13.5.13

Clifford - Sobre la autoridad etnográfica

Progresivo resquebrajamiento de la autoridad etnográfica tradicional
            El autor parte de la premisa de que, a partir de los movimientos de descolonización que se desataron en los años cincuenta y sesenta, la autoridad etnográfica tradicional se fue viendo progresivamente resquebrajada.
            El primer mundo ya no es origen y fundamento de verdad antropológica. Vivimos más bien en una situación de comunicación y de contacto intercultural en la cual los procesos de interpretación son recíprocos.
            Tradicionalmente, era el etnógrafo quien tenía la última palabra sobre una cultura determinada. Hoy, sabiendo que el Otro, a quien describimos, es en gran parte fruto de nuestra construcción intelectual, Clifford se pregunta cuál es el papel del etnógrafo en la descripción e interpretación de una cultura.
            El desarrollo de la ciencia antropológica no puede entenderse prescindiendo de los debates políticos y epistemológicos más generales sobre la escritura y la representación de la alteridad. Por eso, expone los modelos de representación de la alteridad que se fueron imponiendo a lo largo del siglo XX.


La autoridad experiencial
            Clifford distingue, en la historia de la ciencia etnográfica, cuatro períodos distintos en los que un tipo determinado de autoridad resultó hegemónica. Originalmente, esta disciplina presentaba una división entre el “hombre sobre el terreno” (etnógrafo) y el antropólogo de la metrópolis que analizaba los datos.
            Para romper con esta división, a principios del siglo XX, diversos antropólogos como Malinowsky, Boas y Mead empiezan a defender el trabajo de campo intensivo para establecer un discurso antropológico “serio”.
            El crédito del antropólogo se basaba en su experiencia personal singular, el “haber estado ahí”. La observación participante intensiva (Malinowsky) se establece como norma profesional.
            Pero el poder de la observación sólo enfocaba su atención en las ceremonias y los gestos susceptibles de registro. La interpretación estaba sólo ligada a la mera descripción.
            Lo cierto es que el trabajo de campo intensivo, llevado a cabo por especialistas entrenados en las universidades, permitió la recolección de datos sobre pueblos exóticos que permitirían luego el desarrollo de nuevas hipótesis antropológicas.
           

La autoridad interpretativa
            Paulatinamente, ciertos antropólogos miraban a la cultura como un conjunto de textos a interpretar. Es el caso de Clifford Geertz, para quien la cultura era una urdimbre inmensamente compleja de significaciones a interpretar.
            En estos casos, ya no sólo se describía la institución social, sino que se analizaba el significado que en torno a ella construían los miembros de la comunidad.
            La experiencia de investigación requerirá de una traducción. En lugar de presentar un ritual como el eslabón de una cadena de muchas otras situaciones ritualizadas, se presenta el ritual como un texto que para ser comprendido requiere la presentación simultánea de su contexto, es decir, su realidad cultural.
            Así, se intentaba exhibir las instituciones sociales de una comunidad desde el punto de vista del nativo. Pero el proceso de investigación y la realidad de las situaciones discursivas y de los interlocutores individuales fueron eliminados del texto final.


La autoridad dialógica
            Es por eso que desde los movimientos de descolonización que se sucedieron a partir de los años cincuenta los científicos comenzaron a rechazar los discursos que retratan las realidades culturales de otros pueblos sin poner su propia realidad en tela de juicio.
            De aquí en más, ni la experiencia ni la actividad interpretativa del investigador pueden considerarse inocentes. Se hace necesario concebir la etnografía no como la interpretación de “otra” realidad, sino más bien como una negociación constructiva que involucra a, por lo menos, dos sujetos políticamente significantes.
            Se empieza a concebir el trabajo de campo como un fenómeno lingüístico en donde deberá distinguirse el investigador del nativo. La etnografía se ve como un proceso de diálogo en el que los interlocutores negocian activamente una cierta visión de la realidad.


La autoridad polifónica
            Desde Orientalism, de Edward W. Said (1978), no podemos negar que el Otro es el resultado de una construcción ideológica en la que interviene toda clase de filtros y discriminaciones generalmente interiorizados. Es por eso que el sujeto del discurso debe, pues, identificar su posición social e intelectual para poner en evidencia las relaciones de poder involucradas en sus palabras.
            Muchos científicos empiezan a darse cuenta que el poder del investigador es el que finalmente se impone para construir la etnografía.
En los diálogos etnográficos se hace aparecer al interlocutor nativo como el más representativo de su cultura. A su vez, el texto final constituye un diálogo editado y ordenado según los criterios del investigador. Como textos, esas etnografías no serían verdaderamente dialógicas.
            Para superar estos problemas, muchos investigadores empiezan a considerar la posibilidad de incorporar más voces al diálogo. Esto es lo que Mijaíl Bajtín había designado con el nombre de polifonía. De esta manera, algunos creen que podría matizarse la subjetividad del investigador y, por lo tanto, su poder.
            Los discursos de la etnografía contemporánea son discursos de pluralidad como lo muestran la polifonía de voces divergentes y la yuxtaposición de géneros literarios, sin un paradigma unificador.
            Pero no sólo se trata de insertar más voces, sino que, además, de explicar los puntos de vista nativos usando sus propias palabras, sin intentar mejorarlos.
           

La metáfora del diálogo
            La metáfora del diálogo expresa que, para obtener una comprensión intercultural, es preciso reconocerse a sí mismo (esto es, su propia cultura), reconocer al Otro y dialogar con el Otro sobre la base de la alteridad que nos constituye. En este diálogo nadie tiene la última palabra, ninguna voz reduce la otra a una simple condición de objeto, y el otro es reconocido como sujeto.
            En efecto, la tradición hermenéutica reciente (Gadamer, Ricoeur, Geertz) nos ha enseñado que comprender la cultura del Otro implica un diálogo continuo entre mis 'prejuicios' culturales y los del Otro, en cuyo horizonte su diferencia aparece como una de las manifestaciones múltiples de la unidad del ser humano.
            La escritura etnográfica se torna, así, multisubjetiva y la multiplicidad de citas textuales adquiere sentido y coherencia en actos concretos de lectura. Y estas lecturas están más allá del control de cualquier autoridad singular.


Los riesgos de la heteroglosia
            El problema aparece con eso que Bajtín denomina heteroglosia y que consiste en un lugar donde las voces están en oposición, en conflicto permanente. La alternativa consiste en la elaboración conjunta con los nativos.
            Pero este trabajo de autoría colectiva, a la larga, también sería dirigido y editado por alguna autoridad que decidirá los temas de interés y el recorte final para la investigación. Por ahora, no es más que una utopía.
            Mientras tanto, Clifford propone hacer uso consciente de los modelos experienciales, interpretativos, dialógicos y polifónicos para controlar lo más posible la autoridad etnográfica.

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