El autor parte de la premisa de que,
a partir de los movimientos de descolonización que se desataron en los
años cincuenta y sesenta, la autoridad etnográfica tradicional se fue
viendo progresivamente resquebrajada.
El primer mundo ya no es origen y
fundamento de verdad antropológica. Vivimos más bien en una situación de
comunicación y de contacto intercultural en la cual los procesos de
interpretación son recíprocos.
Tradicionalmente, era el etnógrafo
quien tenía la última palabra sobre una cultura determinada. Hoy, sabiendo que
el Otro, a quien describimos, es en gran parte fruto de nuestra construcción
intelectual, Clifford se pregunta cuál es el papel del etnógrafo en la
descripción e interpretación de una cultura.
El desarrollo de la ciencia
antropológica no puede entenderse prescindiendo de los debates políticos y
epistemológicos más generales sobre la escritura y la representación de la
alteridad. Por eso, expone los modelos de representación de la alteridad
que se fueron imponiendo a lo largo del siglo XX.
La autoridad experiencial
Clifford distingue, en la historia
de la ciencia etnográfica, cuatro períodos distintos en los que un tipo
determinado de autoridad resultó hegemónica. Originalmente, esta disciplina
presentaba una división entre el “hombre sobre el terreno” (etnógrafo) y el
antropólogo de la metrópolis que analizaba los datos.
Para romper con esta división, a principios
del siglo XX, diversos antropólogos como Malinowsky, Boas y Mead empiezan a
defender el trabajo de campo intensivo para establecer un discurso
antropológico “serio”.
El crédito del antropólogo se basaba
en su experiencia personal singular, el “haber estado ahí”. La observación
participante intensiva (Malinowsky) se establece como norma profesional.
Pero el poder de la observación sólo
enfocaba su atención en las ceremonias y los gestos susceptibles de registro.
La interpretación estaba sólo ligada a la mera descripción.
Lo cierto es que el trabajo de campo
intensivo, llevado a cabo por especialistas entrenados en las universidades,
permitió la recolección de datos sobre pueblos exóticos que permitirían luego
el desarrollo de nuevas hipótesis antropológicas.
La autoridad interpretativa
Paulatinamente, ciertos antropólogos
miraban a la cultura como un conjunto de textos a interpretar. Es el caso de
Clifford Geertz, para quien la cultura era una urdimbre inmensamente
compleja de significaciones a interpretar.
En estos casos, ya no sólo se
describía la institución social, sino que se analizaba el significado
que en torno a ella construían los miembros de la comunidad.
La experiencia de investigación
requerirá de una traducción. En lugar de presentar un ritual como el
eslabón de una cadena de muchas otras situaciones ritualizadas, se presenta el
ritual como un texto que para ser comprendido requiere la presentación
simultánea de su contexto, es decir, su realidad cultural.
Así, se intentaba exhibir las
instituciones sociales de una comunidad desde el punto de vista del nativo.
Pero el proceso de investigación y la realidad de las situaciones discursivas y
de los interlocutores individuales fueron eliminados del texto final.
La autoridad dialógica
Es por eso que desde los movimientos
de descolonización que se sucedieron a partir de los años cincuenta los
científicos comenzaron a rechazar los discursos que retratan las realidades
culturales de otros pueblos sin poner su propia realidad en tela de juicio.
De aquí en más, ni la experiencia ni
la actividad interpretativa del investigador pueden considerarse inocentes. Se
hace necesario concebir la etnografía no como la interpretación de “otra”
realidad, sino más bien como una negociación constructiva que involucra
a, por lo menos, dos sujetos políticamente significantes.
Se empieza a concebir el trabajo de
campo como un fenómeno lingüístico en donde deberá distinguirse el
investigador del nativo. La etnografía se ve como un proceso de diálogo en el que
los interlocutores negocian activamente una cierta visión de la realidad.
La autoridad polifónica
Desde Orientalism, de Edward W. Said (1978), no podemos negar que el Otro
es el resultado de una construcción ideológica en la que interviene toda
clase de filtros y discriminaciones generalmente interiorizados. Es por eso que
el sujeto del discurso debe, pues, identificar su posición social e
intelectual para poner en evidencia las relaciones de poder
involucradas en sus palabras.
Muchos científicos empiezan a darse
cuenta que el poder del investigador es el que finalmente se impone para
construir la etnografía.
En los diálogos
etnográficos se hace aparecer al interlocutor nativo como el más
representativo de su cultura. A su vez, el texto final constituye un
diálogo editado y ordenado según los criterios del investigador. Como
textos, esas etnografías no serían verdaderamente dialógicas.
Para superar estos problemas, muchos
investigadores empiezan a considerar la posibilidad de incorporar más voces al
diálogo. Esto es lo que Mijaíl Bajtín había designado con el nombre de polifonía.
De esta manera, algunos creen que podría matizarse la subjetividad del
investigador y, por lo tanto, su poder.
Los discursos de la etnografía
contemporánea son discursos de pluralidad como lo muestran la polifonía
de voces divergentes y la yuxtaposición de géneros literarios,
sin un paradigma unificador.
Pero no sólo se trata de insertar
más voces, sino que, además, de explicar los puntos de vista nativos usando
sus propias palabras, sin intentar mejorarlos.
La metáfora del diálogo
La metáfora del diálogo expresa que,
para obtener una comprensión intercultural, es preciso reconocerse a sí
mismo (esto es, su propia cultura), reconocer al Otro y dialogar con el Otro
sobre la base de la alteridad que nos constituye. En este diálogo nadie tiene
la última palabra, ninguna voz reduce la otra a una simple condición de objeto,
y el otro es reconocido como sujeto.
En efecto, la tradición hermenéutica
reciente (Gadamer, Ricoeur, Geertz) nos ha enseñado que comprender la cultura
del Otro implica un diálogo continuo entre mis 'prejuicios' culturales y los
del Otro, en cuyo horizonte su diferencia aparece como una de las
manifestaciones múltiples de la unidad del ser humano.
La escritura etnográfica se torna,
así, multisubjetiva y la multiplicidad de citas textuales adquiere
sentido y coherencia en actos concretos de lectura. Y estas lecturas
están más allá del control de cualquier autoridad singular.
Los riesgos de la heteroglosia
El problema aparece con eso que
Bajtín denomina heteroglosia y que consiste en un lugar donde las voces
están en oposición, en conflicto permanente. La alternativa consiste en la elaboración
conjunta con los nativos.
Pero este trabajo de autoría colectiva,
a la larga, también sería dirigido y editado por alguna autoridad que
decidirá los temas de interés y el recorte final para la investigación. Por
ahora, no es más que una utopía.
Mientras tanto, Clifford propone
hacer uso consciente de los modelos experienciales, interpretativos,
dialógicos y polifónicos para controlar lo más posible la autoridad
etnográfica.
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