Según Pierre Bourdieu, la tarea de
la sociología es “revelar las estructuras más profundamente ocultas de los
diversos mundos sociales así como los mecanismos que tienden a asegurar su
reproducción o transformación”.
Una ciencia de la sociedad debe
poder hacer una doble lectura, es decir, estudiar la distribución de los
recursos materiales y de los modos de apropiación de los bienes y valores al
mismo tiempo que los esquemas mentales y corporales que constituyen la matriz
simbólica de las actividades prácticas de los agentes.
Bourdieu considera que el enfoque
objetivista típico de la sociología durkheimiana debe rescatar al agente de las
prácticas dado que es él quien construye el sentido. Para esta “objetividad del
primer orden” los agentes son meros soportes pasivos de fuerzas que se
articulan mecánicamente.
Los individuos poseen un hábitus, es
decir, un conocimiento práctico del mundo que invierten en sus actividades
cotidianas. Es por eso que el punto de vista subjetivista propio de la
etnometodología de Garfinkel considera que la realidad social es el producto de
las prácticas cotidianas individuales de los actores.
Pero esta “objetividad del segundo
orden” no puede explicar por qué ciertas prácticas se organizan con
persistencia o se perpetúan en la historia. Tampoco puede explicar en base a
qué principios se producen.
Bourdieu transforma las hipótesis de
estos paradigmas en una praxeología social que va a tener en cuenta la
distribución de los recursos socialmente eficientes que definen las coerciones
externas limitativas de las interacciones y representaciones. Pero que al mismo
tiempo analizar la experiencia inmediata de los agentes para explicar las
categorías de percepción y apreciación (disposiciones) que estructuran desde
adentro sus acciones y representaciones (tomas de posición).
Lucha de las clasificaciones y dialéctica de las
estructuras mentales y sociales
Dada la correspondencia entre las
estructuras mentales y la estructura social, una verdadera ciencia de la
práctica humana necesita sacar a la luz las relaciones que los esquemas
perceptuales y evaluativos mantienen con las estructuras externas de la
sociedad. Las categorías del entendimiento que subyacen a las representaciones
colectivas se organizan con arreglo a la estructura social del grupo.
Bourdieu cree que la exposición
acumulativa de las condiciones sociales definidas imprime en los individuos un
conjunto de disposiciones duraderas que interiorizan la necesidad de su entorno
social, inscribiendo dentro del cuerpo del sujeto las coerciones estructuradas
de la realidad externa.
Si las estructuras de la objetividad
del segundo orden (habitus) son la versión incorporada de las estructuras de la
objetividad del primer orden, entonces el análisis de las estructuras objetivas
debe estar acompañado de una investigación de las disposiciones subjetivas.
Por lo tanto, una ciencia adecuada
de la sociedad debe abarcar las regularidades objetivas y el proceso de
interiorización de la objetividad con arreglo al cual se constituyen los
principios inconscientes de visión que los agentes incorporan a sus prácticas.
Para Bourdieu, los esquemas
clasificatorios socialmente constituidos a través de los cuales construimos
activamente la sociedad son una garantía de la dominación social. Es por eso
que las clases sociales se encuentran continuamente atrapadas en una lucha para
imponer la definición del mundo más acorde a sus intereses particulares. La
sociología del conocimiento o de las formas culturales es una sociología
política.
El relacionismo metodológico
Contra todas las formas de monismo
metodológico que pretender afirmar la prioridad ontológica de la estructura o
del agente, Bourdieu proclama la primacía de las relaciones. Esto se hace
patente con dos conceptos centrales de su teoría: hábitus y campo.
Un campo está integrado por un
conjunto de relaciones históricas objetivas entre posiciones ancladas en
ciertas formas de poder (o de capital), mientras que el habitus alude a un
conjunto de relaciones históricas “depositadas” en los cuerpos individuales
bajo la forma de esquemas mentales y
corporales de percepción, apreciación y acción (disposiciones duraderas).
Así, Bourdieu reemplaza la noción de
“sociedad” por la de campo y espacio social ya que una sociedad diferenciada no
forma una totalidad única integrada por funciones sistemáticas sino que son un
conjunto de esferas de “juego” relativamente autónomas.
Las sociedades avanzadas no constituyen
un cosmos unificado, sino que son entidades diferenciadas compuestas por un
conjunto de campos, cada uno de ellos con sus dominadores y dominados.
Cada campo define sus propios
límites. El campo es un espacio socialmente estructurado donde los agentes
luchan en función de la posición que ocupan, ya sea para modificarlo o
conservar sus fronteras. El campo es un espacio de conflictos donde los agentes
rivalizan por establecer un monopolio sobre el tipo específico de capital en
juego.
El habitus es un mecanismo
estructurante producto de la interiorización de una multiplicidad de
estructuras externas. Pero los conceptos de habitus y campo son relacionales:
un campo no es una estructura muerta. En fin, todo aquello que percibimos como
objetivo es en verdad el producto de una red de relaciones oculta.
La lógica imprecisa del sentido práctico
El sentido práctico preconoce, es
decir, sabe reconocer en el estado presente los posibles estados futuros de los
cuales está preñado el campo. Pasado, presente y futuro se interpenetran
mutuamente en el hábitus.
Las líneas de acción generadas por
el habitus no pueden tener la regularidad y nitidez de las conductas derivadas
de la aplicación de normas o principios jurídicos. El hábitus está
indisociablemente ligado con la imprecisión y la ambigüedad. La norma es una
regla precisa externa al individuo que exige regularidad. El hábitus es una
práctica imprecisa que no puede ser predicha y que es el resultado de una
incorporación de una multiplicidad de estructuras externas.
Pero la sumisión de los
trabajadores, las mujeres y las minorías raciales no es una concesión
deliberada y consciente de la fuerza bruta de los administradores, los hombres
y los blancos. Más bien se trata de una correspondencia inconciente entre sus
hábitus y el campo dentro del cual operan.
Al emplear la noción de estrategia,
Bourdieu no se refiere a la prosecución intencional y planificada de metas
calculadas, sino al despliegue activo de líneas de acción. Al usar el concepto
de interés, Bourdieu quiere sugerir la idea de que los individuos son motivados
por los estímulos provenientes de ciertos campos.
Contra el teoricismo y el metodologismo: una ciencia
social total
Bourdieu define al metodologismo
como la tendencia a separar la reflexión sobre el método por un lado y su
utilización efectiva en el quehacer científico, por otro. Para él, la
metodología no debe ser concebida como una especialidad separada en las
ciencias sociales.
De forma análoga critica la
institución de la teoría como un campo discursivo separado, cerrado y
autorreferente. Más bien pretende revalorar el aspecto práctico de la teoría
como actividad productora de conocimiento.
En suma, Bourdieu sostiene que
cualquier acto de investigación debe ser simultáneamente empírico (por abordar
fenómenos observables) y teórico (por plantear hipótesis).
Así, al oponerse a la
especialización científica prematura, Bourdieu propone que la sociología debe
ser una ciencia total que debe poder reconstruir la unidad fundamental de las
prácticas humanas.
Para una reflexividad epistémica
Bourdieu denuncia tres tipos de
parcialidad susceptibles de oscurecer la mirada sociológica. El primero
concierne al origen social del investigador. El segundo tiene que ver con la
posición que éste ocupa en el campo académico y el tercer tipo es el riesgo de
percibir el mundo como un espectáculo de significados en espera de ser
interpretados.
Más bien, Bourdieu propone estudiar
el mundo como un conjunto de problemas concretos que demandan soluciones
prácticas. La auténtica reflexividad no consiste en entregarse post-festum a
reflexiones sobre el trabajo de campo, ni tampoco requiere del empleo de la
primera persona para señalar la posición del observador.
Se trata de someter la posición del
investigador al mismo análisis. Bourdieu cree que la práctica de la
reflexividad sociológica todavía no está generalizada porque atenta contra la
individualidad del investigador. Pero considera que precisamente es esa
reflexividad la que puede liberar a los investigadores de cualquier tipo de
determinación social.
Razón, ética y política
Bourdieu critica las posturas
herméticas del deconstruccionismo post-estructuralista típico de Derridà y el
racionalismo modernista de Habermas. Propone fundar un racionalismo
historicista que historice la razón sin disolverla.
Conjuntamente con Derridà y
Foucault, Bourdieu cree que las estructuras del discurso relativo al mundo
social son preconstrucciones sociales con una significativa carga política.
Pero no se puede confundir la política propia de la ciencia con aquélla de la
sociedad.
La razón es un producto histórico
paradójico porque puede escapar a la historia. Bourdieu cree que el sociólogo
debería desnaturalizar y desfatalizar el mundo social, liberándolo de los mitos
que perpetúan la dominación.
Esa fatalidad es una tesis retórica
según la cual toda acción colectiva es vana porque es incapaz de corregir las
desigualdades presentes.
Para Bourdieu, la sociología es una
ciencia eminentemente política en el sentido de que le concierne el estudio de
las estrategias y mecanismos de dominación simbólica en los cuales ella misma
se encuentra atrapada.
La lógica de los campos
Bourdieu retoma el planteo
relacional hegeliano, según el cual todo lo real es relacional, es decir, lo
que existe en el mundo social es una red de relaciones oculta que, como
agregaría Marx después, existen “independientemente de la conciencia y la
voluntad individuales”.
Un campo es precisamente una red de
relaciones objetivas entre posiciones definidas por una cantidad determinada de
capital (poder). El capital es el factor eficiente en un campo dado. La fuerza
relativa de cada agente en el campo depende del volumen de capital acumulado.
Los límites de un campo se
encuentran donde terminan los efectos del campo. Cada campo posee su propia
lógica, sus propias reglas y un capital que le es específico. Para construir un
campo hay que conocer aquellas formas de capital específico que habrán de ser
eficientes en él. Al mismo tiempo, para construir estas formas de capital
específico se debe conocer la lógica específica del campo.
El campo es un juego que nadie
inventó. Todo campo es un espacio de juego potencialmente abierto que se inició
cuando ciertos agentes comenzaron a competir por un tipo de capital específico.
Para ingresar a determinado campo,
el agente debe cumplir con una serie de requisitos específicos. A través de su
posición en el campo, el agente define su punto de vista, a partir del cual
conforma su visión particular del mundo y del mismo campo.
Un capital sólo existe en relación
con un campo, sobre el que confiere un poder. Mediante la apropiación y
conservación del capital específico los agentes tratan de mejorar su posición
relativa dentro de cada campo. Los agentes no son partículas pasivas, sino
portadores de capital que tratarán de conservar la distribución del capital o
subvertirla.
Cada agente posee determinada
cantidad de capital específico, del que intentará siempre aumentar su volumen
para tener mayor poder dentro del campo. Así, los participantes de un campo
siempre procuran diferenciarse de sus rivales más cercanos. En algunos campos,
como el cultural, el beneficio consiste precisamente en diferenciarse.
La posición que el agente ocupa en
el campo determina ciertos intereses específicos y disposiciones que pondrán en
marcha una estrategia acorde. Así queda conformado un cierto orden social
dentro del campo, una red de relaciones de fuerza sostenidas por intereses y
estrategias.
Cada campo tiene una estructura propia,
definida en base a las relaciones de fuerza motorizadas por una distribución
desigual del capital específico. Las posiciones dentro de un campo son
independientes de los agentes que lo ocupan. Es por eso que se habla de
posiciones objetivas (y no subjetivas). Todas las cualidades del agente son
conferidas por la posición que ocupa en ese campo y no le son intrínsecas.
Bourdieu se opone a hablar de
aparatos. Más bien cree que el sistema escolar, el Estado, la Iglesia , los partidos
políticos y los sindicatos constituyen campos donde los agentes luchan para
apropiarse de las ganancias específicas que están en juego.
El campo puede comenzar a funcionar
como aparato cuando el dominante logra aplastar o anular las resistencias del
dominado. Sólo puede haber historia mientras los individuos se rebelen.
El campo de poder es un metacampo en
el cual los agentes que intervienen luchan por poder definir cómo se van a
relacionar los otros campos entre sí. Los agentes gubernamentales luchan por
regir una esfera particular de prácticas.
El mercado lingüístico
En su exposición titulada “El
Mercado Lingüístico” (1978), Bourdieu discute la noción de competencia
lingüística de Chomski y la opone a la suya propia de habitus respecto de la
cual dice que se distingue de la primera porque no se refiere a la pura
producción de un discurso bien formulado en sentido intralingüístico, sino que
hace referencia a un discurso bien ajustado a las condiciones sociales de su
producción.
Propone sustituir la noción de
competencia lingüística por la de capital lingüístico porque en el mercado
lingüístico hay ganancias lingüísticas.
En opinión de Bourdieu, lo que hace
oportuno a un discurso no es la adecuación a las leyes de enunciación, sino el
hecho de que sea bien dicho respecto de las condiciones en que se dice y
respecto de los oyentes, de tal manera que realmente dice lo que tiene que
decir a quienes tiene que decírselo; oportunidad del discurso en un mercado
lingüístico; saber decir lo que tiene que decirse en la circunstancia adecuada,
independientemente de la normas gramaticales o más allá de ellas.
De este modo, si un sujeto dice
exactamente lo que tiene que decir, y lo dice en el lugar y momento precisos, y
ha sido legítimamente consagrado para ello, entonces tendrá el discurso toda la
eficacia que requiere para cumplir sus funciones.
El conjunto de determinaciones
institucionales que las situaciones sociales de referencia proyectan sobre las
interacciones lingüísticas y la producción discursiva son conceptualizadas por
Bourdieu como un mecanismo de mercado. Los mercados de la interacción que
dibuja Bourdieu no son mercados de intercambio entre valores iguales y
soberanos, son situaciones sociales desiguales que llevan emparejados procesos
de dominación y censura estructural de unos discursos sobre otros.
Los diferentes productos
lingüísticos reciben, pues, un valor social (precio), según se adecuen o no a
las leyes que rigen en ese particular mercado formado por un conjunto de normas
de interacción que reflejan el poder social de los actores que se encuentran en
él.
Las leyes de formación de precios en
cada mercado lingüístico, que son las que dictan la aceptabilidad de los
discursos y la legitimidad del habla, se construyen en contextos
socio-históricos concretos y en función de las prácticas de los sujetos
implicados en la negociación de los valores, cuyo poder, a su vez, está marcado
por su posición estratégica en el espacio social de referencia.
Para explicar su concepto, el
sociólogo relata la historia de un alcalde de la región de Pau en Francia,
quien durante una ceremonia en honor a un poeta local se dirigió al público en
la lengua regional, el bearnés (complicación). El público, profundamente
emocionado por este gesto, ovacionó al edil, hecho que fue destacado en la
prensa regional (resolución). Este relato le sirve a Bourdieu para ejemplificar
el uso que el alcalde hizo de las reglas del mercado lingüístico: vender un
producto lingüístico a los consumidores adecuados.
Las interacciones lingüísticas, los
usos, las funciones y el status social de las diferentes variedades
lingüísticas dependen de la estructura del campo lingüístico en el que están
sumergidas estas variedades. Este campo lingüístico, a su vez, es un reflejo de
las relaciones que existen entre las diferentes comunidades lingüísticas, donde
cada comunidad es poseedora de un capital lingüístico. De este modo, la
situación sociolingüística de un país se convertiría según Bourdieu en un
mercado lingüístico, cuyos productos o bienes simbólicos están expuestos bajo
la forma de lenguas o variedades lingüísticas que están en una situación de
competencia.
La estructura social del mercado
lingüístico determina así qué es lo que tiene más valor en el intercambio
lingüístico y los discursos no son otra cosa que las jugadas prácticas con las
que los sujetos que intervienen en un mercado lingüístico, tratando de aumentar
sus beneficios simbólicos, adaptándose a las leyes de formación de los valores
y a la vez poniendo en juego su capital lingüístico, social y culturalmente
codificado.
El discurso, por tanto, lejos de
cualquier código formal, lleva para Bourdieu la marca social del poder y el
valor de la situación en que se ha producido. La misma producción del discurso
se realiza anticipando sus condiciones de recepción en el mercado lingüístico,
no tanto mediante la realización de un cálculo estratégico individual como por
la adhesión naturalizada a los valores dominantes estructurantes y
estructurados, en forma de habitus, en el propio mercado.
El mercado lingüístico conforma el
campo de la interacción con sus leyes particulares de aceptabilidad de los
discursos y prácticas lingüísticas, como un conjunto de relaciones de fuerza y
dominación lingüística; mercado donde se hacen valer capitales lingüísticos y
simbólicos provenientes de posiciones sociales consolidadas, a partir de
estrategias expresivas (como la hipercorrección que ejercitan las clases medias
en su lucha por el enclasamiento o la hipocorrección controlada, la
informalidad o la campechanía que muestran los que están en posiciones muy
seguras de dominio social para hacer observar que tienen poder hasta para
eludir la norma lingüística o simbólica en su provecho) que son disposiciones y
competencias comunicativas aprendidas, naturalizadas y cristalizadas en forma
de habitus preconscientes.
La naturaleza misma del lenguaje
indica, para Bourdieu, que quien recibe una ganancia lingüística está
autorizado para hablar, a tal punto que poco importa lo que diga. Las
situaciones de fuerza lingüísticas son situaciones en las que se habla sin
comunicar y el caso extremo es la misa.
La base, unidad y coherencia formal
de ese desigual y fragmentado espacio conformado por un conjunto de mercados
lingüísticos lo establece la autoridad institucional de la lengua oficial. Por
ello, el autor francés considera que la lengua estándar crece con el Estado en
su génesis y en sus usos sociales legitimados.
El mismo proceso de formación del
Estado es el que crea las condiciones para la constitución de un mercado lingüístico
unificado, esencialmente normalizado y dominado por la lengua oficial.
Institución política e institución
lingüística son así indisolubles ya sea en los mercados genéricos de la lengua
oficial o en los mercados lingüísticos internos de los diferentes campos
(profesionales académicos, laborales, artísticos, etc.) donde se producen
intercambios simbólicos sobre un espacio de poder concreto y, en un último
nivel, la lengua del Estado transmitida a través de las instituciones (escuela,
administraciones públicas, normas de aceptación ciudadana) se convierte en la
norma teórica con la que se miden objetivamente todas las prácticas
lingüísticas.
En suma, la lengua estándar es
producto de la dominación política constantemente reproducida a través de las
instituciones, a la vez, que es un instrumento simbólico de poder que regula
las prácticas lingüísticas.
El análisis del discurso se
convierte por ello en un análisis estructural de las relaciones de clase, lo
que implica tener en cuenta no sólo determinaciones económicas, sino también
prácticas culturales y cadenas simbólicas que constantemente reproducen las
formas de subjetivación del sistema de posiciones sociales y las formas de
exteriorización de la subjetividad como jugadas de posicionamiento y reposicionamiento
en la red de relaciones sociales.
El pensamiento de Bourdieu es
contrario al planteamiento de Mijaíl Bajtín donde todo acto lingüístico es un
acto que necesita al otro, como otro concreto, que implica ideología, pero por
eso mismo implica acción, creación y reacción, praxis social que se produce
desde todos los espacios de la estructura social.
Si en Bourdieu se sigue, refina y
multidimensionaliza la idea durkheimiana de los hechos sociales como cosas, en
Garfinkel se radicaliza la visión fenomenológica y etnográfica de acción social
como fenómeno permanentemente creado y creador de sentidos, realizada sobre y
por sujetos sociales concretos.
Una de las funciones más
importantes, tal vez incluso más que la de comunicar, es la eficacia performativa
o, para decirlo en palabras del mismo Bourdieu, eficacia como rito de
institución; para este sociólogo francés: “...el acto de institución es un acto
de comunicación, pero de un tipo particular: significa a alguien su identidad ,
pero a la vez en el sentido de que la expresa y la impone expresándola frente a
todos kategoresthai, es decir, acusar
públicamente notificándole así con autoridad lo que él es y lo que él tiene que
ser”.
Podemos llamar, siguiendo a
Bourdieu, discursos de institución, a estas alocuciones dichas por un locutor
legitimo, del modo y en las circunstancias precisas y que constituyen la naturaleza social de los
sujetos. Tales son todos los casos de consagración, de los cuales es un buen
ejemplo la ceremonia mediante el cual el rey nombraba caballero a un plebeyo;
este acto no consistía solamente en otorgarle al nuevo noble algunas prebendas
exclusivas para la nobleza, sino consistía en cambiarle toda su naturaleza y
adquirir otra nueva que originalmente solo podía adquirir por herencia de
sangre.
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