Según Cuche, a partir de los años setenta
se extendió una suerte de “moda” por los estudios culturales sobre la
identidad. No obstante, cree necesario distinguir las nociones de “cultura”
y de “identidad cultural”. Así, una cultura puede no tener conciencia
identitaria, al tiempo ciertas estrategias identitarias tiendan a
modificar una cultura determinada. Es por eso que la cultura se origina, según
Cuche, en procesos en gran parte inconscientes.
El concepto de identidad cultural
nació en los Estados Unidos en los años cincuenta para dar cuenta de los problemas
de integración de los inmigrantes.
La identidad social opera por exclusión/inclusión:
identifica al grupo y los distingue de otros grupos y aparece como una modalidad
de categorización de la distinción nosotros/ellos, basada en la diferencia
cultural.
Las
concepciones objetivistas y subjetivistas de la identidad cultural
El enfoque racial de la cultura
define a la identidad como algo dado, como una herencia biológica
inmanente al individuo, estable y definitiva. Esta representación genética de
la identidad naturaliza la pertenencia cultural y la considera una esencia que
no puede variar.
Bajo esta perspectiva se explicó muchas
veces el “genio” o la “mentalidad” de un pueblo. Por ejemplo, se consideró que
las buenas cualidades de los negros para la música o los deportes eran parte
constitutiva de su patrimonio genético.
El enfoque culturalista, en cambio,
el acento se pone en la herencia cultural, entendida ésta como la socialización
del individuo en el seno de su grupo cultural. También en este caso la
identidad se define como preexistente al individuo.
Así, se elaboraron registros de atributos
culturales invariables que se suponen inmanentes al grupo cultural y que
permitirían definir la “esencia” del conjunto.
Esta era la visión de Geertz, quien
creía que la identidad cultural era una propiedad esencial inherente al
grupo porque había sido aprendida en su seno, sin referencia a otros
grupos.
Frente a estas teorías que describen la
identidad a partir de cierto número de criterios “objetivos” (lengua,
vestimenta, religión, etc.), se alzan las críticas de los que defienden una concepción
subjetivista del fenómeno. Para éstos, la identidad etnocultural no es más
que un sentimiento de pertenencia, una identificación con una colectividad
imaginaria. Pero con esta postura se corre el peligro de pensar, señala
Cuche, que la identidad es una cuestión de elección individual arbitraria.
La
concepción relacional y situacional
La construcción de la identidad se hace en
el interior de los marcos sociales que determinan la posición de los agentes y
por lo tanto orientan sus representaciones y sus elecciones. Por otra parte, la
construcción identitaria no es una ilusión pues está dotada de una eficacia
social, produce efectos sociales reales.
El único enfoque que puede explicar por qué
una identidad se afirmó en cierto momento o se reprimió en otro
es el que atiende al contexto relacional. La posición de los agentes en
el marco social orienta sus representaciones y elecciones para la construcción
de la identidad.
De esta forma, la concepción relacional de
Fredrick Barth permite superar la antinomia objetivismo/subjetivismo. La identidad
es el producto que se elabora en una relación que opone un grupo a los otros
con los cuales entra en contacto.
Por ende, para aprehender el fenómeno
identitario hay que estudiar el orden de las relaciones entre los grupos
sociales. La identidad resulta un modo de categorización utilizado por
los grupos para organizar sus intercambios.
Así, habrá que ver en qué contexto de
interacción concreto se pone en marcha cierto procedimiento de
diferenciación. La diferencia identitaria no es la consecuencia directa
de la diferencia cultural.La identidad es la resultante de una negociación
entre una “autoidentidad” y una “heteroidentidad” definida por
otros. Identificación/diferenciación e identidad/alteridad están en relación
dialéctica permanente.
Un ejemplo de esta negociación son los
cristianos sirio-libaneses que llegaban a América Latina escapándose del
Imperio Otomano y fueron llamados “turcos” cuando en realidad lo que
querían era no reconocerse como tales. Lo mismo les pasó a los judíos de
Rusia.
En casos extremos en que la autoidentidad
perdió su legitimidad frente a la heteroidentidad, el grupo minoritario está
frente a una “identidad negativa”, consecuencia de una estigmatización
aplicada por los grupos dominantes. Los grupos minoritarios terminarán
asimilando e interiorizando la imagen despreciativa construida por los
demás. Esto puede llevar algunos de sus miembros a reprimir los signos
exteriores de esa diferencia negativa.
En definitiva, el poder de identificación
depende de la posición que se ocupa en el sistema de relaciones que
vincula a grupos entre sí. Y en las luchas sociales se pone en juego siempre la
identidad.
En palabras de Bourdieu, sólo los que
tienen autoridad legítima pueden imponer las definiciones
identitarias, que operarán como un sistema de clasificación que fija
las posiciones respectivas de cada grupo. Muchas veces, el poder para
clasificar lleva a la etnización de los grupos subalternos y puede
convertirse en un argumento para su marginación. Esta actitud de
discriminación puede incluso prolongarse en políticas de segregación.
La
identidad, un asunto de Estado
Los Estados-naciones modernos se
convirtieron en gerentes de la identidad para la cual se instauran
reglamentos y controles, como son los “documentos de identidad” (DNI).
Pero para definir una suerte de “identidad nacional” tiende a la monoidentificación.
Esta “identidad nacional” se
convierte en la identidad de referencia, la única verdaderamente legítima.
Por eso, la ideología nacionalista es una ideología de exclusión de las
diferencias culturales. Este procedimiento permite reducir un conjunto
colectivo heterogéneo a una personalidad cultural básica: “los árabes son
de tal forma…”, “los africanos son de tal otra…”.
Para transformar la identidad negativa (heteroidentidad)
en positiva, los negros norteamericanos intentaron reapropiarse de los medios
para definirse a sí mismos como “afroamericanos”. El sentimiento de
injusticia sufrida colectivamente implica en los miembros de un grupo víctima
de una discriminación un sentimiento fuerte de pertenencia a la colectividad.
Sin embargo, el riesgo consiste en pasar de una identidad negada o
desacreditada a una identidad exclusiva, como a de los que pertenecen a
un grupo dominante y en la que todo individuo considerado miembro del grupo
minoritario debería reconocerse o de otro modo podría ser tratado como un
traidor.
La
identidad multidimensional
Querer reducir cada identidad cultural a
una definición simple es no tener en cuenta la heterogeneidad de todo
grupo social. Lo característico de la identidad es, justamente, su carácter
fluctuante que se presta a varias interpretaciones o manipulaciones.
Esta concepción exclusivista de la
identidad no permite pensar lo mixto cultural que aparece en los casos
de aparente “doble identidad”, como los jóvenes provenientes de la
inmigración. Los hijos de chinos en Perú se sienten plenamente peruanos, pero
siguen fuertemente vinculados con la identidad china. Incluso los peruanos no
creen que un hijo de inmigrantes japoneses (Fujimori) represente una amenaza
para su identidad nacional.
Cada individuo reconoce tener una identidad
de geometría variable: es de Recoleta, porteño, argentino, sudamericano y
hasta occidental. En general, esto funciona sin demasiados problemas porque las
autoridades dominantes (Estados) así lo permiten.
Las
estrategias identitarias
En la medida en que la identidad es un
lugar en el que se ponen en juego luchas sociales de “clasificación”, la
identidad es vista como un medio para alcanzar un cierto fin. Para ello,
el individuo utilizará de manera estratégica sus recursos
identitarios.
Sin embargo, esto no significa que los
actores sociales sean completamente libres para definir la identidad de
acuerdo a sus intereses. Las estrategias deben considerar relación de fuerza
entre los grupos, en una determinada situación social. Por ejemplo, los judíos
marranos que se convirtieron al catolicismo para escapar a la persecución.
En determinados contextos, la identidad es un emblema o un estigma.
La identidad no existe en sí,
independientemente de las estrategias de afirmación identitaria de los actores
sociales que son, al mismo tiempo, el producto y el soporte de las luchas
sociales y políticas.
La reinvención estratégica de una
identidad colectiva, como en el caso de las comunidades originarias de
América, se inscriben en movimientos de reivindicación de las minorías
étnicas en los Estados-naciones contemporáneos. En los años setenta, los haitianos
emigrados a Nueva York hablaban francés en público para escapar a la identificación
con los negros estadounidenses. Pero cuando en los años ochenta se los
clasifica como “grupo de riesgo” (a causa del desarrollo del SIDA) cambian de
estrategia y reivindican una identidad transnacional caribeña.
Las
“fronteras” de la identidad
El ejemplo anterior muestra que toda
identificación es, a su vez, diferenciación. En este proceso, según
Barth, lo importante es establecer un límite entre “ellos” y “nosotros”.
La frontera étnica será la
resultante de una negociación permanente entre la identidad que el grupo
pretende darse y la que los otros quieren asignarle. Para estudiar las variaciones
de la identidad habrá que estudiar las negociaciones interétnicas que
determinan desplazamientos de las fronteras.
El analísis de Barth permite escapar de la
confusión entre “cultura” e “identidad”. Participar de una cultura no implica
automáticamente tener una identidad particular. La identidad etnocultural
utiliza la cultura, pero raramente toda la cultura. Una misma cultura puede
instrumentarse de manera diferente, hasta opuesta, en diversas estrategias de
identificación.
Para Barth, la etnicidad, que es producto
del proceso de identificación, puede definirse como la organización social de
la diferencia cultural.
De todas formas, lo que crea la separación
no es la presencia de ciertos rasgos distintivos sino la voluntad de
diferenciarse mediante determinados marcadores de identidad específica, es
decir, ostentando ciertos rasgos diacríticos.
Por lo tanto, la cuestión no es saber
quiénes son “verdaderamente” los mapuches, sino que esto significa recurrir de
manera estratégica a ciertos recursos identitarios, en este caso la identificación
“mapuche”, para diferenciarse de los “no-mapuches”.
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