13.5.13

Cuche - La noción de cultura en las ciencias sociales

Cultura e identidad

Según Cuche, a partir de los años setenta se extendió una suerte de “moda” por los estudios culturales sobre la identidad. No obstante, cree necesario distinguir las nociones de “cultura” y de “identidad cultural”. Así, una cultura puede no tener conciencia identitaria, al tiempo ciertas estrategias identitarias tiendan a modificar una cultura determinada. Es por eso que la cultura se origina, según Cuche, en procesos en gran parte inconscientes.

El concepto de identidad cultural nació en los Estados Unidos en los años cincuenta para dar cuenta de los problemas de integración de los inmigrantes.

La identidad social opera por exclusión/inclusión: identifica al grupo y los distingue de otros grupos y aparece como una modalidad de categorización de la distinción nosotros/ellos, basada en la diferencia cultural.

Las concepciones objetivistas y subjetivistas de la identidad cultural

El enfoque racial de la cultura define a la identidad como algo dado, como una herencia biológica inmanente al individuo, estable y definitiva. Esta representación genética de la identidad naturaliza la pertenencia cultural y la considera una esencia que no puede variar.

Bajo esta perspectiva se explicó muchas veces el “genio” o la “mentalidad” de un pueblo. Por ejemplo, se consideró que las buenas cualidades de los negros para la música o los deportes eran parte constitutiva de su patrimonio genético.

El enfoque culturalista, en cambio, el acento se pone en la herencia cultural, entendida ésta como la socialización del individuo en el seno de su grupo cultural. También en este caso la identidad se define como preexistente al individuo.
Así, se elaboraron registros de atributos culturales invariables que se suponen inmanentes al grupo cultural y que permitirían definir la “esencia” del conjunto.

Esta era la visión de Geertz, quien creía que la identidad cultural era una propiedad esencial inherente al grupo porque había sido aprendida en su seno, sin referencia a otros grupos.

Frente a estas teorías que describen la identidad a partir de cierto número de criterios “objetivos” (lengua, vestimenta, religión, etc.), se alzan las críticas de los que defienden una concepción subjetivista del fenómeno. Para éstos, la identidad etnocultural no es más que un sentimiento de pertenencia, una identificación con una colectividad imaginaria. Pero con esta postura se corre el peligro de pensar, señala Cuche, que la identidad es una cuestión de elección individual arbitraria.

La concepción relacional y situacional

La construcción de la identidad se hace en el interior de los marcos sociales que determinan la posición de los agentes y por lo tanto orientan sus representaciones y sus elecciones. Por otra parte, la construcción identitaria no es una ilusión pues está dotada de una eficacia social, produce efectos sociales reales.

El único enfoque que puede explicar por qué una identidad se afirmó en cierto momento o se reprimió en otro es el que atiende al contexto relacional. La posición de los agentes en el marco social orienta sus representaciones y elecciones para la construcción de la identidad.

De esta forma, la concepción relacional de Fredrick Barth permite superar la antinomia objetivismo/subjetivismo. La identidad es el producto que se elabora en una relación que opone un grupo a los otros con los cuales entra en contacto.

Por ende, para aprehender el fenómeno identitario hay que estudiar el orden de las relaciones entre los grupos sociales. La identidad resulta un modo de categorización utilizado por los grupos para organizar sus intercambios.

Así, habrá que ver en qué contexto de interacción concreto se pone en marcha cierto procedimiento de diferenciación. La diferencia identitaria no es la consecuencia directa de la diferencia cultural.La identidad es la resultante de una negociación entre una “autoidentidad” y una “heteroidentidad” definida por otros. Identificación/diferenciación e identidad/alteridad están en relación dialéctica permanente.

Un ejemplo de esta negociación son los cristianos sirio-libaneses que llegaban a América Latina escapándose del Imperio Otomano y fueron llamados “turcos” cuando en realidad lo que querían era no reconocerse como tales. Lo mismo les pasó a los judíos de Rusia.

En casos extremos en que la autoidentidad perdió su legitimidad frente a la heteroidentidad, el grupo minoritario está frente a una “identidad negativa”, consecuencia de una estigmatización aplicada por los grupos dominantes. Los grupos minoritarios terminarán asimilando e interiorizando la imagen despreciativa construida por los demás. Esto puede llevar algunos de sus miembros a reprimir los signos exteriores de esa diferencia negativa.

En definitiva, el poder de identificación depende de la posición que se ocupa en el sistema de relaciones que vincula a grupos entre sí. Y en las luchas sociales se pone en juego siempre la identidad.

En palabras de Bourdieu, sólo los que tienen autoridad legítima pueden imponer las definiciones identitarias, que operarán como un sistema de clasificación que fija las posiciones respectivas de cada grupo. Muchas veces, el poder para clasificar lleva a la etnización de los grupos subalternos y puede convertirse en un argumento para su marginación. Esta actitud de discriminación puede incluso prolongarse en políticas de segregación.

La identidad, un asunto de Estado

Los Estados-naciones modernos se convirtieron en gerentes de la identidad para la cual se instauran reglamentos y controles, como son los “documentos de identidad” (DNI). Pero para definir una suerte de “identidad nacional” tiende a la monoidentificación.

Esta “identidad nacional” se convierte en la identidad de referencia, la única verdaderamente legítima. Por eso, la ideología nacionalista es una ideología de exclusión de las diferencias culturales. Este procedimiento permite reducir un conjunto colectivo heterogéneo a una personalidad cultural básica: “los árabes son de tal forma…”, “los africanos son de tal otra…”.

Para transformar la identidad negativa (heteroidentidad) en positiva, los negros norteamericanos intentaron reapropiarse de los medios para definirse a sí mismos como “afroamericanos”. El sentimiento de injusticia sufrida colectivamente implica en los miembros de un grupo víctima de una discriminación un sentimiento fuerte de pertenencia a la colectividad. Sin embargo, el riesgo consiste en pasar de una identidad negada o desacreditada a una identidad exclusiva, como a de los que pertenecen a un grupo dominante y en la que todo individuo considerado miembro del grupo minoritario debería reconocerse o de otro modo podría ser tratado como un traidor.

La identidad multidimensional

Querer reducir cada identidad cultural a una definición simple es no tener en cuenta la heterogeneidad de todo grupo social. Lo característico de la identidad es, justamente, su carácter fluctuante que se presta a varias interpretaciones o manipulaciones.

Esta concepción exclusivista de la identidad no permite pensar lo mixto cultural que aparece en los casos de aparente “doble identidad”, como los jóvenes provenientes de la inmigración. Los hijos de chinos en Perú se sienten plenamente peruanos, pero siguen fuertemente vinculados con la identidad china. Incluso los peruanos no creen que un hijo de inmigrantes japoneses (Fujimori) represente una amenaza para su identidad nacional.

Cada individuo reconoce tener una identidad de geometría variable: es de Recoleta, porteño, argentino, sudamericano y hasta occidental. En general, esto funciona sin demasiados problemas porque las autoridades dominantes (Estados) así lo permiten.

Las estrategias identitarias

En la medida en que la identidad es un lugar en el que se ponen en juego luchas sociales de “clasificación”, la identidad es vista como un medio para alcanzar un cierto fin. Para ello, el individuo utilizará de manera estratégica sus recursos identitarios.
Sin embargo, esto no significa que los actores sociales sean completamente libres para definir la identidad de acuerdo a sus intereses. Las estrategias deben considerar relación de fuerza entre los grupos, en una determinada situación social. Por ejemplo, los judíos marranos que se convirtieron al catolicismo para escapar a la persecución. En determinados contextos, la identidad es un emblema o un estigma.

La identidad no existe en sí, independientemente de las estrategias de afirmación identitaria de los actores sociales que son, al mismo tiempo, el producto y el soporte de las luchas sociales y políticas.

La reinvención estratégica de una identidad colectiva, como en el caso de las comunidades originarias de América, se inscriben en movimientos de reivindicación de las minorías étnicas en los Estados-naciones contemporáneos. En los años setenta, los haitianos emigrados a Nueva York hablaban francés en público para escapar a la identificación con los negros estadounidenses. Pero cuando en los años ochenta se los clasifica como “grupo de riesgo” (a causa del desarrollo del SIDA) cambian de estrategia y reivindican una identidad transnacional caribeña.

Las “fronteras” de la identidad

El ejemplo anterior muestra que toda identificación es, a su vez, diferenciación. En este proceso, según Barth, lo importante es establecer un límite entre “ellos” y “nosotros”.

La frontera étnica será la resultante de una negociación permanente entre la identidad que el grupo pretende darse y la que los otros quieren asignarle. Para estudiar las variaciones de la identidad habrá que estudiar las negociaciones interétnicas que determinan desplazamientos de las fronteras.

El analísis de Barth permite escapar de la confusión entre “cultura” e “identidad”. Participar de una cultura no implica automáticamente tener una identidad particular. La identidad etnocultural utiliza la cultura, pero raramente toda la cultura. Una misma cultura puede instrumentarse de manera diferente, hasta opuesta, en diversas estrategias de identificación.

Para Barth, la etnicidad, que es producto del proceso de identificación, puede definirse como la organización social de la diferencia cultural.

De todas formas, lo que crea la separación no es la presencia de ciertos rasgos distintivos sino la voluntad de diferenciarse mediante determinados marcadores de identidad específica, es decir, ostentando ciertos rasgos diacríticos.

Por lo tanto, la cuestión no es saber quiénes son “verdaderamente” los mapuches, sino que esto significa recurrir de manera estratégica a ciertos recursos identitarios, en este caso la identificación “mapuche”, para diferenciarse de los “no-mapuches”.

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