13.5.13

Bourdieu -

Más allá de la antinomia entre física social y fenomenología social
            Según Pierre Bourdieu, la tarea de la sociología es “revelar las estructuras más profundamente ocultas de los diversos mundos sociales así como los mecanismos que tienden a asegurar su reproducción o transformación”.
            Una ciencia de la sociedad debe poder hacer una doble lectura, es decir, estudiar la distribución de los recursos materiales y de los modos de apropiación de los bienes y valores al mismo tiempo que los esquemas mentales y corporales que constituyen la matriz simbólica de las actividades prácticas de los agentes.
            Bourdieu considera que el enfoque objetivista típico de la sociología durkheimiana debe rescatar al agente de las prácticas dado que es él quien construye el sentido. Para esta “objetividad del primer orden” los agentes son meros soportes pasivos de fuerzas que se articulan mecánicamente.
            Los individuos poseen un hábitus, es decir, un conocimiento práctico del mundo que invierten en sus actividades cotidianas. Es por eso que el punto de vista subjetivista propio de la etnometodología de Garfinkel considera que la realidad social es el producto de las prácticas cotidianas individuales de los actores.
            Pero esta “objetividad del segundo orden” no puede explicar por qué ciertas prácticas se organizan con persistencia o se perpetúan en la historia. Tampoco puede explicar en base a qué principios se producen.
            Bourdieu transforma las hipótesis de estos paradigmas en una praxeología social que va a tener en cuenta la distribución de los recursos socialmente eficientes que definen las coerciones externas limitativas de las interacciones y representaciones. Pero que al mismo tiempo analizar la experiencia inmediata de los agentes para explicar las categorías de percepción y apreciación (disposiciones) que estructuran desde adentro sus acciones y representaciones (tomas de posición).

Lucha de las clasificaciones y dialéctica de las estructuras mentales y sociales
            Dada la correspondencia entre las estructuras mentales y la estructura social, una verdadera ciencia de la práctica humana necesita sacar a la luz las relaciones que los esquemas perceptuales y evaluativos mantienen con las estructuras externas de la sociedad. Las categorías del entendimiento que subyacen a las representaciones colectivas se organizan con arreglo a la estructura social del grupo.
            Bourdieu cree que la exposición acumulativa de las condiciones sociales definidas imprime en los individuos un conjunto de disposiciones duraderas que interiorizan la necesidad de su entorno social, inscribiendo dentro del cuerpo del sujeto las coerciones estructuradas de la realidad externa.
            Si las estructuras de la objetividad del segundo orden (habitus) son la versión incorporada de las estructuras de la objetividad del primer orden, entonces el análisis de las estructuras objetivas debe estar acompañado de una investigación de las disposiciones subjetivas.
            Por lo tanto, una ciencia adecuada de la sociedad debe abarcar las regularidades objetivas y el proceso de interiorización de la objetividad con arreglo al cual se constituyen los principios inconscientes de visión que los agentes incorporan a sus prácticas.
            Para Bourdieu, los esquemas clasificatorios socialmente constituidos a través de los cuales construimos activamente la sociedad son una garantía de la dominación social. Es por eso que las clases sociales se encuentran continuamente atrapadas en una lucha para imponer la definición del mundo más acorde a sus intereses particulares. La sociología del conocimiento o de las formas culturales es una sociología política.

El relacionismo metodológico
            Contra todas las formas de monismo metodológico que pretender afirmar la prioridad ontológica de la estructura o del agente, Bourdieu proclama la primacía de las relaciones. Esto se hace patente con dos conceptos centrales de su teoría: hábitus y campo.
            Un campo está integrado por un conjunto de relaciones históricas objetivas entre posiciones ancladas en ciertas formas de poder (o de capital), mientras que el habitus alude a un conjunto de relaciones históricas “depositadas” en los cuerpos individuales bajo la forma de esquemas  mentales y corporales de percepción, apreciación y acción (disposiciones duraderas).
            Así, Bourdieu reemplaza la noción de “sociedad” por la de campo y espacio social ya que una sociedad diferenciada no forma una totalidad única integrada por funciones sistemáticas sino que son un conjunto de esferas de “juego” relativamente autónomas.
            Las sociedades avanzadas no constituyen un cosmos unificado, sino que son entidades diferenciadas compuestas por un conjunto de campos, cada uno de ellos con sus dominadores y dominados.
            Cada campo define sus propios límites. El campo es un espacio socialmente estructurado donde los agentes luchan en función de la posición que ocupan, ya sea para modificarlo o conservar sus fronteras. El campo es un espacio de conflictos donde los agentes rivalizan por establecer un monopolio sobre el tipo específico de capital en juego.
            El habitus es un mecanismo estructurante producto de la interiorización de una multiplicidad de estructuras externas. Pero los conceptos de habitus y campo son relacionales: un campo no es una estructura muerta. En fin, todo aquello que percibimos como objetivo es en verdad el producto de una red de relaciones oculta.

 La lógica imprecisa del sentido práctico
            El sentido práctico preconoce, es decir, sabe reconocer en el estado presente los posibles estados futuros de los cuales está preñado el campo. Pasado, presente y futuro se interpenetran mutuamente en el hábitus.
            Las líneas de acción generadas por el habitus no pueden tener la regularidad y nitidez de las conductas derivadas de la aplicación de normas o principios jurídicos. El hábitus está indisociablemente ligado con la imprecisión y la ambigüedad. La norma es una regla precisa externa al individuo que exige regularidad. El hábitus es una práctica imprecisa que no puede ser predicha y que es el resultado de una incorporación de una multiplicidad de estructuras externas.
            Pero la sumisión de los trabajadores, las mujeres y las minorías raciales no es una concesión deliberada y consciente de la fuerza bruta de los administradores, los hombres y los blancos. Más bien se trata de una correspondencia inconciente entre sus hábitus y el campo dentro del cual operan.

            Al emplear la noción de estrategia, Bourdieu no se refiere a la prosecución intencional y planificada de metas calculadas, sino al despliegue activo de líneas de acción. Al usar el concepto de interés, Bourdieu quiere sugerir la idea de que los individuos son motivados por los estímulos provenientes de ciertos campos.

Contra el teoricismo y el metodologismo: una ciencia social total
            Bourdieu define al metodologismo como la tendencia a separar la reflexión sobre el método por un lado y su utilización efectiva en el quehacer científico, por otro. Para él, la metodología no debe ser concebida como una especialidad separada en las ciencias sociales.
            De forma análoga critica la institución de la teoría como un campo discursivo separado, cerrado y autorreferente. Más bien pretende revalorar el aspecto práctico de la teoría como actividad productora de conocimiento.
            En suma, Bourdieu sostiene que cualquier acto de investigación debe ser simultáneamente empírico (por abordar fenómenos observables) y teórico (por plantear hipótesis).
            Así, al oponerse a la especialización científica prematura, Bourdieu propone que la sociología debe ser una ciencia total que debe poder reconstruir la unidad fundamental de las prácticas humanas.

Para una reflexividad epistémica
            Bourdieu denuncia tres tipos de parcialidad susceptibles de oscurecer la mirada sociológica. El primero concierne al origen social del investigador. El segundo tiene que ver con la posición que éste ocupa en el campo académico y el tercer tipo es el riesgo de percibir el mundo como un espectáculo de significados en espera de ser interpretados.
            Más bien, Bourdieu propone estudiar el mundo como un conjunto de problemas concretos que demandan soluciones prácticas. La auténtica reflexividad no consiste en entregarse post-festum a reflexiones sobre el trabajo de campo, ni tampoco requiere del empleo de la primera persona para señalar la posición del observador.
            Se trata de someter la posición del investigador al mismo análisis. Bourdieu cree que la práctica de la reflexividad sociológica todavía no está generalizada porque atenta contra la individualidad del investigador. Pero considera que precisamente es esa reflexividad la que puede liberar a los investigadores de cualquier tipo de determinación social.

Razón, ética y política
            Bourdieu critica las posturas herméticas del deconstruccionismo post-estructuralista típico de Derridà y el racionalismo modernista de Habermas. Propone fundar un racionalismo historicista que historice la razón sin disolverla.
            Conjuntamente con Derridà y Foucault, Bourdieu cree que las estructuras del discurso relativo al mundo social son preconstrucciones sociales con una significativa carga política. Pero no se puede confundir la política propia de la ciencia con aquélla de la sociedad.
            La razón es un producto histórico paradójico porque puede escapar a la historia. Bourdieu cree que el sociólogo debería desnaturalizar y desfatalizar el mundo social, liberándolo de los mitos que perpetúan la dominación.
            Esa fatalidad es una tesis retórica según la cual toda acción colectiva es vana porque es incapaz de corregir las desigualdades presentes.
            Para Bourdieu, la sociología es una ciencia eminentemente política en el sentido de que le concierne el estudio de las estrategias y mecanismos de dominación simbólica en los cuales ella misma se encuentra atrapada.

La lógica de los campos
            Bourdieu retoma el planteo relacional hegeliano, según el cual todo lo real es relacional, es decir, lo que existe en el mundo social es una red de relaciones oculta que, como agregaría Marx después, existen “independientemente de la conciencia y la voluntad individuales”.
            Un campo es precisamente una red de relaciones objetivas entre posiciones definidas por una cantidad determinada de capital (poder). El capital es el factor eficiente en un campo dado. La fuerza relativa de cada agente en el campo depende del volumen de capital acumulado.
            Los límites de un campo se encuentran donde terminan los efectos del campo. Cada campo posee su propia lógica, sus propias reglas y un capital que le es específico. Para construir un campo hay que conocer aquellas formas de capital específico que habrán de ser eficientes en él. Al mismo tiempo, para construir estas formas de capital específico se debe conocer la lógica específica del campo.
            El campo es un juego que nadie inventó. Todo campo es un espacio de juego potencialmente abierto que se inició cuando ciertos agentes comenzaron a competir por un tipo de capital específico.
            Para ingresar a determinado campo, el agente debe cumplir con una serie de requisitos específicos. A través de su posición en el campo, el agente define su punto de vista, a partir del cual conforma su visión particular del mundo y del mismo campo.
            Un capital sólo existe en relación con un campo, sobre el que confiere un poder. Mediante la apropiación y conservación del capital específico los agentes tratan de mejorar su posición relativa dentro de cada campo. Los agentes no son partículas pasivas, sino portadores de capital que tratarán de conservar la distribución del capital o subvertirla.
            Cada agente posee determinada cantidad de capital específico, del que intentará siempre aumentar su volumen para tener mayor poder dentro del campo. Así, los participantes de un campo siempre procuran diferenciarse de sus rivales más cercanos. En algunos campos, como el cultural, el beneficio consiste precisamente en diferenciarse.
            La posición que el agente ocupa en el campo determina ciertos intereses específicos y disposiciones que pondrán en marcha una estrategia acorde. Así queda conformado un cierto orden social dentro del campo, una red de relaciones de fuerza sostenidas por intereses y estrategias.
            Cada campo tiene una estructura propia, definida en base a las relaciones de fuerza motorizadas por una distribución desigual del capital específico. Las posiciones dentro de un campo son independientes de los agentes que lo ocupan. Es por eso que se habla de posiciones objetivas (y no subjetivas). Todas las cualidades del agente son conferidas por la posición que ocupa en ese campo y no le son intrínsecas.
            Bourdieu se opone a hablar de aparatos. Más bien cree que el sistema escolar, el Estado, la Iglesia, los partidos políticos y los sindicatos constituyen campos donde los agentes luchan para apropiarse de las ganancias específicas que están en juego.
            El campo puede comenzar a funcionar como aparato cuando el dominante logra aplastar o anular las resistencias del dominado. Sólo puede haber historia mientras los individuos se rebelen.
            El campo de poder es un metacampo en el cual los agentes que intervienen luchan por poder definir cómo se van a relacionar los otros campos entre sí. Los agentes gubernamentales luchan por regir una esfera particular de prácticas.

El mercado lingüístico
            En su exposición titulada “El Mercado Lingüístico” (1978), Bourdieu discute la noción de competencia lingüística de Chomski y la opone a la suya propia de habitus respecto de la cual dice que se distingue de la primera porque no se refiere a la pura producción de un discurso bien formulado en sentido intralingüístico, sino que hace referencia a un discurso bien ajustado a las condiciones sociales de su producción.
            Propone sustituir la noción de competencia lingüística por la de capital lingüístico porque en el mercado lingüístico hay ganancias lingüísticas.
            En opinión de Bourdieu, lo que hace oportuno a un discurso no es la adecuación a las leyes de enunciación, sino el hecho de que sea bien dicho respecto de las condiciones en que se dice y respecto de los oyentes, de tal manera que realmente dice lo que tiene que decir a quienes tiene que decírselo; oportunidad del discurso en un mercado lingüístico; saber decir lo que tiene que decirse en la circunstancia adecuada, independientemente de la normas gramaticales o más allá de ellas.
            De este modo, si un sujeto dice exactamente lo que tiene que decir, y lo dice en el lugar y momento precisos, y ha sido legítimamente consagrado para ello, entonces tendrá el discurso toda la eficacia que requiere para cumplir sus funciones.
            El conjunto de determinaciones institucionales que las situaciones sociales de referencia proyectan sobre las interacciones lingüísticas y la producción discursiva son conceptualizadas por Bourdieu como un mecanismo de mercado. Los mercados de la interacción que dibuja Bourdieu no son mercados de intercambio entre valores iguales y soberanos, son situaciones sociales desiguales que llevan emparejados procesos de dominación y censura estructural de unos discursos sobre otros.
            Los diferentes productos lingüísticos reciben, pues, un valor social (precio), según se adecuen o no a las leyes que rigen en ese particular mercado formado por un conjunto de normas de interacción que reflejan el poder social de los actores que se encuentran en él.
            Las leyes de formación de precios en cada mercado lingüístico, que son las que dictan la aceptabilidad de los discursos y la legitimidad del habla, se construyen en contextos socio-históricos concretos y en función de las prácticas de los sujetos implicados en la negociación de los valores, cuyo poder, a su vez, está marcado por su posición estratégica en el espacio social de referencia.
            Para explicar su concepto, el sociólogo relata la historia de un alcalde de la región de Pau en Francia, quien durante una ceremonia en honor a un poeta local se dirigió al público en la lengua regional, el bearnés (complicación). El público, profundamente emocionado por este gesto, ovacionó al edil, hecho que fue destacado en la prensa regional (resolución). Este relato le sirve a Bourdieu para ejemplificar el uso que el alcalde hizo de las reglas del mercado lingüístico: vender un producto lingüístico a los consumidores adecuados.
            Las interacciones lingüísticas, los usos, las funciones y el status social de las diferentes variedades lingüísticas dependen de la estructura del campo lingüístico en el que están sumergidas estas variedades. Este campo lingüístico, a su vez, es un reflejo de las relaciones que existen entre las diferentes comunidades lingüísticas, donde cada comunidad es poseedora de un capital lingüístico. De este modo, la situación sociolingüística de un país se convertiría según Bourdieu en un mercado lingüístico, cuyos productos o bienes simbólicos están expuestos bajo la forma de lenguas o variedades lingüísticas que están en una situación de competencia.
            La estructura social del mercado lingüístico determina así qué es lo que tiene más valor en el intercambio lingüístico y los discursos no son otra cosa que las jugadas prácticas con las que los sujetos que intervienen en un mercado lingüístico, tratando de aumentar sus beneficios simbólicos, adaptándose a las leyes de formación de los valores y a la vez poniendo en juego su capital lingüístico, social y culturalmente codificado.
            El discurso, por tanto, lejos de cualquier código formal, lleva para Bourdieu la marca social del poder y el valor de la situación en que se ha producido. La misma producción del discurso se realiza anticipando sus condiciones de recepción en el mercado lingüístico, no tanto mediante la realización de un cálculo estratégico individual como por la adhesión naturalizada a los valores dominantes estructurantes y estructurados, en forma de habitus, en el propio mercado.
            El mercado lingüístico conforma el campo de la interacción con sus leyes particulares de aceptabilidad de los discursos y prácticas lingüísticas, como un conjunto de relaciones de fuerza y dominación lingüística; mercado donde se hacen valer capitales lingüísticos y simbólicos provenientes de posiciones sociales consolidadas, a partir de estrategias expresivas (como la hipercorrección que ejercitan las clases medias en su lucha por el enclasamiento o la hipocorrección controlada, la informalidad o la campechanía que muestran los que están en posiciones muy seguras de dominio social para hacer observar que tienen poder hasta para eludir la norma lingüística o simbólica en su provecho) que son disposiciones y competencias comunicativas aprendidas, naturalizadas y cristalizadas en forma de habitus preconscientes.
            La naturaleza misma del lenguaje indica, para Bourdieu, que quien recibe una ganancia lingüística está autorizado para hablar, a tal punto que poco importa lo que diga. Las situaciones de fuerza lingüísticas son situaciones en las que se habla sin comunicar y el caso extremo es la misa.
            La base, unidad y coherencia formal de ese desigual y fragmentado espacio conformado por un conjunto de mercados lingüísticos lo establece la autoridad institucional de la lengua oficial. Por ello, el autor francés considera que la lengua estándar crece con el Estado en su génesis y en sus usos sociales legitimados.
            El mismo proceso de formación del Estado es el que crea las condiciones para la constitución de un mercado lingüístico unificado, esencialmente normalizado y dominado por la lengua oficial.
            Institución política e institución lingüística son así indisolubles ya sea en los mercados genéricos de la lengua oficial o en los mercados lingüísticos internos de los diferentes campos (profesionales académicos, laborales, artísticos, etc.) donde se producen intercambios simbólicos sobre un espacio de poder concreto y, en un último nivel, la lengua del Estado transmitida a través de las instituciones (escuela, administraciones públicas, normas de aceptación ciudadana) se convierte en la norma teórica con la que se miden objetivamente todas las prácticas lingüísticas.
            En suma, la lengua estándar es producto de la dominación política constantemente reproducida a través de las instituciones, a la vez, que es un instrumento simbólico de poder que regula las prácticas lingüísticas.
            El análisis del discurso se convierte por ello en un análisis estructural de las relaciones de clase, lo que implica tener en cuenta no sólo determinaciones económicas, sino también prácticas culturales y cadenas simbólicas que constantemente reproducen las formas de subjetivación del sistema de posiciones sociales y las formas de exteriorización de la subjetividad como jugadas de posicionamiento y reposicionamiento en la red de relaciones sociales.
            El pensamiento de Bourdieu es contrario al planteamiento de Mijaíl Bajtín donde todo acto lingüístico es un acto que necesita al otro, como otro concreto, que implica ideología, pero por eso mismo implica acción, creación y reacción, praxis social que se produce desde todos los espacios de la estructura social.
            Si en Bourdieu se sigue, refina y multidimensionaliza la idea durkheimiana de los hechos sociales como cosas, en Garfinkel se radicaliza la visión fenomenológica y etnográfica de acción social como fenómeno permanentemente creado y creador de sentidos, realizada sobre y por sujetos sociales concretos.
            Una de las funciones más importantes, tal vez incluso más que la de comunicar, es la eficacia performativa o, para decirlo en palabras del mismo Bourdieu, eficacia como rito de institución; para este sociólogo francés: “...el acto de institución es un acto de comunicación, pero de un tipo particular: significa a alguien su identidad , pero a la vez en el sentido de que la expresa y la impone expresándola frente a todos kategoresthai, es decir, acusar públicamente notificándole así con autoridad lo que él es y lo que él tiene que ser”.
            Podemos llamar, siguiendo a Bourdieu, discursos de institución, a estas alocuciones dichas por un locutor legitimo, del modo y en las circunstancias precisas y  que constituyen la naturaleza social de los sujetos. Tales son todos los casos de consagración, de los cuales es un buen ejemplo la ceremonia mediante el cual el rey nombraba caballero a un plebeyo; este acto no consistía solamente en otorgarle al nuevo noble algunas prebendas exclusivas para la nobleza, sino consistía en cambiarle toda su naturaleza y adquirir otra nueva que originalmente solo podía adquirir por herencia de sangre. 

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