Comienza con una
fórmula: hábitus lingüístico + mercado lingüístico = expresión lingüística o
discurso, para luego profundizar en la explicación de cada uno de los
conceptos.
El hábitus
lingüístico se distingue de una competencia porque es producto de las
condiciones sociales y porque es producción de discurso que se ajusta a una
situación, o mercado, o campo. La noción de situación plantea que existe una lógica específica de la ejecución.
Para que las palabras sean
atinadas, produzcan el efecto deseado, hay que decir no solo las palabras
gramaticalmente correctas sino las socialmente aceptables. La aceptabilidad supone la conformidad de
las palabras no solo inmanentes a la lengua sino también a la situación, o a un
determinado mercado lingüístico. Hay mercado
lingüístico cada vez que alguien produce un discurso dirigido a receptores
capaces de evaluarlo y darle un precio. El precio que reciban los productos de
una competencia determinada en un mercado determinado depende de las leyes de
formación de precios de ese mercado. Esto conduce a sustituir la noción de
competencia por la de capital lingüístico,
hablar de c. l. significa que hay ganancias
lingüísticas. El capital lingüístico
es el poder sobre los mecanismos de formación de los precios lingüísticos. Las situaciones de fuerza lingüísticas son
situaciones en las que se habla sin comunicar, y el caso extremo es la
misa. Son los casos en que el locutor autorizado tiene tanta autoridad, tan
claramente de su lado las instituciones, las leyes de mercado y todo el espacio
social, que puede hablar sin decir nada.
Todas las
interacciones lingüísticas son tipos de micromercados que están siempre
dominados por las estructuras globales. Existe una relación de dependencia
muy clara entre los mecanismos de dominación política y los mecanismos de
formación de los precios lingüísticos característicos de una situación social
determinada. La teoría que propone Bourdieu permite comprender que las luchas
lingüísticas pueden no tener bases económicas evidentes y poner en juego
intereses que igual o más vitales que los económicos.
Entonces, un
capital solo se define, funciona como tal y proporciona ganancias en un mercado
determinado. Al igual que el mercado económico, donde hay relaciones de fuerza
objetivas que provocan que productores y productos no sean todos iguales, en el
lingüístico también las hay: el mercado lingüístico tiene leyes de
determinación de los precios que hacen que todos los productores de productos
lingüísticos no sean iguales. Las relaciones lingüísticas de fuerza son relaciones que trascienden la situación,
que son irreductibles a las relaciones de interacción tal como se pueden captar
en la situación. Esto es importante, porque cuando se habla de situación se
piensa que se ha vuelto a introducir lo social cuando se ha introducido la
interacción. La descripción interaccionista de las relaciones sociales, que es
muy interesante en sí, se vuelve peligrosa cuando se olvida de que las
relaciones que ocurren entre dos personas están siempre dominadas por la
relación objetiva que existe entre las lenguas correspondientes y entre los
grupos que las hablan.
Para que se ejerzan
los efectos de capital y de dominación liguística es necesario que el mercado
lingüístico esté relativamente unificado, es decir, que la mayoría de los
locutores estén sometidos a la misma ley de determinación de los precios de las
producciones lingüísticas. Unificación
del mercado: en el mercado lingüístico se ejercen formas de dominación que
poseen una lógica específica, y al igual que en cualquier mercado de bienes
simbólicos, existen formas de dominación específica que no se pueden reducir a
la dominación estrictamente económica.
Los efectos de
la dominación, las relaciones de fuerza objetivas del mercado lingüístico, se
ejercen en todas las situaciones lingüísticas.
Cuanto más se acerca una situación a lo oficial, más sometida está su
ley de determinación de los precios a las leyes generales.
Una forma de hablar con espontaneidad es el habla popular
en situación popular, cuando quedan entre paréntesis las leyes de mercado
(“hablando en serio”). Sin embargo, sería un error decir que el verdadero
lenguaje popular es hablar con espontaneidad. Este no es más verdadero que el
otro: la verdad de la competencia popular es también el hecho de que cuando se
enfrenta a un mercado oficial está trastornada, mientras que cuando se encuentra
en su propio terreno es un lenguaje espontáneo. Es importante saber que el
lenguaje espontáneo existe, pero como un islote arrebatado de las leyes de
mercado. Los efectos del mercado se ejercen siempre,
incluso sobre las clases populares, y sobre ellas puede caer en cualquier
momento el peso de las leyes del mercado. Esto es la legitimidad: hablar de
legitimidad es señalar que nadie puede ignorar la ley lingüística. Cada campo
especializado, como el de la filosofía, el de la religión o el literario tienen
sus propias leyes y tiende a censurar las palabras que no van de acuerdo con
esas leyes.
Bourdieu dice en
este texto, con respecto al hábitus: se diferencia del hábito porque es este se
considera como algo repetitivo, mecánico, más reproductivo que productivo,
mientras el hábitus es poderosamente
generador. El hábitus es un producto
de los condicionamientos que tiende a reproducir la lógica objetiva de los
mismos, pero sometiéndola a una transformación: hace que reproduzcamos las
condiciones sociales de nuestra propia producción pero de manera relativamente
imprevisible. El hábitus lingüístico no es más que una dimensión del hábitus como sistema de esquemas
generadores de prácticas y de percepción de esas prácticas. El hábitus es un principio de invención que
aunque es producido por las historia, está relativamente desprendido de ella.
Las disposiciones son durables pero los ajustes que impone la adaptación a
situaciones nuevas pueden determinar transformaciones durables en el hábitus, aunque no pasan ciertos
límites, entre otras razones, porque el hábitus
define la percepción de las situación que lo determina. La situación es la
condición que permite la realización del hábitus.
Diferencia entre campo y aparato: El aparato es como una máquina programada para ciertos
fines. El sistema escolar, el Estado, la Iglesia o los partidos no son
aparatos, sino campos. Sin embargo en ciertas condiciones pueden funcionar como
aparatos. En un campo están en lucha agentes e instituciones, fuerzas
diferentes y según las reglas constitutivas de ese espacio de juego, pueden
apropiarse de las ganancias en juego. Los que dominan el campo tienen los
medios para hacerlo funcionar en provecho propio pero tienen que contar con la
resistencia de los dominados. Un campo se convierte en aparato cuando los
dominantes tienen los medios para anular la resistencia y las reacciones de los
dominados. Cuando todos los movimientos van de arriba hacia abajo que cesan la
lucha y la dialéctica que son constitutivas del campo.
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