de un pequeño grupo deja traslucir
bruscamente relaciones de fuerza trascendentales.
Relaciones
lingüísticas de fuerza: son relaciones que trascienden de la situación, que son
irreductibles a las relaciones de interacción tal como se pueden captar en la
situación. Esto es importante, porque
cuando se habla de situación se piensa que se ha vuelto a introducir lo social
cuando se ha introducido la interacción. Se vuelve peligrosa cuando uno olvida
que estas relaciones de interacción que ocurre entre dos personas están siempre
dominadas por la relación objetiva que existe entre las lenguas
correspondientes, entre los grupos que las hablan.
Por ejemplo: el
alcalde bearnés sólo puede producir este efecto de condescendencia porque tiene
estudios universitarios de alto grado. Si no los tuviera, su bearnés sería el
de un campesino, y no tendría ningún valor; los campesinos, a quienes por
cierto no se dirige este “bearnés de calidad” no tienen más deseo que el de
hablar francés. Se restaura esta bearnés de calidad justo cuando los campesinos
tienden cada vez más a dejarlo por el francés; quienes se sienten obligados a
hablarles a sus hijos en francés para que tengan éxito en la escuela.
Para que se ejerzan los efectos de capital y de
dominación lingüística es necesario que el mercado lingüístico esté
relativamente unificado, es decir, que la mayoría de los locutores estén
sometidos a la misma ley de determinación de los precios de las producciones
lingüísticas.
La unificación del mercado o las relaciones de
dominación lingüística: en el mercado lingüístico se ejercen formas de dominación que poseen
una lógica especifica y, al igual que en cualquier mercado de bienes simbólicos, existen formas
de dominación específica que no se pueden reducir de ninguna manera a la
dominación estrictamente económica, ni en la manera en que se ejercen, ni
en las ganancias que procuran.
Una
de las consecuencias de este análisis se refiere a la propia situación de
encuesta, la cual, como interacción, es uno de los lugares donde se actualizan
las relaciones de fuerzas lingüísticas y culturales, la dominación cultural.
Lo
que registra la encuesta cultural o lingüística es un producto complejo de la
relación entre una competencia y un mercado, un producto que no existe fuera de
esta relación; es una competencia en situación, una competencia para un mercado
particular.
La
única manera de controlar la situación es hacerla
variar haciendo variar las situaciones de mercado, en lugar de dar
preponderancia a una situación de mercado entre otras y ver la verdad de la lengua, la lengua popular
autentica, en el discurso que se produjo en esas condiciones.
Los efectos de dominación, las relaciones de fuerza
objetivas del mercado lingüístico, se ejercen en todas las situaciones lingüísticas: en una relación con un parisino, el burgués provinciano que habla
provenzal pierde sus facultades, se le desmorona su capital. Labov descubrió
que aquello que se capta con el nombre del lenguaje popular en una encuesta, es
el lenguaje popular tal como aparece en una situación de mercado dominada por
los valores dominantes, es decir, un lenguaje trastornado.
Las situaciones en las que se ejercen las relaciones
de dominación lingüística, es decir, las situaciones oficiales son situaciones
en las cuales las relaciones que se establecen realmente, las interacciones,
son conformes a las leyes objetivas del mercado.
Cuanto más oficial sea una situación, más autorizado
tendrá que ser el que tiene acceso a la palabra. Debe tener títulos académicos,
un buen acento, es decir, que debe haber nacido en el lugar adecuado.
Hablar
con espontaneidad es el hablar popular en situación popular, cuando quedan
entre paréntesis las leyes del mercado. Sería un
error decir: el verdadero lenguaje popular es hablar con espontaneidad.
La verdad de la competencia popular es también el hecho de que cuando se
enfrenta a un mercado oficial está trastornada,
mientras que cuando se encuentra en su propio terreno, en una relación
familiar, con los suyos, es un lenguaje espontáneo. El lenguaje espontaneo existe,
pero como un islote arrebatado a las leyes del mercado. Es un islote que se
obtiene otorgándose una franquicia.
Los efectos del mercado se ejercen siempre, incluso
sobre las clases populares, y sobre ellas pueden caer en cualquier momento el peso de las leyes del
mercado. Esto es lo que llamo legitimidad; hablar de legitimidad lingüística es señalar que nadie puede
ignorar la ley lingüística.
Las leyes de mercado ofrecen un efecto muy importante
de censura en aquellos que sólo pueden hablar en situación de lenguaje
espontáneo y que están condenados al silencio en las situaciones oficiales,
donde están en juego elementos políticos, sociales o culturales importantes.
El
efecto de mercado que censura el lenguaje espontáneo es un caso particular de
un efecto de censura más general que lleva a la eufemización: cada campo especializado, tiene sus propias
leyes y tiende a censurar las palabras que no van de acuerdo con esas leyes.
La
palabra ethos, por oposición a ética,
es un conjunto objetivamente sistemático de disposiciones con dimensión ética,
de principios prácticos.
La
noción de habitus engloba la de ethos.
Los
principios prácticos de clasificación que son constitutivos del habitus son indisociablemente lógicos y
axiológicos, teóricos y prácticos. Al estar dirigida hacia la práctica, la
lógica práctica implica valores.
El habitus es
algo que se ha adquirido, pero que se ha encarnado de manera durable en el
cuerpo en forma de disposiciones permanentes. Se refiere a algo histórico,
ligado a la historia individual y que se inscribe en un modo de pensamiento
genético.
El habitus es
un capital que, al estar
incorporado, tiene el aspecto exterior de algo innato.
El hábito se considera en forma espontánea como algo
repetitivo, mecánico, automático, más reproductivo que productivo. El habitus es
algo poderosamente generador, es un
producto de los condicionamientos que tiende a reproducir la lógica objetiva de
dichos condicionamientos, pero sometiéndola a una transformación; es una
especie de máquina transformadora que hace que “reproduzcamos” las condiciones
sociales de nuestra propia producción, de manera tal, que no se puede pasar
sencilla y mecánicamente del conocimiento de las condiciones de producción al
conocimiento de los productos.
Sólo se puede hablar de habitus lingüísticos si se tiene presente que éste no es más que
una dimensión del habitus como
sistema de esquemas generadores de prácticas y de esquemas de percepción de
ambas prácticas.
El habitus es un principio de
invención. Esta constituido por un conjunto sistemático de principios simples y
parcialmente sustituibles, a partir de los cuales se puede inventar una
infinidad de soluciones que no se deducen directamente de sus condiciones de
producción.
El habitus no
es una especie de esencia ahistorica cuya existencia no sería más que
desarrollo, es decir, un destino definido de una vez por todas. Los ajustes que
imponen sin cesar la necesidad de adaptarse a situaciones nuevas e imprevistas
pueden determinar transformaciones durables del habitus, porque el habitus
define la percepción de la situación que lo determina.
La “situación” en cierta forma es la condición que
permite la realización del habitus. Cuando no se dan las condiciones objetivas para su realización,
contrariado de manera continua por la situación, puede ser sede de fuerzas
explosivas que pueden esperar el momento de ejercerse y que se expresan en
cuanto se presentan las condiciones objetivas.
Por
reacción en contra del mecanismo instantaneísta, uno tiene tendencia a insistir en las capacidades “asimiladoras” del habitus; pero éste es también
adaptación, y se ajusta sin cesar al mundo, aunque este ajuste sólo en
ocasiones excepcionales toma la forma de una conversación radical.
La noción de aparato
vuelve a introducir el funcionalismo de lo pero: es una máquina infernal, programada para lograr ciertos fines. El
sistema escolar, el Estado, la Iglesia o los partidos no son aparatos, sino
campos; sin embargo bajo ciertas condiciones pueden ponerse a funcionar como
aparatos.
En un campo están en luchas agentes e instituciones,
con fuerzas diferentes y según las reglas constitutivas de este espacio de
juego, para apropiarse de las ganancias específicas que están en este juego.
Los que dominan el campo tienen los medios para hacerlo funcionar en provecho
suyo, pero tienen que contar con la resistencia de los dominados. Un campo se
convierte en aparato cuando los dominantes tienen los medios para anular la
resistencia y las reacciones de los dominados.
La
diferencia entre los campos y los aparatos se ve claramente en las
revoluciones. Se actúa como si bastara con apoderarse del “aparato de Estado” y
cambiar el programa de esa gran máquina para conseguir un orden social
radicalmente nuevo. La voluntad política debe contar con la lógica de los
campos sociales, que son universos sumamente complejos donde las intenciones
políticas pueden desviarse o invertirse. Solo se puede estar seguro de que una
acción política producirá los efectos deseados cuando tiene que verse con
aparatos, es decir, con organizaciones donde los dominados se ven reducidos.
Los aparatos son un estado de los campos que se puede
considerar como patológico.
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